lunes, 8 de septiembre de 2008

Mira, tengo un logo nuevo


El ERE se cargó a José Ángel de la Casa -quién me iba a decir que lo echaría de menos-, José Luis Garci y al puto amo Antonio Gasset, entre muchos otros. La 2 se ha ido convirtiendo en un chiste malo del que han desaparecido las series buenas -la última que sacaron fue A dos metros bajo tierra-, el cine de calidad en horarios asumibles y, en general, cualquier viso de programación cultural o de divulgación científica. Lo más mejór que tienen ahora mismo es Saber y Ganar, con el apolillado presentador de mandibula hostiable y su voz en off que le hace de dominatriz sexual. Ahora le toca a Radio3, que parecen dispuestos a convertir en la misma mierda que hay en el resto de emisoras.

Pero, eh, mira, tenemos logos nuevos. Cine de barrio repite en ciclos de seis meses la filmografía completa de Paco Martínez Soria. En Identity se dedican a dejar en bikini a cualquier mujer joven que se presente, aunque su identidad sea la de monja de clausura de las Venerables Madres Adoratrices del Santo Prepucio de Alejandría. Corazón Corazón y Corazón cuatro estaciones sobrevivien porque comparados con la bazofia del Cangrena 3 y TetaCinco parecen periodismo de calidad. Pero, eh, esto son los logos que necesitábamos, que reflejan los cambios que ha sufrido RTVE en los últimos años.

Como la desaparición de los conciertos diarios en la 2, el final del cine en versión original -y de todos los programas que no trataban de taquillazos prefabricados-, del teatro televisado, de las emisiones decentes de fútbol internacional, de los programas sobre música independiente, de las adaptaciones de clásicos de la literatura, de los reportajes de verdadera investigación...

Desde luego, el telediario es ahora mejor que en tiempos de Urnazi, pero no tiene mérito. Y, en el apartado de series de producción propia, tras una época oscura en la que sólo Cuentamé mantenía alto el pabellón, apareció Desaparecida -jeje-. Pero claro. TVE también estrenó Operación Triunfo, que aunque comparada con la versión de TetaCinco parezca caviar ruso, era una chorrada que maldisimulaba el morbillo patético y cotilla. Y tenía el GrandPrix, aparte de otras magnas obras presentada por el ínclito Ramontxu.

Y sí, peor están las autonómicas, todas vendidas al gobierno de turno, TeleMadrid que sólo le falta empezar las noticias con el Cara al Sol y Canal Sur que ha convencido a todas las abuelas de Andalucía de que Chaves cura el cancer imponiendo las manos. Eso sin entrar en las privadas, por supuesto, incluyendo a Cuatro y La Sexta, que destrozan cuantas series caen en sus infectas manos. Nadie llega al nivel de Cangrena 3, claro, que últimamente está empeñada en que lo de Roquetas es comparable a los disturbios de París y que abre deportes con el Real Madrid aunque Rafa Nadal y Alonso consigan ganar la NBA a raquetazos sobre un monoplaza. Sólo TetaCinco, con esa programación de 24 horas de reality, en inevitable ciclo operación truño-gran hermano-supervivientes, que se suceden los unos a los otros como las mareas.

Pero, eh, TVE ha cambiado sus logos. Y dicen que los nuevos micrófonos de RNE son más suavitos y blanditos que los de antes. Y los bolígrafos. Y las carpetas. Y todo lo que llevase un logo. Al menos espero que ver un uno dentro de un círculo verde suba la audiencia, porque a ver como se va la famosa deuda si te dejas una pasta en cambiar el material para que sea más dinámico y paradigmático.

Por Dios, si hasta se echan de menos los programas de Sánchez Dragó y Pedro Ruiz. ¿Sigue Punset por ahí, o se suicidó después de lo del reality del colegio con famosos ese?

Si algún día escribo una entrada añorando el ¡Qué apostamos! o Ana y los Siete, qué alguien me pegue un tiro.

martes, 2 de septiembre de 2008

Adivina quién viene a cenar...

Tengo una teoría compartida por amplias capas de jóvenes de mi generación: cualquier película en la que salga Will Smith se convierte, por su sola presencia e independientemente de otros factores, en film de culto. El corolario viene, además, con la certeza de que a Parque Jurásico sólo le falta la presencia de Smith para ser la mejor película de todos los tiempos.

Fieles seguidores de Will Smith desde los tiempos gloriosos de El Principe de Bel-Air, muchos de nosotros, prepúberes noventeros nacidos en los tiempos de Wachtmen, Ronin o Akira, nos entusiasmamos con Independence Day -menos en el discurso del presidente-, pegamos botes sobre el asiento con Men In Black I y II, disfrutamos como enanos con Wild Wild West -obra maestra infravalorada-, y abucheamos al histérico de Spike Lee cuando se quejó de que Will aceptase rodar La leyenda de Bagger Vance pese a que en dicha película no se hiciese referencia a la discriminación que sufrían los negros en EEUU durante los años 20.

Con esto quiero decir que cuando, tiempo ha, me senté a ver Alí, lo hice con la expectativa de ver si el bueno de Will demostraba esas dotes interpretativas sobre las que aún hoy se ciernen dudas razonables y, además, las cantidades de toñas y moralina de andar por casa imprescindibles en cualquier película de boxeo. Pero me encontré con una película sobre la negritud, sobre eso que los liberales autocomplacientes y los socialdemócratas de salón llaman "las utopías del siglo XX", una película que, con sus más y sus menos, hablaba tanto de Muhammad Alí, el hombre, como de "el campéon" como fenómeno social, en un tiempo en que esos a los que llamamos "los famosos" todavía no estaban completamente prefabricados y, además, aún sobrevivían los últimos especímenes de intelectual influyente sobre el gran público.

Durante la primera mitad de Alí, la figura del campeón comparte protagonismo, casi involuntariamente, con la de Malcolm X, interpretado por Mario Van Peebles, otro puñetero actor de culto encasillado en películas de acción. Los vaivenes políticos y las insinuaciones sobre el control que el FBI ejercía sobre las reivindicaciones de derechos civiles resentes en la película me hicieron saltar al Google, la Wikipedia y las bibliotecas -en estas últimas con éxito relativo- para saber más sobre la Nación del Islam, las razones que llevaron a Alí a cambiarse de nombre o la figura de Malcolm X. También provocó que buscase el documental Cuando éramos reyes, y que aprendiese un poco, sólo un poco, de historia del boxeo profesional en EEUU.

Luego, la apisonadora cultural yanqui me ha brindado la oportunidad de ver en contexto muchas obras más, como el capítulo de Padre de Familia en que Peter Griffith descubre que tenía un antepasado negro, o la trama en Ex Machina sobre el cuadro de Lincoln. En la relación del superhéroe Pantera Negra con sus homónimos del Black Panther Party. Por supuesto, en las películas del histérico de Spike Lee. Y en la paranoia de El Anarquista, el negro simbólico de X-Statix, la obra maestra de Peter Milligan y Michael Allred. Pero también estuvo "La parte de Fate" de 2666, de Roberto Bolaño, New Thing, de Wu Ming 1, o los escritos del mismísimo Malcolm X. Tu abuelo no iba en el Myflower, tu abuelo era mercadería. El mito fundacional no te pertenece. Tu abuelo no era Thomas Jefferson, era Toussaint Louverture.

Sidney Poitier protagonizó en el 67 una película como la copa de un pino, En el calor de la noche, en la que interpreta al detective del FBI Virgil Tibbs, enviado a un pueblo de esos de la América profunda donde las matrículas de las camionetas lucen la bandera confederada, para investigar el asesinato de un empresario supuestamente motivado porque ofrecía trabajo a los negros en igualdad de condiciones. Tibbs tiene como enemigos a los racistas paletos del pueblo, pero también a sus propios prejuicios, que lo hacen descartar pistas debido a su obsesión con los motivos raciales del asesinato. En la escena cumbre -al menos para mi gusto- de la película, un grupo de aldeanos tiene acorralado a Virgil, que hasta entonces sólo se había librado de ser linchado gracias a la protección del sheriff, en un descampado de las afueras, de madrugada, sin nadie cerca que pueda ayudarle. Parece que ha llegado el final para nuestro héroe, pero entonces cae en la cuenta de que, gracias a su investigación, conoce los secretos de toda la panda que lo rodea, en especial de la hermana del cabecilla y uno de los matones. Dos frases del detective y los blanquitos endógamos acaban disparándose entre ellos, saliendo él completamente ileso y, de paso, resolviendo el crimen al conseguir librarse de su -justificadísima, eso sí- manía persecutoria.

En un capítulo de la primera temporada de El príncipe de Bel-Air, que era una serie de negros y para negros hasta la médula, sólo que nosotros éramos analfabetos cuando la veíamos, el tío Phil -qué grande eres, James Avery- recibe un importante reconocimiento de la comunidad de Los Ángeles como juez negro o yoquesequé. Sus padres acuden para la ocasión y, en concreto, la abuela Banks se dedica a contar un montón de anécdotas, sobre sus orígenes humildes y cómo luchó por los derechos civiles, que lo hacen avergonzarse. En acto de contricción, su discurso de agradecimiento comienza recordando cuando era el pequeño Zeke y competía en carreras de cerdos al sur de Virginia. Unos años más tarde, en una de las últimas temporadas, cuando Will y Carlton ya están en la universidad, intentan entrar en una de esas hermandades que se montan los gringos, pero de inspiración netamente negril. El líder espiritual de la misma, un tipo con rastitas y perilla, decide que no admite a Carlton porque es un "coco": negro por fuera y blanco por dentro. Carlton se defiende con uno de esos discursos al final del cual se meten aplausos enlatados, que culmina en una frase magistral: "No tengo que disculparme por ser negro y haber tenido una buena educación". ¿A nadie más le chirrió el contraste entre los dos capítulos? ¿La distancia psicológica que habían recorrido la serie y Smith? ¿De qué sirve Alí? ¿De verdad era tan histérico como parecía el bueno de Spike Lee?

Por muchas cosas que estén empezando a pasar, para nosotros, humildes íberos capetovetónicos que nunca hemos sido racistas porque por aquí hasta hace diez años sólo se paseaban los gitanos, que son como una cosa muy nuestra, todo esto es ciencia-ficción. El optimismo que pueda generar Obama sólo nos lo filtra el miedo comprensible a que la senilidad McCain y el fundamentalismo religioso de Sandra Palin puedan marcar los destinos del país responsable de la mitad del gasto militar del planeta -es decir, que EEUU invierte en armas lo mismo que todos los demás JUNTOS, incluídos Reino Unido, China y Rusia, segundo, tercero y cuarto en el ranking-.

Sin embargo, la historia de la negritud, desde los cánticos en la plantación hasta 50cents pasando por Martin Luther King y, una vez más, el histérico de Spike Lee, nos hablan de una cultura a la búsqueda de sus propias raíces, del sincretismo en todos los aspectos de la vida y de la lucha por la propia identidad. Volvemos a Malcolm. El mito fundacional no te pertenece.

Pero, ¿nuestro mito fundacional, cuál es? ¿Quién necesita realmente echar un vistazo atrás? ¿Quién es nuestro abuelo? ¿Los comuneros de Castilla? ¿Los moriscos de las Alpujarras? ¿El Cid o los príncipes poetas de las taifas? ¿O los tipos renegridos, de fajín y navaja de siete muelles, que gritaban "¡Vivan las caenas!" mientras destripaban franceses?

jueves, 21 de agosto de 2008

El caballero oscuro, de Christopher Nolan

La versión definitiva (de momento) de un mito en constante evolución. Dejando atrás las versiones retro de Burton y Dini y el estilo kistch desbocado de Joel Schumacher, Christopher Nolan sumerge a Batman en los problemas del XXI y demuestra el potencial del muy permeable género superheroico (y tal).

El planteamiento es el de La broma asesina, pero llevado al extremo. El Joker, caracterizado como el psicópata "demasiado lúcido" de Arkham Assylum, agente del caos empeñado en demostrar que todo el mundo es como él a poco que se rasque. Batman, el agente del orden que, para demostrar lo contrario, se ve obligado a "contaminarse" y saltarse los principios que dice defender. Es una revisión más pesimista, pues si en el cómic de Moore y Bolland el Comiserio Gordon mantenía la cordura y se reafirmaba en sus convicciones, en El caballero oscuro, Harvey Dent, el representante "puro" de la ley, pierde, y acaba convertido en un trasunto del mismo Joker. Batman, por su parte, termina por mancharse las manos, limpiando los pecados de Dent en una especie de sacrificio cuasi religioso.

Pero en esa Gotham en la que no existen soluciones fáciles y nada es absolutamente blanco o negro, queda resquicio para pequeños rayos de esperanza: la familia Gordon, con el comisario como el único del trío de "héroes" que no es tocado por la corrupción; la reacción del preso honrado o Lucius Fox destruyendo al "hermano ojo" y marcando que hasta para los vigilantes enmascarados existen límites que no deben sobrepasarse.

Un paralelo es La jungla de cristal, explotando el miedo al "terrorismo" en un momento en el que este roza más la paranoia que cuando se rodó la peli de acción de Bruce Willis. Otro, Heat, por la patina de realismo con que se cubre y la épica que surge de la importancia de lo que sucede en pantalla, de la cual los efectos especiales son sólo una herramienta (chúpame un pie, Michael Bay). Peroa mí, además, me recuerda a El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford. Tenemos, por un lado, al hombre de ley y ciudadano ideal, recién llegado a una ciudad corrupta hasta el tuétano, y por otro, al "superhombre" que combate esa corrupción según sus propias reglas, tan al margen de la ley como aquellos a los que se enfrenta. Entre ambos, una mujer. Y luego, la situación difícil, la decisión imposible y la actuación en consecuencia de ambos. En El caballero oscuro es el "honrado ciudadano" el que pierde, y el tono es mucho más pesimista, pero la dicotomía.

El caballero oscuro es una demostración de que no existen los géneros menores, siendo los superhéroes una metáfora perfectamente válida y útil destinada a un público más o menos adulto (o haciendo llegar mensajes complejos a públicos muy variados). No se puede decir que eleve al cómic como medio, en todo caso al cine, pero lo que sí es cierto es que toma materiales de historias de Batman que han tratado los mismos temas con igual efectividad: La broma asesina, Arkham Assylum, Batman: Año Uno, Gotham Knights, El regreso del Señor de la Noche, The Cult...

Scott McLoud, en La revolución de los cómics, hablaba de los superhéroes como un género basado en las fantasías de identificación adolescentes -así nació Superman-, y señaló como ese tipo de historias ha comenzado a trasladarse al cine y los videojuegos arrastrando tras de sí a su público objetivo, de modo que el tebeo debería empezar a explorar otros géneros. Dejando aparte el reduccionismo gringo -tebeo=superhéroes-, habría que señalar que los superhéroes son un género híbrido y permeable, donde los mismo caben la historias de detectives que la ciencia-ficción o, a qué negarlo, el culebrón más rancio. Sus temas centrales, por convención, vienen a ser el poder, el bien y el mal y cómo "salvar el mundo", presentes en obras maestras como Wachtmen, Miracleman o Astro City. Aún así, no son privativos de la historieta, cine, televisión y literatura pueden acogerlos sin ningún problema, como lo prueba, por ejemplo, El protegido.

Pero El caballero oscuro, en la línea del mejor Año Uno, convierte a Batman en una fantasía de identificación "adulta", en la que ser un "superhombre" no es necesariamente una tarea fácil. El espectador no se recrea pensando en todo lo que podría hacer si gozase de la espléndida fortuna de Bruce Wayne, sino que se revuelve incómodo en el sillón, preguntándose qué haría de estar en su lugar. Como en Wachtmen, el "superhéroe" representante la solución insensata al problema imposible, la espada que corta el nudo gordiano, una respuesta que, aunque efectiva, lleva implícita, en su falta de respeto consciente hacia las reglas del juego que dice defender, la penitencia.

La estructura del magnífico guión, en el que ningún elemento se encuentra al azar o para adornar, gira sobre sí misma. En esa historia cuyos nudos se repiten, son las motivaciones de los personajes las que aportan los matices a cada acto. Harvey y Bruce se ayudan mutuamente sin saberlo, uno carga con las culpas del otro por distintos, al final, el menos corrupto de los dos es el que sucumbe. Muertes fingidas y saltos en la ley, ¿es, finalmente, bueno o malo que Batman no se deba a ninguna ley, igual que el Joker no respeta los códigos internos de la mafia? Cuando el mundo entero es corrupto, ¿saltarse leyes en principio justas está justificado? (Toma retruécano).

La dirección, además, está al servicio de todo esto. Con grandes momentos, es espectacular y sobria en los momentos que debe serlo, y, a pesar de que es una película muy violenta, apenas si se nota. El único delirio morboso son las cicatrices de los dos villanos, exageración de sus traumas personales, y que contrastan con las de Batman, que no lleva las marcas de los suyos a la vista. Y sí, Heath Ledger está horrendamente magnífico, consiguiendo que cada vez que aparezca en pantalla el público se acojone. Todos los personajes tienen algún momento para que el actor se luzca, justificando el reparto de órdago, otro mérito del guión.

Me voy a esperar a que se me pase el entusiasmo para decidir si es mejor o no que Batman Vuelve y en qué nivel del Top Ten de películas de superhéroes habría que colocarla. Desde luego supera a Batman Begins en todo, supongo que por eso los paralelismo que le han sacado con El Padrino II. Nolan, que encima también se encarga del guión, está cerca de convertirse en el mejor director que se haya acercado al género, a punto de comerse a Bryan Singer, Ang Lee y, los santos nos valgan, Tim Burton.

sábado, 16 de agosto de 2008

La carretera, de Cormac McCarthy

Cormac McCarthy es el escritor gringo de moda en la actualidad, un poco por el Oscar aún calentito de la adaptación de No country for old men y otro poco por esta novela, La carretera, ganadora del Pulitzer de ficción en 2007 y que está vendiendo como churros a ambas orillas del Atlántico, siendo traducida a cuantas lenguas civilizadas se ponen a tiro y con adaptación protagonizada por Viggo Mortensen en marcha. Obra de McCarthy son también novelas como Meridiano de sangre o Todos los caballos bellos, y las solapas de sus libros se complacen en presentarlo como una suerte de cartujo al estilo de J.D.Salinger, aunque es algo más fácil encontrar fotos suyas recientes.

La carretera narra las desventuras de un hombre y su hijo supervivientes de un desastre nuclear. La mayoría de las ciudades se han colapsado y apenas quedan un puñado humanos, reducidos casi a animales y que se apañan como pueden con los escombros, en medio de un invierno nuclear que ha cubierto el cielo de ceniza y terminado con los colores. El hombre y el chico se dedican a viajar hacia el sur siguiendo una antigua carretera que aún sigue en pie, suponemos que en alguna parte de la costa oeste de lo que una vez fueron los Estados Unidos. Usan un carrito de la compra para cargar mantas, herramientas y la poca comida que consiguen saquear de los lugares abandonados que van encontrando a su paso. El padre vive en constante paranoia, cargando una pistola para la que casi no le quedan balas y de la que nunca se separa, temiendo tanto al resto de los supervivientes como al momento en que, finalmente, no les quede comida que recuperar ni sur al que llegar.

La descripción de los personajes y el ambiente es mínima, los diálogos cortos y bastante concisos, aunque hay bastantes. El comienzo de la novela introduce rápidamente en la rutina del hombre, cuyo punto de vista filtra la acción la mayor parte del tiempo, a través de varias escenas cortas pero repetitivas, con enormes elipsis entre ellas y apenas ambientación. El estilo -ojo, he leído una traducción- adquiere una cadencia casi cansina, que refuerza la sensación de desesperanza y final inminente que se desprende de la acción. No hay adornos. Al igual que los personajes, lo que preocupa a la narración es el monótono y vacío día a día, siguiendo la carretera y escondiéndose del resto de los supervivientes, luchando tan sólo por tener algo que comer al día siguiente.

Slavoj Zizek analiza su artículo "El choque de civilizaciones en el fin de la Historia" la magnífica Hijos de los Hombres, del director mejicano Alfonso Cuarón. La película describe un mundo futuro, a veinte años vista, en el que la humanidad se ha vuelto completamente esteril. Para Zizek, la esterilidad a la que se refiere la película resulta más espiritual que real, y la sociedad sumida en el miedo y la desesperanza a la que da lugar esa esterilidad es sólo una prolongación sesgada de la nuestra. En la misma medida, aunque tirando más del "realismo mágico" que de la ciencia-ficción, funciona la obra maestra de José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, donde la "enfermedad de la luz blanca" es sólo una excusa para retratar la condición humana.

En La carretera la civilización no se vino por las bombas nucleares, sino por las peleas de lobos sobre las cenizas. El protagonista es el guardian de la esperanza, representada por ese hijo suyo que no conoce el mundo anterior al desastre, una esperanza que para volverse más fuerte, real, posible, tendrá que enfrentarse por el camino a las mayores enormidades. El mundo de La carretera es uno donde los seres humanos viven en la constante desconfianza, ya que han aprendido a cosificarse entre sí, a reducir a los otros al beneficio que puedan obtener de ellos. La violencia o la antropofagia no hablan tanto del mundo post-apocalíptico como del nuestro.

La novela comienza con un sueño del hombre, una pesadilla de muchas que se nos irán desgranando conforme avance la historia. En la morosidad descriptiva del relato hay mucho de voluntad onírica, reforzado por el anonimato de los protagonistas y las situaciones arquetípicas por las que habran de pasar antes de llegar al inevitable final. Los sueños del hombre, que él considera pesadillas porque le recuerdan el mundo anterior, marcan el ritmo, pero los del niño se
regatean. No los tiene. Sólo sueña con el mundo que conoce.

Proteger al niño, al que considera el último dios, vivir para que éste pueda ver un día más, se presenta como una tarea esteril para el padre en la medida en que la humanidad, intuye, debe encontrarse destinada a la extinción. Las decisiones que habrá de tomar para sobrevivir, además, se someten al escrutinio moral del chico, que necesita que su padre le recuerde que son "los buenos", que siguen "llevando el fuego". La pregunta recurrente es si existen más de los buenos, gente como ellos, en alguna parte, con niños como él. La contestación es que debe haberlos, que están ahí fuera, pero se esconden los unos de los otros. El final, pese a todo, es todo lo optimista que puede ser. Los buenos siempre siguen adelante porque nunca se comerían a sus propios hijos, en la metáfora más dura, efectiva y esperanzadora de toda la novela.

Juan Ignacio Ferreras, en su ensayo La novela de ciencia-ficción, considera el género como una especie de "romanticismo hacia delante", donde los autores, en lugar de recrear gloriosos pasados remotos al estilo de Walter Scott o Henryk Sienkiewicz, imaginan un mundo futuro que sirve de tapadera al actual, o en el cual vuelcan sus anhelos o miedos. La Distopia sería el subgénero por excelencia, coronada por obras que han pasado al acervo de la cultura libresca del XXI, aunque con lecturas particulares: 1984, Un mundo feliz o, más recientemente, Soy leyenda, de la cual La carretera es una suerte de "revisión realista". Más en la línea de Un mundo feliz, donde la opresión y la esterilidad vienen de un mundo aterrador que no hace sino colmar todos nuestros deseos, camina un clásico del género en España, disfrazado de space-opera: Lágrimas de luz, de Rafael Marín. Otra cosa es que el género se hibride o, según otros, directamente se muera.

Más reciente que la novela de Marín es el relato del bizarro Jeremy Robert Johnson "La Liga de los Ceros", en las antípodas metafóricas de La carretera pero de fondo casi idéntico, del cual extraigo la cita que cierra esta entrada, una de esas que uno se apunta, esperando hasta que tiene la oportunidad de colarla, venga a cuento o no:

Nadie ha lanzado una bomba. Ningún gran fuego ha chamuscado la Tierra. Sólo terminamos así. Seguimos una progresión natural del pasado al presente. No somos post-apocalipsis, somos post-ayer.

martes, 12 de agosto de 2008

Apuntes olímpicos


Cuatro jornadas y para España dos medallas, una de oro y otra de bronce. La primera, completamente orgásmica, era esperable, pero no de la mano de Samuel Sánchez y menos de esa manera, y encima acompañado de los 37 tacos de Rebellin y de la remontada de Cancellara. La segunda, la de José Luis Abajo en espada individual, también orgásmica por inesperada. En fin, qué orgullo patrio más orgulloso que le entra a uno en fechas como estas.

La Edad de Oro del Deporte Español (LEODE, a partir de ahora y en futuras entradas) se las promete muy felices, pero las quinielas ya han pinchado en hueso en judo y natación. Probablemente se ronden las 15 medallas, con un poco de potra, las 20, pero no sé yo si batiremos -nótese la primera persona del plural que denota mi acendrado patriotismo constitucional- el record de 22 de Barcelona`92. Nadal, el baloncesto y la vela no deberían fallar, pero vaya vuesa merced a saber. En lo del dopaje ni entro, porque el mamoneo de Lissavetzky
en plan "pero qué implacable que soy" no lo cree ni él.

La cobertura periodística está siendo exhaustiva, pero como soy de los pervertidos a los que sólo les interesa el recuento de medallas -cómo en Eurovisión la parte del "guayominí depuán"- y quedar por delante de Portugal y Marruecos, ya que de Francia e Italia no puede ser, no me quejo mucho. Me molesta cuando Carreño se pone a tontear con la del tiempo, pero eso lo hace durante todo el año. Destacaré, eso sí, las dos noticias gilipollas, imprescindibles en todo magno evento de calado mundiás: primero la racista y luego la machista. Recomiendo leer los comentarios de los lectores en ambas, que no tienen desperdicio. Y una pregunta: ¿por qué Marca pone la foto de Almudena Cid, si el texto ni la menciona?

Eso sí, quién iba a decir que, hasta ahora, el programa televisivo que más leña ha repartido en todos los sentidos ha sido el Pasando Olímpicamente de los Gomaespuma. Cliken , si no lo han visto todavía, en el TVE a la Carta de la página de RTVE, y busquen el programa de ayer, lunes 12 de agosto de 2008. Los presentadores se quedan a gusto desde el primer minuto, con la organización pero es que la sección de Ruben Amón reparte estopa a los que ellos se habían dejado.

Y no es lo mejor, eso queda para la entrevista a Moratinos, en la que Guillermo Fesser, al que deberían poner a presentar las noticias, le pregunta por qué no llegan a los mercados europeos las motos eléctricas de bajo consumo que todo el mundo usa en China, y Moratinos suelta una respuesta que, de tan sincera e indicativa de cómo funciona el cotarro, demuestra lo tontísimo que es y los estúpidos que piensan que somos los ciudadanos. Y luego, ya con el otro un poquitín nervioso -yo llamo a Gomaespuma, "Fesser y el otro", ¿qué pasa?-, va y le dice que si los chinos son tan malos por qué España se lleva tan bien con ellos, que si somos los más gilipollas del universo o qué pasa aquí. Impagable.

En fin. No olviden supervitaminarse y supermilenarizarse.

sábado, 9 de agosto de 2008

Transliterando (I): 'Drawing' versus 'cartooning'

Hace poco he tenido la suerte de leer, en el muy recomendable blog sobre cómic Con C de Arte, una serie de ensayos y recopilaciones de declaraciones de dibujantes europeos y norteamericanos que reflexionaban acerca del concepto de “buen dibujo” referido al arte secuencial (1, 2, 3 y 4). Básicamente, tratan sobre el sacrificio de unas ilustraciones de gran complejidad y “realistas” en favor de una narración fluida y clara, a la que ayuda un dibujo más esquemático.

Chris Ware, autor norteamericano “independiente” –esto es, no superheroico–, identifica ambas prácticas con los términos drawing y cartooning, que es imposible traducir literalmente al castellano, pero supongo que si filtramos un poco sentido práctico anglosajón por la exquisita pedantería francesa –que llama scénaristes a los guionistas y dessinateurs a los dibujantes–, podríamos usar para ambos conceptos “ilustrar” y “dibujar”.

Así pues, “ilustrar” implicaría un dibujo –lo siento, pero aquí se me acaban los malabrarismos terminológicos, capitán Kirk, soy pedante, no filólogo–, como diría alguien que entienda de arte y eso, muy figurativo, detallado, complejo, en el que la mirada, forzosamente, ha de detenerse para captar cada matiz. Un dibujo que, narrativamente, ralentiza la acción, ya que congela el tempo de lectura. Unas ilustraciones, en fin, que exigen cierto esfuerzo en un momento dado.

Por contraste, “dibujar” da lugar a unos personajes y escenarios menos “realistas”, a un espacio más esquemático y, hasta cierto punto, típico, que se puede identificar fácilmente. Seguir el “movimiento” de una viñeta a otra se hace más sencillo, y comprender “qué es lo que ocurre” también. Como cuentan Jean-Claude Mézières y Gil Kane en su conversación, el dibujo al servicio de “la idea”. Le dan un poco de caña a Jack Kirby, pero realmente no creo que“el Rey” fuese tan manierista. Quizás es que sabía narrar demasiado bien, y el gusto por la acción y lo espectacular lo perdían... claro que, a ver quién es el guapo se queja de eso.

Esto tiene una traslación muy sencilla a otros medios. En la esquina de “los ilustradores” y sus bellas estampas que anulan la acción, con mucha reflexión y mucho esteticismo de ese, junto a dessinateurs como Jean "Moebius" Giraud, Van Hamme y Milo Manara (ejem), tenemos a –agárrense los machos– Ingmar Bergman, Stanley Kubrick –casi siempre–, Sofía Coppola, Leopoldo Alas “Clarín”, Azorín, Thomas Mann –aunque este señor era bipolar–, Gustave Flaubert, Javier Marías o Ray Loriga. Enfrente, con ganas de pelea y tan nerviosos que parecen rabos de lagartija, patrocinados por Jack Kirby, Hergé y Osamu Tezuka, los señores John Ford, Steven Spielberg –la fusión Lee+Kirby aplicada al cine–, Ridley Scott, Christopher Nolan, Pío Baroja, Benito Pérez Galdós –que se las sabía todas–, Fiodor Dostoievski, Alejandro Dumas –a veces sí, a veces no–, Charles Dickens, Arturo Pérez-Reverte y los Wu Ming.

Tiene mala leche la división, ¿eh? Simplista y demagoga, como mínimo, y seguro que se puede cambiar de sitio a –casi– todos. En la primera categoría he colocado a los mariquit... perdón, a los “artísticos”, en la segunda, a los “populares”. Al final, gracias a mi nada sutil manipulación, el drawing versus cartooning resulta ser el eterno debate entre continente y contenido, entendiendo este último casi más como algo que “tenga interés” que como algo “interesante”. Pero tampoco hay que pasarse, avispado lector –o lectriz–, que he de hacer notar cómo ha quedado fuera el petardeo. Rob Liefeld, Michael Bay o Julia Navarro son la mar de entretenidos, y Miguelanxo Prado, Julio Medem o Carlos Ruiz Zafón la hostia de pedantes, pero no los he incluido.

Por ejemplo. ¿Qué se supone que estoy entendiendo por “narrar bien”? He incluído en esa categoría a Christopher Nolan, director de películas como Memento o El truco final, cuya estructura es, cuando menos, peculiar. Por si acaso alguien no las ha visto, diré que Memento está contada al revés, la primera escena es la última en la cronología de la historia, y que El truco final se compone de varios flashbacks dentro de otros flashbacks, con un personajes leyendo el diario de otro, que cuenta en este lo que ha leído en el diario del primero. Y aún así, Nolan es un buen “narrador” porque ha rodado unos guiones de su propia cosecha que estaban escritos para, a la hora de ser magnificamente montados, todo le fuese quedando clarísimo al espectador, el cual podría ir sumando dos y dos perfectamente. Aunque, supuestamente, las dos películas tiene finales estilo El sexto sentido, donde “todo lo que creías es mentira”, en realidad son cosas que te puedes ir imaginando casi desde la primera escena.

¿Y sobre “las bellas estampas que anulan la acción”? Pues eso mismo, sean o no elaboradas compilaciones filológicas de impecable léxico. Independientemente de los significados y significantes o las dobles y triples lecturas que los planos generales y descripciones detalladas puedan tener, provocan en el espectador/lector un profundo y placentero sueño... Bien entendido que entre las diez películas que me llevaría a una isla desierta –no sé donde enchufaría el portátil, eso sí, a menos que fuese La Isla hay, al menos, una de Bergman, otra de Sofia Coppola y otra de Kubrick, tengo que admitir que son un coñazo, al igual que los densos novelones de Azorín, Flaubert o Javier Marías.

Maticemos, maticemos... No son un coñazo, pues de sus estilos recargados pueden extraerse miles de lecturas que, sin duda, entretienen, y mucho, al ped... cultivadérrimo lector que de ellas quiera disfrutar, pero, también sin duda, requieren de un esfuerzo de comprensión mucho mayor que La lista de Schindler o La piel del tambor. Por ejemplo, en una anécdota extraída del tristemente extinto programa “Qué grande es el cine”, como aquél amigo de Juan Manuel de Prada que, en mitad de una proyección de Fresas salvajes, se levantó a masajearse las sienes porque le dolía el majín de tanto exprimirlo.

Y esto no porque sean “mejores” o “peores”, más o menos “bonitas”, o más complejas en el sentido de multiplicidad de lecturas, sino, “simplemente”, porque el modo en que han codificado sus chorrocientos significantes –no tienen nunca porqué ser más que los de las otras– es moroso, lentorro, complicado... ¡pedante! A medio camino entre ambas vías, el mejor, el más grande, el único Gabriel García Márquez, con Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera y Cien años de soledad atrapando el tiempo, congelándolo, y sin embargo haciéndolo fluir con naturalidad inusitada. Empiezo a intuir, a todo esto, que hace un rato que me aleje de la definición “canónica” que dí al principio de drawing y cartooning.

Como no quiero regalar a mis lectores y lectrices un tochazo antológico –y qué creerá el tío qué es esto, estarán pensando–, voy a dejar aquí esta entrada, la primera de una serie que no sé adonde me llevará, en esta, mi humilde tarea pedante. En la segunda entrega, tras establecer las bases de mi insanía mental y mi ignorancia tebeístico-literario-cinematográfica, me propongo seguir pegándome leches contra la teoría de la enunciación rescatando la eterna pregunta: ¿cuál es la diferencia entre un artista y un artesano?

Esperando su participación, se despide, una vez más, el pedante.

viernes, 8 de agosto de 2008

Cuando te digo chino, chino, chino del alma, tú me contestas...


La stella che non c´e, de Gianni Amelio, es una película italiana del año 2006 que tuve la oportunidad de ver en el Festival de Cine Europeo de Sevilla del mismo año. Lenta como el caballo del malo, trata de la peripecia un ingeniero italiano, Vincenzo Buonavolontà -Sergio Castellito, una estrella en Italia al que yo no conocía de nada antes de ver esta película-, responsable de un alto horno de una empresa que se deslocaliza a China. El alto horno tiene un defecto en una de sus piezas y sólo él sabe donde está el fallo, así que reune todos sus ahorros y con el recambio viaja hasta China para sustituirla. Pero cuando llega a Shangai, el alto horno ha sido vendido a otra empresa distinta que está en pleno centro del país, y cuando consulta con esa, en otra... Le sirve de guía una intérprete de italiano, Li, que lo estudio "porque no le alcanzaba la nota para estudiar un idioma importante".


En la secuencia final Vincenzo llega él solo a la puerta de la factoría en la que por fin se encuentra su alto horno, pero no entiende ni una palabra de chino y ni siquiera habla inglés, así que no tiene forma de entrar. Se sienta en la acera, desesperado, y la pieza que lleva en la mano se le cae al suelo. Entonces, uno de los ingenieros chinos que entra al trabajar la ve y se sienta junto al italiano. Rápidamente, Vincenzo saca los planos del alto horno y, sin decir ni una palabra, los dos se entienden perfectamente. El chino le agradece por gestos su ayuda y él se marcha satisfecho. Sin un duro, cansado, sudoroso y perdido en el otro lado del mundo sin saber el idioma, pero completamente féliz. Luego vemos como su colega chino llega al alto horno con la pieza en la mano... y la deja caer sobre un contenedor lleno de piezas idénticas. Hay otra escena después, que cierra la historia de Vincenzo y Li, así que no les he reventado el final. Y es lo de menos. Lo importante es siempre el viaje.

Esta introducción, aparte de tener por objeto reclamar el visionado de la película, estrenada unos meses después bien doblada y traducida como La estrella ausente, viene a cuento porque es la primera referencia que se me viene a la cabeza en medio de la polémica olímpica a cuento de Pekín`08 (más allá, por supuesto, de Madame Mao, el Dios Mono y Ang Lee). La estrella a la que hace referencia el título está ausente de la bandera de la República Popular China, y no se nos acaba de explicar cual debería ser su significado.


No es nueva la hipocresia que Occidente lleva luciendo respecto al capitalismo autoritario de los comunistas chinos (y si esta última concatenación de sustantivos y adjetivos no te da ganas de arrancarte el cráneo, vamos a tener un problema tú y yo, abogado). Estamos hartos de ver a nuestros sensatos, democratiquérrimos y tolerantísimos líderes europeos hacerse la foto estrechando la mano de Hu Jintao, llámense José Luis o José María, Nicolas o Tony. Bush Sr. o Bush Jr. Los chinos aportan un montón de mano de obra barata, allí, que la gente no nos vota, y unos "mercados por desarrollar" donde colocar las empresas de los amiguetes que nos pagan las campañas electorales. Hasta Manuel Chaves se llevo una legación diplomática con periodistas a puñaos sacándole fotos molonas. Dice el Foreign Policy de este mes que el autoritarismo no ayuda tanto al desarrollo. Que a India le va igual de bien o mejor. Pse. Nadie invierte donde hay que pagar sueldos decentes.

La bajada de pantalones del Comité Olímpico Internacional en el discurso inaugural ha sido antológica, eso sí. De todos modos, al escuchar al presidente del COI, Jacques Rogge, hablar de que al "olimpismo" no le importa el sistema político o las creencias religiosas, hay que concederle que mantiene cierta coherencia en su actitud tradicional ante regímenes, digamos, de "libertad moderada". No sólo del COI, que embromar, sino de cualquier organismo deportivo internacional. Así, tuvimos los JJOO de Berlín 1936, la Eurocopa de fútbol de España 1964 o las Copas del Mundo de Italia 1934 y Argentina 1978, sin meternos en Moscú 1980 o fenómenos similares, que mis filias y fobias me impiden tratar sin escupir las consignas que me dicta el Politburó.


La diferencia, eso sí, estriba en que, exceptuando Moscú, todos los acontecimientos antes mencionados se concedieron a los susodichos países o ciudades antes de que en los mismos se estableciesen regímenes "de seguridad ciudadana elevada". Eventos mundiales, de hermandad y buenrrollismo, que acabaron secuestrados como espectáculos de propaganda y lavado de cara de asesinos y opresores. Del mundial de fútbol de Argentina, Jorge Valdano y Ángel Cappa recuerdan una anécdota epatante, más allá de los abrazos de Joao Havelange, entonces presidente de la FIFA, al espadón Videla. En medio del debate sobre los Derechos Humanos, la televisión argentina emitía en televisión un anuncio que rezaba: "Los argentinos somos derechos y somos humanos". Visto desde aquí, casi parece gracioso. Luego, en el 86, algunos aficionados celebrarían el segundo título mundial de la albiceleste al grito "¡Al fin ganamos en democracia!".

Se ha hablado de la "tregua diplomática" solicitada por China al resto del universo. Bush, como un mariquita, ha hablado de Derechos Humanos antes de cruzar la frontera, pero ahí estaba, aplaudiendo, igual que Sarkonazi y Felipe y Letizia ("cómo si fueran personas humanas", que diría Camacho). Lo mejor de todo, las instrucciones a los deportistas dictadas por algunos comités nacionales (ejem, ¿no tengo que dibujarlo, verdad?) y el propio COI. Algunos han pataleado. Ole sus huevos, pero en lo que a España se refiere, si superamos las 22 medallas de Barcelona`92, olvídense de las "critiquitas" que estamos viendo estos días, o del anuncio del Lancia con Richard Gere visitando Lasha que han colado en la primera tanda. Los Juegos de Pekín los mejores de la Historia y punto pelota. Nusotros semos asín.


Pero el problema es que el bueno de Jacques Rogge tiene razón. Por lo que respecta al COI, el sistema político, la religión o los derechos humanos importan un pedo. Lo que importa es el dinero, las audiencias y la publicidad. Luego, todos los países utilizan los Juegos Olímpicos como eventos propagandísticos, llámense China, Grecia o España. Los Estados Unidos siempre aprovechan para demostrar que son los más mejores. En el 2000, los australianos aprovecharon para presumir de lo integradísimos que están los aborígenes (permítanme que me ría). En el 92, los españoles vivimos uno de esos episodios que todavía nos dan de Patriotismo Constitucional, en plan, "mirad, mirad, semos un país normal", aderezado con gotas de cosmopolitismo snob catalán. Agárrense para ver en la Copa del Mundo de fútbol de Sudáfrica 2010 una exhibición de integración post-apartheid (permítanme que me ría otra vez).

Poderoso caballero, que diría un clásico.

PD1: Apunte sobre la tradicional tregua olímpica. Rusia invade Georgia (bueno, Osetia del Sur). Precioso. Otro adalid de la paz mundial y la democracia, el bueno de Putin. Tiene que estar deseando que su amigo Abramovich le compre unas Olimpiadas para San Petesburgo. O mejor, las segundas para Moscú, en plan "ahora semos un país normal".


PD2: Apunte forofil. Es una vergüenza para la Federación Española de Fútbol que sean los segundos Juegos Olímpicos de los que quede fuera la selección del ramo, con el agravante de que es el único deporte de equipo donde nuestro país no tiene representación (a excepción del beisbol, pero se les perdona). También debería serlo para la FIFA que el suyo sea el único deporte donde no concurran las principales estrellas mundiales. Pero eso es otro problema. Y a mí nadie me llama gallina.

jueves, 27 de marzo de 2008

Las bienvenidas espartanas y los francotiradores de Stalingrado

Hoy, 27 de marzo de 2008 -empiezo a escribirlo hoy y se sube con esa fecha, ignoro cuando lo publicaré o cuando lo leeras, porque siempre escribo muy largo-, un puñado de estudiantes de la plataforma No a Bolonia de la Universidad Hispalense se ha acercado hasta la fábrica de tabacos para dar la "bienvenida" al nuevo rector, Joaquín Luque, que, bueno, viene a ser la opción continuista frente a Miguel Florencio, que quitó el sufragio universal, está vendiendo a plazos cátedras para empresas y más cosas que dan un poco igual porque a estas alturas del partido cualquiera que se acabe poniendo ahí las acaba haciendo.

En el cómic de 300, y vosotros y yo sabemos por qué cambio de tema, un enviado del emperador Jerjes se acerca hasta el campamento griego y Leónidas advierte a sus aliados focenses que le darán una "bienvenida espartana". La misma consiste en un muro construído con los cadáveres de los espías persas que han ido capturando y asesinando desde que se establecieron en las Termópilas, ademas de la amputacion de una mano del susodicho emisario cuando acaba por pasarse de la raya.

300, el comic y luego la pelicula, ha suscitado polemicas de lo mas variopinta entorno a su -inexistente- fidelidad a la Historia y a la supuesta propaganda politica que realiza, en torno a los occidentales/estadounidenses "buenos" encarnados por Leonidas y compañia y los orientales/musulmanes/iranies "malos" representados por el Imperio Persa. Ya he mencionado o enlazado desde este blog, creo, dos articulos que defienden puntos de vista muy diferentes sobre este punto, ambos realizados desde un punto de vista que por llamar de alguna forma llamare marxista: el del filosofo esloveno Slavoj Zizek y el del escritor y activista italiano Wu Ming 1. Como a lo mejor no os apetece leerlos -merecen la pena mas que yo, perros-, hago un resumen.

Slavoj Zizek es sociologo, psicologo y un par de cosas mas, aunque a efectos practicos es el penultimo pensador marxista, de nacionalidad eslovena, formado en la Yugoslavia de Tito, y que en la base de sus teorias reune a Lacan, Lenin y el cine comercial de Hollywood. Durillo de leer en formato libro, sobre todo para los que no tenemos ni pajolera idea de psicoanalisis, se lo lleva mejor en articulos cortos, y es muy dado a analizar las implicaciones de blockbuster tipo 300. En el articulo 'La verdadera izquierda de Hollywood', Zizek planteo que en el fondo del planteamiento de la pelicula -no habia leido el comic- se encontraba un contenido mas subversivo del que la critica desde la izquierda le otorgaba. El Imperio Persa como maquina de guerra implacable, decadente y multicultural en el mal sentido era opuesto a un puñado de guerreros que defienden disciplinadamente su modo de vida, proponiendo su sacrificio como ejemplo para el resto de griegos. En el fondo, sostiene Zizek, subyace la idea de la disciplina y el control del propio cuerpo como el unico arma de que dispone aquel que no tiene nada. La libertad no es un don caido del cielo, dirian los espartanos. La libertad se gana.

Wu Ming es un movimiento dificil de definir. Los cinco autores italianos que lo integran son herederos, en cierta forma, del Luther Blissett Project, una iniciativa de, llamemosla, "guerrilla cultural", que surgio en italiana y se extendio por el resto de Europa en la segunda mitad de los 90. Como teneis el enlace a la derecha y ademas pienso tratarlos en una proxima entrada -que seguramente acabare por no escribir-, yo sigo a lo mio. Lo que interesa aqui es que Wu Ming, entre otras propuestas y contaminados de semiotica de esa, sostiene que los mitos y arquetipos heroicos que se reflejan en cualquier narracion no pertenecen al autor sino a la comunidad dentro de la que se produce esa obra, y que todo autor es colectivo, entre otras cosas. Wu Ming 1 escribio un articulo casi tan polemico como el de Zizek argumentando que defender 300 es puro epater les camarades, y analizando que todo tanto en la pelicula como en el comic y en la trayectoria de Frank Miller sugiere que la primera lectura, neocon, militarista y rozando el racismo, es la correcta.

Me temo que aun encantandome Frank Miller, tengo que darle la razon. El autor de Sin City, Ronin y El retorno del señor de la noche parece moverse en un terreno ambiguo entre la impugnacion del sistema y el conservadurismo policial mas rancio, pero no hay que olvidar nunca que los extremos se tocan y que la extrema derecha es tan partidaria de las revoluciones y de derrocar gobiernos como cualquier aspirante a bolchevique que se precie. En fin, esto lo dice Wu Ming 1 en su articulo. 300, de Zack Snyder, no se parece a la adaptacion que Paul Verhoeven hizo de Tropas del Espacio -que necesite dos ver dos veces para tomarme en serio, lo admito-, en la que parodiaba el militarismo de la novela Heinlein. Este novelista de ciencia-ficcion no era tan diferente de Miller en esa ambiguedad de libertarian, pero no yo tampoco hace falta verlo leer a Aynd Rand para convencerse. Los extremos tienden a tocarse y no existen las obras homogeneas, pero cerradas en si mismas, la "intencion ultima" de los autores en 300 -comic y pelicula- y Tropas del Espacio -solo la novela- es militarista y conservadora.

Por otra parte, y aqui viene cuando me meto en camisas de once varas, no creo que Slavoj Zizek quisiese referirse, pese al titulo de su escrito, necesariamente a Zack Snyder y Frank Miller, aunque parece intuirse que no esta familiarizado con la obra de ninguno de los dos. Mas bien, da la impresion de que Wu Ming 1 decida olvidarse de si mismo y de Umberto Eco, cuyos trabajos los estudiantes de comunicacion a poco que quieran acaban conociendo bien, y que el movimiento Luther Blissett y el mismo colectivo Wu Ming han tenido, de una forma u otra forma, tan presente.

Sin liarme mucho, que cito de memoria y tampoco he leido tanto a don Umberto, esta ya mas o menos aceptado que un texto no cobra sentido completo hasta que el lector se lo otorga. La "negociacion de sentido" eterna entre emisor y receptor se resuelve en base a una serie de factores contextuales, culturales, etc. que influyen en el tipo de lectura que se realice de un determinado mensaje. Eco a veces sostiene que no existen las "lecturas aberrantes" -es decir, inadecuadas- y otras que si, la cuestion podria ser que, en el fondo, son otra convencion, y una lectura no es aberrante en tanto en el contexto de recepcion-asimilacion del mensaje sea "posible". Vamos, que en el fondo depende en un 90 por ciento del lector y el resto de la capacidad de controlar la recepcion del emisor. O no, yo que se.

Menos rollos: lo que usemos del mensaje que 300 intenta enviarnos depende, en ultimo termino, de nosotros. En 1962, con la Guerra Fria en todo su esplendor, Los 300 espartanos, de Rudolph Mate fue interpretado -y lo era- como propaganda antiURSS. Herodoto ya conto la pelicula como le parecio. Cada epoca interpreta la batalla de las Termopilas segun sus terminos, la parodia Casi 300 que acaba de llegar a los cines no es sino la prueba de como puede llegar a asimilarse y reformularse el mensaje.

Wu Ming 1 define la pelicula como una experiencia cerrada, una falange espartana que hay que aceptar y rechazar en bloque. Sin embargo, el proyecto que bautiza a este autor italiano, ¿no surge de la idea de que al final, los mitos no pertenecen a las intenciones del autor sino a un "nosotros" que la comunidad en la que ese mensaje cobra vida? En las llaves del judo, la fuerza del adversario se usa para derribarlo. En la batalla de lo simbolico, donde Luther Blissett o Wu Ming tratan de disputarle la clientela al llamado "pensamiento unico", para la guerrilla no queda otro remedio. Con la demagogia de rigor y la aficion al simil de la cultura pop, citare de memoria al personaje que Gene Hackman encarna en Enemigo publico numero uno, de Tony Scott, cuando alecciona a Will Smith sobre las tacticas de la guerra de guerrillas: "Usas el tamaño a tu favor. Tu eres rapido y ellos lentos, cada vez que das un golpe, usas su material o lo inutilizas, asi que tu ganas y ellos pierden"... a Hackman no le va muy bien, pero no es dificil captar la idea.

¿No es acaso lo que hacian, inconscientemente, los primeros fans de Stark Trek que escribieron los celebres slash, prefiguraciones del fanfiction, en los que el capitan Kirk y Spock aceptaban su mutua atraccion homosexual? El fenomeno del fanfiction o el movimiento fan como participacion activa del lector en la elaboracion de un mensaje que acaba por superar los limites que preveia el emisor forman parte de los experimentos que fundamentan Wu Ming y sus novelas 54 o Manituania. Entre el fandom de los comics Marvel o DC es habitual la sensacion de que determinadas historias "canonicas" que publica la editorial sean consideradas por los lectores como una "traicion" a la esencia de los personaje, de ahi el fanfiction que "corrige" a... ¡los dueños del copyright! Es, en el fondo, toda una idea programatica sobre mitopoiesis, que se realiza inconscientemente y que es la bandera del proyecto Wu Ming: ¡los personajes, los conceptos, no son vuestros, son nuestros! Un narrador colectivo, que es todos y no es nadie, que, al estilo de Pedro Paramo, de Juan Rulfo, surge de las entrañas de la Tierra.

Asi que... ¿que mas da la intencion de Miller? Los que importamos somos nosotros, y como reconducimos la innegable inyeccion de adrenalina que produce la pelicula, con esos malos caricaturescos -"no es con la espada con lo que los tengo subyugados"- y ese homoerotismo para nada subyacente. Al final, no es lo que lees, no es lo sabes, sino para que lo utilizas. Es lo que pregona Zizek, a su manera, recordando como Kung Fu, en los 70, hablaba del propio cuerpo como arma, la ventaja del que no tiene nada. Pero en el fondo, ambos mensajes, ¿no remiten a la violencia?

Atencion, voy a dar otro rodeo, mas pedante e incongruente que el anterior.

El fantasma de Trotsky es hoy el guru de la pseudoizquierda alternativilla de postal. El trotskismo tiene el atractivo del perdedor (Snowball en Rebelion en la granja, La Hermandad en 1984, los poumistas del 37...), ademas del programa sin cristalizar de la revolucion permanente y la promesa no relacionada de un socialismo real menos asfixiante que el capitalismo de Estado de la URSS. Trotsky, que empezo siendo menchevique, es decir, socialdemocrata, fundo el Ejercito Rojo, su revolucion permanente era una Guerra Mundial permanente hasta que triunfase la Dictadura del Proletariado... ¿este es el hombre cuyo legado preferimos al de Stalin?

La dicotomia de la izquierda actual se resume en dos iconos revolucionarios del siglo XX: el Che Guevara contra Gandhi. ¿Alguno de los dos tuvo exito? Es muy discutible, aparentemente no, y su influencia real ha sido minima, ya que sus mensajes fueron fagocitados, masticados y escupidos, hasta el punto de pervertirlos y cosificarlos, por un sistema implacable. Planteemos la famosa dicotomia a lo burro: aparentemente, manifestarse al final nunca sirve para nada. ¿Sera la solucion montar barricadas? De la tirania de lo politicamente correcto no estan libres grupos que se echan a la calle acomplejados de salida por la posible imagen negativa que se vaya a dar de ellos en los medios... y que, a veces, muy en el fondo, la desean, para poder mantener la imagen de marginalidad: el sistema practica la tactica del abrazo del oso, cuando te propone negociar te vampiriza el contenido y te deja con la carcasa de la apariencia. Luego esta el problema de la atomizacion, las microluchas que hacen parecer que solo se quiere "corregir" el sistema en lugar de impugnarlo -odio esas cosas llamadas sentido practico y sentido comun, en serio- y la ausencia de un programa tangible.

Otra pelicula: Enemigo a las puertas, de Jean-Jacques Annaud. Adapta en bonito la leyenda del francotirador ruso Vassili Zaitsev, que durante la batalla de Stalingrado la propaganda rusa convirtio en heroe, apuntando un par de centenares de alemanes muertos. En el film, el personaje interpretado por Jude Law no se cree mucho de la propaganda stalinista, pero su amigo, el commisar Danilov encarnado por Joseph Fiennes, lo convierte en mito, justificandolo ante sus superiores con un razonamiento sencillo: amenazar a los hombres no sirve para que luchen mejor, inspirarlos si.

Wu Ming 1 habla en otro articulo de la celebre argumentacion de Malcolm X a los negros norteamericanos alla por los 60: tu abuelo no iba en el Myflower, tu abuelo era mercaderia, pero tambien tu abuelo era Nat Turner, era Toussaint L´Ouverture... ¿Y nosotros? ¿Quien es nuestro abuelo? ¿Quienes somos nosotros y donde esta nuestra identidad compartida? Nuestros abuelos no eran francotiradores, sentimos el aliento del verdugo sobre su tumba -que diria Reincidentes-, pero nosotros somos los tiradores solitarios de Expediente X, que no tenemos nada mejor que hacer que creer que cambiamos el mundo desde un piojoso blog que solo leen tus cuatro amigos de clase mientras mueven el dedo en circulos a la altura de la sien.

El problema es que, ya desvariando del todo, la falange espartana, como explica Leonidas a Efialtes, basa su fortaleza en que cada hombre protege al de su izquierda con el escudo desde el cuello hasta la pierna. Un solo hueco y se viene abajo. Alexis de Tocqueville gana la batalla desde dentro.

Claro que siempre quedan las bienvenidas espartanas.

lunes, 10 de marzo de 2008

El votante inútil

Lo confieso. Soy un votante inútil.

Desde que tengo derecho al voto, excepto en un par de excepcionales ocasiones y por razones que no veo necesario enumerar, lo he ejercido apoyando a los candidatos de Izquierda Unida. Hace poco una amiga me ha explicado el concepto gringo del yellow dog democratic, votantes del Partido Demócrata tan "cautivos" que admiten que si este presentase a un perro amarillo en sus listas, ellos lo apoyarían. Bueno, a efectos prácticos, yo soy un yellow dog left o algo así, y, desde mi personal e intransferible punto de vista, lo más parecido a un partido de izquierdas que se presenta con posibilidad de representación parlamentaria en España es IU. Perspectiva que me parece muy triste, ya que mi voto útil -entendido éste como votar algo que no te satisface pero te parece lo menos malo, usualmente el voto que migra de IU o formaciones nacionalistas como BNG o ERC hacia el PSOE- es, para más inri, completamente inútil.

Izquierda Unida ha ido descafeinándose a velocidad de vértigo, convertida en un partido que finge ser extrema izquierda cuando es simple socialdemocracia maquillada. Que algunos encuentren sus posturas radicales sólo confirma el desastroso panorama del pensamiento único, el Fin de la Historia, el Apocalipsis de las cacatúas o como lo queramos llamar. PSOE, PP, UPD... se mueven en el terreno del liberalismo matizado, pequeños toques de supuesta ideología que esconden una escandalosa ausencia de diferencias sustanciales. El ecologismo no es una ideología, la socialdemocracia o la democracia cristiana tampoco, son sólo formas diferentes de administrar el sistema de mercado.

Veamos. Desde mi punto de vista el aborto libre, los matrimonios homosexuales y demás soserías no son política, sino código civil. Maquillaje para programas económicos que inciden realmente en cómo vive la gente y qué derechos realmente se le permiten ejercer. Una cosa es lo que ponga la Constitución que podemos hacer y otra lo que los sueldos y la gestión de los recursos del Estado nos permiten hacer. ¿De qué sirve a dos homosexuales poder casarse o adoptar si no van a tener casa donde poder formar esa hipotética familia? La ampliación de los derechos sociales es maquillaje. Incorporar nuevas minorías al capitalismo no lo hace más benigno, sino que lo vuelve más perverso. Ya dijo el profeta que los fanatismos que más debemos temer son aquellos que pueden ser confundidos con la tolerancia.

En cuanto al nacionalismo, los dos partidos regionalistas más fuertes en España, CiU y PNV, son aún más conservadores en lo social -de lo político, que es lo económico, ni hablo- que el Partido Popular. El nacionalismo es otra manera más de administrar el capitalismo y fue lo que mató a la URSS y dio lugar al estalinismo, ejem: convertir la Revolución y la ideología en "cuestión de Estado", supeditada a los intereses de una comunidad concreta, un medio de mantener el poder y no un fin en sí misma. (Constríñase todo esto a mi supina ignorancia). La izquierda, por definición, es internacionalista. El PNV, CiU y demás curiosidades de la ciencia política no deberían gozar de barra libre porque durante el franquismo se proscribiese el catalán y el vasco. Partidos aluvión que concentran votos no bipartidistas, son peligrosos, pero alguien aún más peligroso.

Zapatero es peligroso. No porque vaya a romper España, sino porque no va a hacerlo. Si la diferencia entre Zapatero y Rajoy son los matrimonios gays y el número de becas que se conceden, si los dos van a hablar de conceptos ambiguos de seguridad y de recortes de impuestos, de superavits y de apoyo a las empresas, ¿qué importa? Las becas y las subvenciones no son de izquierdas porque implican que existen servicios por los que hay que pagar y que el Estado sólo tiene que corregir algún desajuste. No garantizan un derecho, lo retiran. El debate no es si se repartan mejor o peor o donde hay que poner el corte sino para qué sirven realmente. El problema es que el neoliberalismo se está poniendo las botas, vamos a pasar de las becas a los préstamos de estudios -es decir, el que quiera estudiar tendrá que hipotecarse, literalmente- y la única solución de la izquierda ha sido tratar de enrocarse en el Estado del bienestar. Puede que el estalinismo no fuese Jauja, pero convertir ahora las tácticas de la socialdemocracia en la panacea no las hace buenas.

El problema es que la época del homo viddens vivimos de imágenes. ZP no va a impedir, por ejemplo, la privatización de la educación pública, ni va a frenar la desnatulización de la vida privada, familiar y laboral a la que lleva el actual ritmo del turbocapitalismo y esas cosas. Pero casará homosexuales y dirá "ciudadanos y ciudadanas" y la supuesta izquierda sociológica -burguesía bohemia que siempre ha comido caliente pero cuyos hijos vivirán hipotecados hasta las cejas- lo votará entusiasmada. ZP pone algo más bajos los listones, pero no los retira. Y somos tan idiotas que nos parece bien, porque lo apoyan Serrat y Sabina, que corrieron delante de los grises.

Pero esos fueron otros. Fue la perversión ad nauseam de la política española porque el feudalismo se prolongó 40 años en pleno siglo XX. No eran comunistas ni socialistas, sólo liberales que reconducían su deseo de oposición por las vías que se les ofrecía, y que así consiguieron descafeinar para siempre un ánimo revolucionario que, aún así, la Unión Soviética había contaminado mucho tiempo atrás. Nosotros somos lo que estamos aquí ahora, y la mayoría ni nos acercamos a corrientes rojas y alternativas porque nos parece ver la escena de La Vida de Brian donde Chapman tiene que ponerse a gritar que el enemigo común son los romanos, porque a veces son niños de papá que fingen ser rebeldes y otras veces gente que parece estar jugando a las casitas, y porque la mayoría sufren de aquello que me gusta llamar el síndorme del último hombre cuerdo en la Tierra, un autoengaño egocéntrico que lleva a pensar que cualquiera que no piensa punto por punto igual que tú es idiota, tal que un Inquisidor del XVI sin mechero a mano.

En fin. Mi ego desmesurado no ha leído lo suficiente de Rosa Luxemburgo o Trostky para saber en que parte del espectro se sitúa, ni para ser capaz de juzgar si los indigenistas de Latinoamérica son el socialismo del siglo XXI o la simple incorporación de sus comunidades al gran juego. Tampoco está tan imbuido de autosuficiencia post-Transición o de adoración a Fukuyama como para sonreír de medio lado al nombrarlos. Gasto dinero como un perro, vivo mi vida, caigo mal a los alternativos, voy a manifestaciones y me desespera la aridez política del panorama. Hablando en plata, que las elecciones no habrían servido absolutamente para nada aunque Izquierda Unida hubiese obtenido mayoría absoluta, porque la voto por ser lo menos malo. En fin.

sábado, 26 de enero de 2008

Pepe Carvalho, Alex de la Iglesia y la estrategia de Mary Poppins

Tengo pendientes unas cuantas entradas, en el apartado de "borradores", que corregiré y actualizaré en la medida de lo posible (Capello entrenador de Inglaterra, Beowulf, ¿Por qué coño no se estrena de una vez Los cronocrímenes?, Creacionismo strikes again, Por qué he matado a Kundera), además de planificar la reforma del blog ahora que la asignatura de Producción Periodística ha terminado y tengo un pedazo de 10 del que estaría muy feo presumir. Pero antes de eso, dado que mis fans andan inquietos -Ana, Supermán, Naru, Mamá, va por vosotros-, voy a retomar una obsesión que ya traté en otro tiempo y lugar, para no dejar abandonada la que es mi humilde tarea pedante. Y si continuo esta escalada de autorreferencia, por muy adecuado que resulte a la intención última del blog, por favor, qué alguien me pegue un tiro.

"La estrategia Mary Poppins", que da título a esta entrada, o "técnica del caramelito" se basa en, bueno, la estrategia que emplea Julie Andrews para conseguir que los niños repipís de Mary Poppins ordenen su habitación: convertirla en un juego, con la célebre e irritante canción cuya letra original desconozco: "Con un poco de azúcar esa píldora que os dan, la píldora que os dan, satisfecho tomaréis", etc. Digo Julie Andrews y no su personaje, porque más tarde repetiría en Sonrisas y lágrimas para domesticar a la numerosa y aria prole del capitán Von Trapp. Qué por cierto, ¿de verdad era capitán de la Marina? ¿En la Marina de AUSTRIA? Danubio abajo en canoa, me imagino, aunque supongo que esto me pasa por no haberme leído el libro o investigado la historia real de los Von Trapp para cerciorarme.

Pero me columpio. Digamos que la "técnica del caramelito" responde a la consabida estrategia practicada por los camellos y que todas las abuelas del universo conocen perfectamente: repartir droga a la puerta de los colegios -como Zapatero- pegada a un caramelito. Qué cómo dijo el poeta, yo salía todos los días a buscarlos, pero nunca estaban. El "caramelito" es el pan nuestro de cada día en esta sociedad del homo viddens y la madre que lo parió, con esa publicidad que se anuncia a sí misma y esos periodista enredados en la teleraña, dedicados a rellenar los espacios que sobran en el planillo después de colocar los anuncios, ¿o no? Puestos a ello, se puede encontrar en cualquier cosa que nos quieran vender. Estamos hartos de oír que los coches no son coches, son status; que las hipotecas son futuros idílicos con niños rubios y fácilmente ahogables en una bañera media, etc.

Aplicado a la literatura y al cine -aún cierta forma de texto ilustrado, como lamenta Peter Greenaway-, el recurso más "caramelito" que se me ocurre es considerado un género en si mismo y se llama "suspense" o, en ocasiones, siendo lo mismo pero no siendo igual y viceversa, "género negro". Voy a aparcar esto último a un lado para retomarlo más tarde, porque a lo que me quiero referir es, en roman paladino, al esquema de las historias de detectives, con su Sherlock lleno de ticks y su Watson dándole excusa para reflexionar en voz alta, su víctima rara vez del todo inocente, su galeria de sospechosos a cada cual más intrigante, sus macguffins y sus sorprendentes -o no- giros argumentales.

A los detectives de ficción se los puede dividir en dos grandes categorías: los Sherlocks y los Maigrets. Los Sherlocks son fríos, cerebrales, apegados al dato, a la prueba incriminatoria y al más puro razonamiento lógico. Los Maigrets, por contraste, tienden más a la intuición, al sentido común, a introducirse en el contexto del crimen y, si es necesario, incluso ponerse en el lugar del asesino, buscando comprenderlo para poder atraparlo. Por supuesto son combinables, no son absolutos, y existen situaciones intermedias, pero es fácil ponerse a ello y clasificar unos cuantos. Por ejemplo, Nero Wolfe es un Sherlock, capaz de resolver un caso sin moverse del sillón tan sólo con los datos que le trae su ayudante. Guillermo de Baskerville, Grissom, Detective Conan y House, cada uno en su estilo, también entrarían en la categoría. En el apartado Maigret encontraríamos a varios investigadores de aire más "cotidiano", como la señorita Marple, el padre Brown, Pepe Carvalho y Montalbano.

Por supuesto, toda clasificación tiene sus lagunas. ¿Dónde entra Poirot? Quizás en una categoría intermedia bautizada por él mismo, donde incluir al comisario Brunetti o a Kurt Wallander. Aunque la contraposición subyace, la eterna y tan manida entre razón y emoción, de la que viven muchos capítulos del ya mencionado House, la obra maestra de Billy Wilder La vida privada de Sherlock Holmes o la sencillamente genial serie de TV británica Life on Mars. Y respecto al arquetipo que encarna el autóctono Pepe Carvalho, es evidente su filiación a Philip Marlowe, el antihéroe por antonomasia, un Maigret pesimista y oscuro, el perdedor duro pero de buen corazón, una subcategoría en sí misma que alimenta al género negro puro y duro, con finales difíciles, mujeres fatales y matones esquinados, donde se encuadran su primo hermano Sam Spade, homenajes como Blacksad y ejemplos más variopintos rollo Hellblazer.

Detengámonos en Carvalho, en un tiempo trasunto de su autor, Manuel Vázquez Montalbán. El detective barcelonés, ex opositor a Franco, ex comunista, ex agente de la CIA, guardaespaldas de Kennedy y su verdadero asesino, es un Marlowe en la medida en la que, más que moverse en los bajos fondos, como puedan hacer en un momento dado Holmes o Maigret, forma parte de ellos. La serie Carvalho nació como una suerte de crónica de la Transición, de reflejo en los ojos de un héroe desencantado de las transformaciones de España desde finales de los 70 hasta la frontera del siglo XXI, con el díptico póstumo Milenio. En Carvalho, como en Colombo, en muchas ocasiones al comenzar la novela ya sabemos quien es el asesino (Los pájaros de Bangkok). En otras, se parte del tópico cadáver encontrado en lugar inverosímil (Los mares del sur), o el asesinato en un espacio cerrado lleno de potenciales sospechosos (Asesinato en el Comité Central, El Premio), el macguffin de encontrar a un desaparecido (Quinteto de Buenos Aires) o proteger a una celebridad que recibe amenazas (El delantero centro fue asesinado al atardecer). Pero, casi siempre, son meras excusas para que Carvalho se pasee por lugares exóticos, tal que los mencionados Bangkok y Buenos Aires o ese Madrid de la movida de los 80 y el pelotazo de los 90 que para el catalanismo excéptico y cosmopolita es también el extranjero, o se dedique a comprobar que ni la democracia ni la revolución eran exactamente como las habían imaginado.

El género negro es siempre un testigo del tiempo que retrata, voluntaria o involuntariamente. En otra división estúpida, eso tan traído y mánido del género puede ser un fin en sí mismo o una excusa. El caso de Carvalho se encuadra en el segundo, lo habitual para los Maigrets, cualquier capítulo de CSI o relato de Sherlock Holmes, en el primero. Sin embargo, Grissom y su hermano proxeneta, Horatio, se pasean por las mansiones de los ricos, las raves salvajes y lo que viene siendo la decadencia de Occidente en general, igual que en sus paseos por los suburbios de la city, Doyle, buscando tan mostrar el dominio de si mismo de su detective, acababa por retratar la cara b de la sociedad victoriana.

En la reciente Los crímenes de Oxford, de Alex de la Iglesia, la primera escena de la película nos pone en guardia, colándonos a Wittgenstein con el breve apunte de la escena bélica, que hace preguntarse una décima de segundo al espectador si se ha equivocado de sala hasta que aparece John Hurt y y suelta esa pregunta retórica que está ahí para que nadie se llame a engaño cuando llegue el final y a más de uno se le pase por la cabeza la exclamación que se le escapó a mi hermano cuando alquilamos Memorias del ángel caído: "¿Pero esto qué estafa de final es? ¿Entonces el de Sor Citroën era el asesino o no?".

¿Dónde podría encuadrar toda mi pedantería barata exactamente Los crímenes de Oxford? Una variante de "el género como excusa" se presenta cuando el autor quiere hablar de un mundillo determinado -leed, por favor, el segundo comentario del enlace, que no tiene desperdicio- y utiliza la escusa del asesinato para retratarlo. Muere, por ejemplo, un productor de cine porno -no lo he comprobado, pero me juego mis tintines a que hay un par de novelas y otras tantas películas con ese argumento- y a partir de ahí el detective se dedica a escarbar en el mundillo, dando lugar a que el autor se despache a gusto con su conocimiento profundo -puede tratarse de un actor porno retirado, ya estoy viendo a Nacho Vidal firmando libros con... la mano- o su fantasbulosa documentación. El comisario Brunetti nació porque Donna Leon quiso hacer esto último con el mundillo de la Ópera y escribió Muerte en la Fenice, utilizando a Von Karajan de punching-ball (aunque cambiándole el nombre, claro).

Los crímenes... podría ser el mismo caso en tanto el autor de la novela, Guillermo Martínez, es matemático, y el directo, Alex de la Iglesia, estudió Filosofía -¡jarl!, aunque se ha hartado de repetirlo en las entrevistas-, y la temática de la que está claro que quieren hablar es la combinación de ambas y las conclusiones al respecto de Wittgenstein, que el final suscribe completamente. De la Iglesia, de nuevo en las entrevistas, ha reiterado hasta la saciedad que para él la película es una historia de iniciación, la de Martin, que pasa de creerse el rey del mambo a descubrir que todo acto tiene consecuencias y nunca se puede estar seguro de nada. En cualquiera de las dos vertientes, el artificio de la "historia de detectives" viene a ser una percha.

Por otra parte, ambos propósitos acaban por integrarse bien cuando -¡atención, a partir de aquí, spoilers!- Martin "inventa" al asesino y se hace cómplice, tanto a sí mismo como al espectador, que queda convencido de la "teoría" del héroe y se convierte en víctima de un "mentor" interesado, que se aprovecha de su ingenuidad. En la medida en que la identificación interesada con el punto de vista del protagonista sirve para confundir al lector/espectador -para el que la obra se realiza, ¿no?-, Los crímenes... se parece a El Club Dumas, de Arturo Pérez-Reverte, donde las presunciones del género del lector resabiado le acaban jugando una mala pasada. Reverte, adicto al género y a los Marlows, hace mucho más explícita -y menos pretenciosa- su propuesta; De la Iglesia y Martínez se ponen más trascendentes y, más allá del género, que no sé hasta que punto conscientemente destripan sin misericordia, pretenden plantear uno de esos grandes interrogantes -o El Gran Interrogante, ya puestos-.

Personalmente, y ya en plan "yo-mí-me-conmigo" -más aún, digo-, el género me parece más interesante como instrumento que como fin en sí mismo -aunque disfrute como un enano con Sherlock Holmes-, pero eso será tema de otra entrada para otra ocasión. Sobre otro género, el histórico, que últimamente está de moda mezclar torticeramente con el de detectives -cuanto mal ha hecho al mundo Umberto Eco-, y sobre un autor recién mencionado además, recomiendo la crítica de Justo Serna, historiador de la Universidad de Valencia, de Un día de cólera, de Pérez-Reverte.

Y tras esto, agradeciendo su paciencia y esperando su participación, querido lector, telón.