martes, 27 de noviembre de 2007

Tiempo de ucronías

Dice Slavoj Zizek, mi filósofo de cabecera, por si la cadencia con que lo cito no ha demostrado aún: Yo creo que a diferencia de este tipo de utopía, la verdadera utopía no es algo que uno se imagina, un sueño, sino que es algo que en realidad surge de un impulso, de una necesidad pura y autentica de sobrevivir, una necesidad de supervivencia cuando uno se encuentra en una situación en la que ya no es posible una salida dentro de las coordenadas de lo habitual. Entonces, nuevamente destaco que la utopía es algo que uno se ve obligado a imaginar, que uno se ve forzado a imaginarla y no es algo que surja libremente de una fantasía, sino que es un imperativo de una urgencia de una situación.

Es lugar común decir que la utopía como género literario nace con Tomás Moro, y yo no soy quién para desmentirlo. Es habitual, asimismo, indicar que Moro la bautizó, pero se puede considerar que existe, al menos, desde La República de Platón. Si me apuran, el código de Hammurabi traza un mapa de "sociedad ideal". Y la Biblia, tanto en el Génesis como en el Deuteronomio (y compañía), pasando por los libros sapienciales y las partes del los libros de los reyes donde se glosa a Salomón y alguno que otro. Incluso la descripción del escudo de Aquiles en la Ilíada presenta una sociedad modélica. En los siglos XIX y XX, con la ciencia-ficción, llegaron las distopías, tipo 1984 o Farenheit 451, aunque supongo que encontrarles antecedentes es cuestión de escarbar. En La ciudad de Dios, San Agustín contrapone a la susodicha urbe divina, regida por las buenas leyes (el cristianismo), la ciudad "temporal", de los hombres, regida por el pecado. No es mal ejemplo. Casi siempre se observa la intención didáctica: lo deseable o lo indeseable, presentados de manera ejemplar.

La ucronía es la prima hermana de la utopia. En lugar de u-topos -en ningún lugar-, significa u-cronos, -en ningún tiempo-. Considerado un género propio de la ciencia-ficción, consiste básicamente en un relato basado en el cambio de un acontecimiento histórico crucial -o no tanto- que provoca que toda la Historia desde ese punto, y, "por tanto", la civilización, cambien radicalmente. Al acontecimiento que cambia se lo conoce como punto Jonbar, por el protagonista de un relato del escritor de ciencia-ficción Jack Williamson, llamado John Barr, que crea dos mundos paralelos mediante la sencilla elección de recoger del suelo un guijarro o un imán. Como síntesis de utopía y novela histórica, la ucronía es, sencillamente terreno abonado a la ideología camuflada.

En términos académicos, a este planteamiento se lo conoce -por lo visto- como "Historia contrafactual", y no goza de mucha popularidad. En el ámbito anglosajón, más que en el hispano, ha dado lugar a una serie de ensayos que buscaban más el mercado que la respetabilidad académica, objetivo muy respetable. En España se ha publicado tan sólo, que yo sepa, Historia virtual de España (1870-2004), ¿Qué hubiera pasado sí...?, editado por Nigel Townson y con la participación de varios historiadores, cada uno de los cuales escribe un capítulo dedicado a un acontecimiento concreto dentro de ese periodo. Por ejemplo, si el general Prim no hubiese sido asesinado o si Indalecio Prieto hubiese ocupado el puesto de Presidente del Gobierno en 1936.
Lo interesante de estos ensayos no es tanto el modelo que defiende Towson de contrafactual -como en un experimento de laboratorio, comprobar que ocurre si quitamos un factor a una fórmula- como el "lápsus freudiano" que afecta a los autores al interpretar el cambio que preconizan. Cuando se propone un desenlace diferente se está ofreciendo una conclusión acerca de cuales fueron las causas del acontecimiento en sí. El contrafactual histórico, más que ofrecer una solución de por qué ocurrió lo que ocurrió, presenta la interpretación del autor. Para realizarse la pregunta del "¿Y sí...?", es necesario establecer un mínimo aceptado de causas que varían cuando sale cruz al lanzar la moneda.

Por ejemplo, en el ensayo sobre Indalecio Prieto, Santos Juliá, el autor, presupone que no habría habido Guerra Civil porque un Gobierno fuerte habría sabido responder al golpe de Estado. Juliá ofrece como presupuestos establecidos aquello que debería ser la conclusión del contrafactual, y por tanto lo desvirtúa. Si la Guerra Civil sucedió por no encontrarse en el poder un Gobierno fuerte, que entregó las armas a las milicias populares, entonces un presidente con personalidad y socialista, Prieto, habría podido evitarla. La defensa implícita de un modelo actual es tan evidente que ni voy a explicarla. En el ámbito anglosajón, el enfoque es más conservador que de centro-izquierda, pero el resultado es similar: establecen en el lector una interpretación de "lo deseable" en la Historia sin aclarar las causas "experimentalmente", sino estableciéndolas. Para ser justos, hay que reconocer que los mismos historiadores que participan en estos ejercicios consideran que no son para nada eficaces, sino más bien un divertimento. Esto es justo con sus intenciones, pero no con los resultados. Indica que los realizan "intuitivamente", y eso desvela más de su planteamiento subconsciente que si se documentasen exhaustivamente.
Regresando a la literatura, la lista de obras es ingente. Las dos ucronías más cacareadas son El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, y Pavana, de Keith Roberts. Dick es uno de los autores más admirados -después de muerto- de la ciencia-ficción, y sus novelas son idolatradas por la masa informe gafapastil. El hombre en el castillo parte de un clásico: ¿y sí los alemanes hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial? La respuesta que da es tan compleja que ni siquiera voy a intentar reseñarla, quien tenga curiosidad puede sacar el libro de la biblioeteca. En cuanto a Pavana, presenta un mundo donde Isabel I de Inglaterra fue asesinada, España invadió las islas y la Iglesia católica aún domina el mundo en los años 60, con los trenes de vapor como principal adelanto. Como la novela es menos ofensiva de lo que parece y también mucho más complicada que el planteamiento ucrónico, tampoco me extiendo más.

En España, En 1976 se publicaron tres ucronías que planteaban un escenario histórico diferente en función del resultado de la Guerra Civil: En el día de hoy, de Jesús Torbado; El desfile de la victoria, de Fernando Díaz-Plaja, e Historia de la II República española, de Víctor Alba. En las dos primeras, la apertura de la frontera de Francia permitía la llegada de las armas procedentes de la URSS y Checoslovaquía y equilibraba la guerra a favor de la República. En la tercera, Casares Quiroga evitaba el golpe y en la actualidad (el 76, claro), existía una III República que se fundó después de la Segunda Guerra Mundial, con un sistema mixto de capitalismo y autogestión, una Yugoslavia de Tito light, con un partido conservador tecnócrata y uno de izquierdas de inspiración sindicalista. Víctor Alba, el autor, un pseudónimo de Peré Pages, era un antiguo poumista que se comió todas las cárceles de todas las ideologías del mundo.
El año pasado se conmemoró el 75 aniversario de la proclamación de la II República española. Si uno recuerda los actos institucionales celebrados, más allá de las proclamaciones de formaciones como Izquierda Unida o ERC, además de la UCAR y similares, se sorprenderá de lo descafeinado de los mismos. En el paraninfo de la Universidad de Sevilla, el mismo Santos Juliá ejerció como estrella en un acto "republicano" presidido por un retrato de Juan Carlos I. El Gobierno de Zapatero se proclamó heredero de los valores de aquella democracia truncada, y a la democracia actual como su sucesora. Pero..., ¿de verdad se parecen? ¿O cada uno contó la República según le fue, y los manifestantes que desfilan con enseñas tricolor cada 14 de abril esperan, en realidad, algo más?

La memoria histórica del PSOE versión Zapatero intenta enlazar con la tradición de los republicanos y, manque les pese, lo liberales: de Azaña, de Martínez Barrio, etc. Por mucho que hablen de Besteiro o Fernando de los Ríos, que conmemoren a Zugazagoitia o Prieto -que no lo hacen-, hace tiempo que dejaron de ser sus herederos. Imbuirse a un aura de autoproclamado espíritu revolucionario, de progresía en el peor de los sentidos que le queramos dar al término, con todos sus tópicos preconstitucionales y sus cuellos vueltos y su Joan Manuel Serrat, es más una especie de débito sentimental que una declaración firme de intenciones. Humo y espejos.
Eso no salva a la derecha, que intenta legitimarse sobre la base de un franquismo "ucrónico" y descafeinado que sostiene que los "rojos comían niños" e identifica la parte por el todo del bando gubernamental por el lado de stalinismo, obviando el contexto de abandono internacional que produjo el abrazo de Negrín a la URSS. El franquismo "descafeinado" o idealizado sobre el que se apoya el brazo conservador de la derecha española -no así el liberal, que se desdibuja tanto en sus diferencias con el PSOE que hace que uno le entrén ganas de llorar- es, sencillamente, pornográfico. Escuchar "con Franco se vivía mejor" -y no "vivíamos", ya que para más inri empiezan a pronunciarlo españoles nacidos después del 75- se vuelve habitual en según que círculos. ¿Qué clase estulticia intelectual se está propiciando?

La "utopía" conservadora de la Transición como gran pacto encierra la falacia torticera de que los españoles tenemos una tendencia innata a abrirnos la cabeza los unos a los otros a la mínima excusa, y que cuatro señores dándose la mano junto al Palacio de la Moncloa bastan para impedirlo. A la facción conservadora que añora las merendolas de chocolate con soconusco, la Transición le parece el colmo de la democracia porque considera que ya cedió bastante y poder votar, divorciarse o hablar catalán debería ser jauja para aquellos melenudos que corrían delante de los grises. Esto es una exageración interesada, pero no deja de tener su parte de verdad.
La guerra de legitimidades entre los dos grandes partidos sólo pone de manifiesto, al final, que necesitan remontarse, mínimo, más de treinta años en el tiempo para encontrar diferencias sustenciales entre los planteamientos de uno y de otro. No discuten por la economía de ahora, ni siquiera por la economía de entonces, no hablan de ideología... Se plantean cual de los dos bandos era "más peor", el tuyo o el mío. No se trata de convecimiento, sino de forofismo futbolero. Aunque el centro izquierda se maquille de mayor respeto a las minorías y sensibilidad social y el centro derecha de orden público y valores tradicionales, se trata de puros formulismos, humo y espejos para distraer a la galería, peleítas entre la clase dirigente que se disfrazan con siglas que perdieron su sentido hace mucho.

Nuestros políticos son tan cínicos y tan ignorantes que hace tiempo que han renunciado a las utopías. Ha llegado a un punto en que tenemos tan asumida la ausencia de alternativas a su circo mediático que decidimos apagar nuestras funciones cerebrales avanzadas para escenificar una danza macabra en la que pretendemos recrear las luchas sociales de hace cien años, que poco o nada tienen que ver con el mundo globalizado, el turbocapitalismo, internet y la era de la publicidad desaforada, cuando ser rebelde significa estar más al servicio del sistema que nadie. Lo de Matrix, una mariconada comparado con esto.

Al final, el problema sigue siendo la gran pregunta sin respuesta: ¿qué hacer? Pues sinceramente, si lo supiera no estaría aquí, escribiendo esto...

domingo, 18 de noviembre de 2007

Paisaje después de la batalla...

Tengo un par de actualizaciones pendientes y me había propuesto, además, no escribir más de fútbol a menos que el Betis fichase a Riquelme -el del fondo, no te rías que te veo-, pero las circunstancias mandan tras la jornada de clasificación para la Eurocopa. Sólo un par de apuntes, básicamente sobre lo injusto que es fútbol a veces, pero sobre todo en plan "ya lo dije": los grandes lo tienen muy fácil para pasar.

La prueba, la victoria de Italia frente a Escocia en Hampden Park, con un gol de Panucci -¿cuántos años tiene ya este tío?- sobre la bocina. Algunos decían que los actuales campeones del mundo lo tenían muy chungo por el gran juego de los higlanders, pero, ¿alguien se lo creía en serio? McFadden y compañía se han quedado sin Eurocopa por los caprichos del sorteo, que ha tenido la mala idea de unir su destino al de Francia e Italia. También han dejado escapar puntos tontos contra selecciones menores que les habrían dado la clasificación hace meses, pero en fin. España, en lugar de con las dos finalistas de Alemania 2006 competía con Dinamarca e Irlanda del Norte, así que ya tiene el billete picado.

Vale, no lo adiviné todo. Le hemos ganado a una de esas "ocho magníficas" que no faltan nunca, Suecia, y haciendo un buen partido, con destellos como el del segundo gol. No somos -bueno, son- esa máquina de matar perfecta que de repente parece creer todo el mundo, pero se ve que existe la base de un equipo más que decente. No hay que vender la piel del oso antes de haberlo desollado, como en la portada que encabeza la entrada. España probablemente sea primera, le vale con empatar ante Irlanda del Norte, pero que eso no oculte el trabajito que ha costado, jugando frente a mediocridades como los mismos irlandeses o Dinamarca, con perdón. Ganarle a Suecia es bueno, muy bueno, pero no garantiza nada. Pasito a pasito, ahora quiero enfrente a una de las favoritas.

Sigue sin gustarme lo del falso interior para meter a Cesc, Xavi e Iniesta por narices en el 11, y el sacrificio constante de Villa, como le pasa en el Valencia, me parece criminal, tirar por el retrete un pichichi en potencia. En el primer caso, Luis va en paralelo a Rijkaard. Hay coger el toro por los cuernos y sentar a Xavi. Tiene galones y es responsable, pero por ello mismo no se tomará a mal la suplencia y se pondrá las pilas. Además, en el banquillo, él o uno de los otros dos, es un revulsivo. Ayer vinieron bien dadas, pero de lo que había en reserva, sólo a Tamudo lo veo ahora mismo con capacidad de revolucionar un partido -incluído a Joaquín, al que amaré hasta el día de mi muerte, pero que sufre trastorno bipolar-. Además, soy de los que jubilaría a Albelda. Suecia le dió poco trabajo y tener a estilistas finos cerca lo hace mejor, por eso no cantó mucho, pero está estancado tanto aquí como en Valencia. Habría que probar perfiles diferentes ahí, tanto Senna como gente que no está teniendo oportunidades: Martí, Arteta -ahora juega más libre, pero en Escocia participaba más en defensa-, el mencionado Marchena... Lo siento por Oubiña, sus lesión impedirá conocer que mediocentro se perdió España, y por Orbáiz, que ya se quedó por el camino, y si juegas en el Athletic, afrontésmolo, hoy por hoy eres invisible. Y otra cosa. Capdevila es titular por falta de competencia. A ver si Crespo, asqueroso palangana, se recupera pronto y nos da una alegría.
Pero bueno. Más que el triste destino de Escocia, Bulgaria o Finlandia, que han hecho sus méritos, resulta especialmente irritante la mediocre clasificación virtual de los ingleses. Croacia iba a pasar casi seguro al anularse Inglaterra y Rusia entre sí, pero también tiene narices pasar perdiendo contra Macedonia. En el grupo E todos deberían tener descontados los puntos ganados contra Andorra para medir su verdadero potencial. Muy floja la Rusia de Hiddink, Israel no es rival, muy lejos de sus prodigios de eficiencia en Corea y Australia. La razón es quizás sencilla, esas selecciones no tenían nada y vivían del físico. Rusia si tiene un mínimo nivel competitivo y el físico estaba ahí antes que Hiddink llegase, pero entonces, ¿dónde quedó la magia de su clásico 4-5-1? Una gran oportunidad perdida. Y los ingleses que no se engañen. Empatar con Croacia en Wembley será sencillo, no creo que la caguen tanto, pero ante un rival fuerte van a ser un pelele.

Ya hay 12 clasificados y al final sorpresas las precisas. Portugal e Inglaterra, quieran o no, lo tienen todo hecho. La selección más exótica, a este paso, va a ser la anfitriona Austria, ya que Grecia, como vigente campeona, no cuenta. La Eurocopa ya demostró hace casi cuatro años que no te puedes fiar ni de tu padre, pero los favoritos volverán a ser los de siempre: Italia, Alemania y Francia, más la República Checa y Holanda, que en los europeos siempre cumplen con nota, más en juego que en resultados. Nada nuevo bajo el sol, aunque quizás dentro de ocho meses España es campeona tras vencer en la final a Inglaterra y me como mis palabras.

Actualización: Ridículo es poco para definir lo de la Inglaterra de McLaren. Croacia no se jugaba nada y estaba cantado que Rusia le iba a ganar a Andorra, un simple empate bastaba y no han sido capaces ni de eso. Penoso. Por otra parte, el sorteo de los grupos para Sudáfrica 2010 deja caminos muy faciles para los grandes, donde la única duda parece que será si Suecia pasa primera y Portugal segunda en el A o viceversa. Nunca se pueden descartar sorpresas y tal (McLaren y sus hombres son la prueba de la capacidad de los grandes para autodestruirse), pero...

lunes, 12 de noviembre de 2007

Visiones de un Imperio que nunca existió

Recientes acontecimientos que a nadie se le escapan, además de polémicas que servidor considera más bien estúpidas y chovinistas, han puesto de actualidad, una vez más y sin que sirva de precedente, esa cosa tan difusa y mal traída que fue el Imperio español. De hecho, algunos se empeñan en ver fantasmas donde no los hay, porque lo de la novena potencia mundial no se lo cree nadie, y si lo que pasa es que a Chávez le molesta Repsol... ¡qué lo diga claramente, coñe, que no pasa ná! Es que hasta los que van de valientes por la vida se acaban buscando excusas baratas.

Pero me columpio. Existe una categoría de historiadores llamados hispanistas que intrega a un puñado de autores británicos y franceses entre los que destacarían Pierre Vilar, Paul Preston, John H. Elliot, Ian Gibson o Joseph Pérez. La gracia de sus trabajos durante gran parte del pasado siglo XX fue que contaban cosas que a los historiadores patrios les estaba vedado publicar si no querían acabar entre rejas. Tras la llegada de la democracia, pasaron a convertirse en un contrapunto necesario, una visión foránea sobre asuntos en los que los nacionales nos sentimos excesivamente implicados. Sobre todo, la Guerra Civil y el Imperio. Aunque suponerles una visión desapasionada y completamente objetiva, eso sí, es un error. Los ingleses y los franceses también son humanos (sobre todo los franceses, si creeis los rumores, y ya sabéis lo que quiero decir, ejem).

Un ejemplo de humanidad desbordante es el polémico inglés Henry Kamen, que levantó hace un par de años cierta polémica con su ensayo Imperio (pinchar aquí y aquí). Básicamente, y resumiendo a mi manera los enlaces y la memoria que guardo del verano en que me leí el tochazo, la tésis de Kamen puede formularse así: España no creó el Imperio, sino que el Imperio creó a España. La teoría del historiador británico es que el Imperio colonial español, más que una empresa española fue una suerte de conglomerado multinacional, financiado con prestamos genoveses y holandeses, defendido por militares italianos, suizos y castellanos, expandido a Asia y América por vascos, andaluces y portugueses, etc. La "nación" española, en pañales cuando Carlos I comenzó la aventura imperial, se construyó a contrapelo y casi por causalidad, mientras esa "federación de reinos de las Españas" encabezada por Castilla servía de canal para la plata de Indias y proveía de tropas de élite -los Tercios- a los ejércitos multinacionales de los sucesivos emperadores. Por supuesto esta teoría hizo correr ríos de tinta a favor y en contra. Baste decir que a algunos dirigentes de CiU don Henry les cae muy bien.

No es que servidor esté particularmente de acuerdo con todo lo que dice Kamen -carezco también de la preparación para dejar de estarlo-, pero si es evidente que el Imperio español, como la inmensa mayoría de los hechos históricos, desde la invención de la rueda hasta el 11 de septiembre, es una construcción. Tanto para quienes los vivieron como, sobre todo, para nosotros, que los vemos filtrados por siglos de crónicas, biografías, ensayos, novelas y películas. En un célebre artículo escrito a raíz de la elección de "tú" -entendido como el conjunto de la sociedad expresándose a través de internet en, por ejemplo, bitácoras como esta- como "persona del año" de 2006, Slavoj Zizek afirmaba "Tras la apariencia de una ficción, se articula la verdad sobre uno mismo", refiriéndose a los desdoblamientos de personalidad vía internet. Sin embargo, a mi me da que esa afirmación es proyectable, y el autor esloveno así lo demuestra en otros trabajos, a cualquier tipo de ficción. Gyorgi Lukacs, el gran crítico literario de la visión marxista y esas cosas del querer, habla, por su parte, de la novela histórica como una reproducción verosímil de una época a través de personajes en su mayoría ficticios. Si no es verosímil, es "simplemente" una novela de aventuras, si no son personajes ficticios, es historia novelada, y roza lo ensayístico.

La novela histórica -las películas también-, parten de una concepción romántica del pasado: no nos hablan de como creemos que fue nuestro pasado, sino de los que pretendemos ser en función de aquello que queremos creer que fuímos. Un autoengaños muy elaborado, pero que ilustra perfectamente, a través del pasado idealizado, aquello que aspiramos a ser. El Imperio español no es una excepción. Mi humilde tarea pedante me lleva a afrontar un somero "catálogo de las naves" por etapas del reflejo del Imperio en, básicamente, los libros y películas que me vengan a la cabeza. Como en anteriores entradas, esto va a ser un tochazo, así que agárrense los machos:

1- Tanto monta, móntame tanto.

Lo mejor para estas cosas suele ser empezar por el principio, tema peliagudo de situar. Como dijo alguien de cuyo nombre no quiero acordarme a propósito de las "comunidades históricas" y polémicas aledañas: "¿Por un Estatuto en el 31? Corte usted por el año 1.000, que había doce surtidores de agua en Granada y en otros sitios todavía no sabían lo que era bañarse todos los días". Y, precisamente hablando de Granada, estaría bien situarse allá por 1492, cuando Castilla y Aragón celebraban con alegre escabechina de la morisma su futuro como potencia, pasando con aquello de "Hispania" del dicho al hecho.

En lugar de acordarme de algún prócer que vaya por ahí cantando las loas de los ejércitos de Isabel y Fernando, prefiero reseñar dos novelas que incorporan eso llamado "la mirada del otro".
La primera, El manuscrito carmesí, es premio Planeta y obra de un celebérrimo autor patrio, Antonio Gala. Recoge unos supuestos diarios íntimos del rey Boabdil, último sultán de Granada, que nos narra tanto la vida en la corte nazarí como los hechos históricos por todos conocidos, con la novedad del punto de vista del "malo" de la película, o algo parecido. Recoge su supuesta bisexualidad, las intrigas de palacio y una visión caústica de esa reina Isabel "que no parecía muy limpia". Se menciona a Colón, a los abencerrajes, la cara dura del rey Fernando, la pericia militar del Gran Capitán... Funciona más como crónica cotilla de los amoríos y enredos de la familia real nazarí que como descripción del ambiente en el decadente sultanato. Gala se lo toma como reivindicación de la estética y cultura andalusí, que falla

A la sombra del granado, de Tariq Alí, también procura introducir el punto de vista de los vencidos, pero siendo la crónica idealizada de un "heredero" de los mismos, al contrario que la condescendencia bienpensante de andalucista de salón -con perdón- de Antonio Gala. Tariq Alí, escritor paquistaní de formación británica, es la suma Ken Follet y Pérez-Reverte, dos en uno, en el mundo árabe, y además no lo traducen poco. A la sombra del granado se subtitula Una novela de la España musulmana, y se situa varios años más tarde de la caída del sultanato, en el contexto de las primeras revueltas moriscas, que fueron sofocadas por el cardenal Cisneros con su habitual dominio de la diplomacia. El propósito de Alí, aparentemente, es la glosa de las glorias de Al-Andalus, concepto bastante idealizado en el imaginario musulmán. Aunque es cierto que en Europa ha existido la tendencia de ignorar bastante sus fuentes históricas, tampoco es cuestión de despreciar las propias, así que la conclusión de un lector europeo es que Alí, cuando menos, se deja llevar por el entusiasmo. Los buenos, para el caso una familia morisca de las Alpujarras, son muy buenos, y los malos, todo cristiano viviente, muy malos. No es tan antiestético como para que me decida a meterlo en el apartado de la leyenda negra, pero la documentación resulta, cuando menos, desaseada, permitiéndose el lujo de colocar a Hernán Cortés en un sitio donde es imposible que estuviera y con una edad y un rango que en esa época no tenía, sólo para intentar señalar que los españoles somos unos perros genocidas comeniños a uno y otro lado del Atlántico. Una licencia que si un novelista europeo se tomase con Saladino, por ejemplo, haría al señor Alí poner el grito en el cielo.

Para no parecer un primermundista cabrón -aunque lo sea según los días-, toca leña ahora para don Alberto Vázquez-Figueroa, el auténtico rey de la novela de aventuras español, publicó en su momento Tiempo de conquistadores, narrando la vida de una de las primeras colonos de Santo Domingo, una sevillana que participa en los primeros compases del asentamiento de los españoles en el Caribe, apenas unos años después del Descubrimiento. La protagonista conoce a toda personalidad histórica que se pasease por allí en aquellos años, desde Colón a Pizarro pasando por Anacaona, la princesa de los Tainos, además de participar en las primeras pugnas entre terratenientes y corona por causa de la esclavitud de los indios, que resolvería con la hipócrita solución de las encomiendas.
Por último, pero no por ello menos importante, las películas. En 1992, con motivo del Quinto Centenario, aparecieron dos producciones paralelas sobre Cristobal Colón y el Descubrimiento. La primera, menos conocida, se titula con originalidad Cristobal Colón: El Descubrimiento. Dirigida por John Glen y escrita por Mario Puzo, cuenta con un reparto que quita el hipo: Tom Selleck, con leoninas melenas, como el rey Fernando, Marlon Brando como Torquemada -que me ahorquen si sé que pinta en todo esto-, Catherine Zeta-Jones como un ligue de Colón, Mario Corraface como el propio Almirante, Benicio del Toro como noble cabrón genérico... En esta versión, Cristobal Colón es una especie de aventurero descarado que tontea descaradamente con una reina Isabel jovencísima, y el personal, no sé por qué exactamente, se pasa la vida rezando. Es divertida, pero sacrifica demasiado la Historia para tener drama y peleítas.


Por su parte, la más conocida, y que a mí personalmente me gusta más, 1492: La conquista del paraíso, sacrifica el guión por la poesía, como toda buena película que firme Ridley Scott. Gerard Depardieu interpreta a un Colón más intelectual, quizás demasiado, al que da réplica Sigourney Weaver como la reina Isabel, que despacha cual monarca absoluto del XVI y aparentemente es soltera, pues Fernando no aparece por ninguna parte ni es mencionado ni nada. El reparto incluye a Fernando Rey, Ángela Molina y Fernando Guillén-Cuervo, ya que se trata de una coproducción europea. Así, España recibe menos leña y el tono es más mesurado. Se retratan los típicos conflictos con los indios y los nobles y Scott parece optar por convertir la odisea de los primeros descubridores en una metáfora del choque cultural. Magnífica banda sonora de Vangelis que ayuda a la cuidada selección de los exteriores para conseguir un tono onírico que hace que uno ignore las "libertades" que se toma con ciertos aspectos.


2- No se pone el sol, por muy tarde que te acuestes.


Después de Isabel y Fernando, llegaron su hija Juana, cuya biografía cinematográfica me niego a reseñar, su nieto Carlos y los varios Felipes. En Don Juan en los infiernos, de Gonzalo Suárez, a Felipe II lo visita un buhonero que carga una enorme caracola, la cual ofrece al monarca. En todo momento, el funambulista va acompañado de un hombre completamente disfrazado de negro, "su sombra". El rey prudente pregunta al buhonero que hace con su sombra de noche, y éste contesta que en el Imperio nunca se hace de noche. Felipe II aparece viejo y demacrado, símbolo de esa decadencia que comenzaba con la derrota de la Armada Invencible. Rechaza una caracola gigante que el buhonero le ofrece, la cual no hace sino repetir el nombre de don Juan. El rey, aconsejado por la Inquisición, manda matar al buhonero y apresar al misterioso don Juan, interpretado por Fernando Guillén. Éste, al morir, siguiendo a Baudelaire -tal y como marca el título de la película-, no se arrepiente de nada, e incluso indica a su criado: "Tengo fe, Esgaranell, en que la muerte sea mujer".
El puente de San Luis Rey, de Mary McGuckian, estrenada hace apenas 3 años y con un reparto de lujo, retrataba la vida en la corte del virrey de Perú -un virrey innominado, al menos en la película, no así en la novela homónima de Thornton Wilder en que se basa-, repasando las vidas de los cinco viajeros que perecieron en el accidente del citado puente, con una visión a medias idealizada y a medias irónica de la periferia de aquél Imperio presto a la decadencia. Un reparto de lujo -Robert De Niro, Kathy Bathes, Harvey Keitel, Geraldine Chaplin, F. Murray Abraham, Gabriel Byrne, Pilar López de Ayala- monta una especie de fresco costumbrista que falla en detalles tontos que le quitan la gracia. Por ejemplo, la mayoría de los carteles de Lima en el siglo XVIII... ¡están en inglés! Es una reflexión sobre los mecanismos del poder que coge al Imperio como excusa, más que otra cosa... pero, al ser una obra anglosajona, tiene el mérito de admitir la existencia del Imperio español para algo que no sea servir de sparring en una de piratas pelirrojos en el Caribe.

Crónica del rey pasmado, libro de Gonzalo Torrente Ballester y muy fiel adaptación al cine de Imanol Uribe. Un festival del humor ambientado en la corte de Felipe IV -aunque sin mencionar su nombre, ni a el suyo ni el del valido Olivares- que parte de una premisa absurda que sirve para denunciar la mojigatería congénita del espíritu hispánico. El rey desea ver a la reina desnuda -en la época no era usual que nadie se desvitiese para meterse en la cama-, y esto provoca una serie de intrigas políticas en la corte, hasta el punto de forzar la convocatoria de un tribunal de teólogos, que decidirán si en ello hay pecado o no. Esto ya es una visión desde el corazón del Imperio, enfocándolo como una cosa doméstica y endeble, basada en la superstición y el capricho de unos gobernantes que no saben nada de lo que ocurre a ras de suelo. A destacar la definición que el mismísimo Diablo da de cielo e infierno. "El infierno no está, es. Como el cielo".
Para finalizar, la serie de Alatriste, tanto la película como los -de momento- seis libros. Torrente Ballester se lo tomaba con humor, pero Pérez-Reverte afronta el Imperio, la leyenda negra y los Tercios de Flandes con una mezcla de mala leche, orgullo y cinismo que, bueno, en fin, es la misma actitud con la que parece encarar casi todo. El capitán Alatriste, la primera novela, era una especie de experimento, a medio camino entre la novela de aventuras y la divulgación. Iñigo de Balboa, el narrador, crecía al ritmo de la hija del autor hasta hace un par de entregas, cuando el objetivo de "interesar a los chavales" se impuso de la mano de estirar el chicle comercial. En ese sentido demuestra cierto sentido común que se decidiese hacer una sola película, la dirigida por Agustín Díaz Yanes, que con su título genérico, Alatriste, pretendía englobarlo todo. De hecho, en un pegote bastante tontorrón que intenta hacernos creer que las próximas entregas (que pueden ser dos o tres más o no) ya están planificadas, se adelanta al ritmo de las novelas y adelanta la muerte de Alatriste en la batalla de Rocroi.

Las novelas son eficaces y entretenidas, su propósito es mostrar cuanto más aspectos mejor del Siglo de Oro, siempre desde el punto de vista de un "llano ilustrado", un plebeyo del montón como Iñigo, formado gracias a su contacto con lo más granado de la intelectualidad de la corte y que al mismo tiempo posee experiencia como soldado. La película busca un tono épico algo fallido, aunque su fondo es el mismo que el de las novelas. No quiero hacer crítica cinematográfica, que acabaríamos a palos. En lo que respecta a esta entrada, debe ser la obra mejor documentada de todas, por la cuenta que le trae, y la que consigue ser más ecuánime en función de su "consciencia discursiva". Lo grave de las cagadas de los anglosajones es que no lo hacen a propósito, simplemente lo establecido es que el Imperio español "era así". Alatriste sabe quie existe abundante literatura y cine previo, y trata de hacerse un hueco para decir, más o menos, que no era tan malo ni tan bueno, pero, qué demonios, era nuestro.

3- La leyenda negra y esos perros ingleses.
Es un lugar común que la Historia la escriben los vencedores, y que en los últimos dos siglos y pico los vencedores han sido siempre los anglosajones, en sus múltiples formas. La novela de aventuras del XIX y su continuación natural, el cine, han parido la cultura global, cuyo padre es el imaginario colectivo angloamericano y calvinista. Una mierda, vaya. Así, el gobernador español siempre es malo -aunque el héroe se enamora de su hija-, los curas campaban a sus anchas quemando gente como el que hace pis, nuestros abuelos no se lavaban -tiene coña, viniendo de ingleses y franceses-, y nuestros reyes unos inútiles. Aunque nada de esto sea mentira del todo, se trata de exageraciones interesadas y descontextualizadas de medias verdades. He cogido dos ejemplos, pero coger una peli de piratas de los 50 al azar sobre para superarlos. Ni me paro a hablar de las adaptaciones de El Zorro en las que los malos son los españoles. Así los coja El Coyote y les enseñe lo que es bueno.

Para empezar, Elizabeth, de Shekhar Kapur. La de 1998, en la que sale Cantona. No he visto la segunda parte. De hecho, mis amigos me recomiendan que no la vea por el bien de mi tensión arterial. Todo superhéroe, en este caso superheroína, necesita un malo malísimo, y el de Isabel I, la reina virgen -permítanme que me ría-, es Felipe II, una especie de capillita comeniños que vive encerrado en un cuarto oscuro maquinando malvados planes mientras se frota las manos, a medio camino entre el cardenal Richelieu de los "Dartacán y los tres mosqueperros" y el Profesor Moriarty de los dibujitos de Sherlock Holmes. Ya saben, "Ja-je-ji-jo-ju, destruiré a los inglesés porque envidio lo felices y buenas personas que son, además de porque mi fiel amante y dominatriz sexual, el Papa de Roma, me lo ordena". Asín, a bote pronto, sólo exagero un poquitín. En la primera, que yo recuerde, Felipe II está detrás de todas las rebeliones posibles, intenta casarse con Isabel y, encima, llega a pagar a uno de sus amantes -Joseph Fiennes, el eterno actor de peli ambientadas en la época isabelina- para que la asesine. La leche en verso, el penúltimo rey decente de las Españas era un Stalin renacentista. La segunda parte narra la "hazaña" inglesa de la victoria sobre la Armada Invencible, e, infiero, mencionará las correrías del "héroe" Francis Drake, un pirata, un ladrón y un asesino como una casa, que como era inglés, era la leche. No como los piratas españoles a sueldo de los Austrias, que hacían lo mismo, pero en feo y sin lavarse, cosa que insisto, viniendo de un ingles tiene guasa. En fin.


La ruta hacia El Dorado, de Bibo Bergeron y Will Finn, entre otros, es una producción de dibujos de la Dreamworks pre-Shrek, cuando aún creían que podían hacerle la competencia a la Disney en animación tradicional. Los protagonistas son dos españoles -Tulio y Miguel, antepasados directos de Chandlet y Joey- que resumen, en positivo, las razones para embarcarse rumbo a América de muchos conquistadores: ganar dinero y conocer mundo. No tengo mucho en su contra excepto que uno de ellos, para cortejar a una india, diga "ele mi grasia", y hasta es llamativo que el malo malísimo sea un sacerdote nativo medio loco deseoso de colaborar con los conquistadores. El problema es la imagen que da de estos últimos, aderezada con unos fallos de documentación que son tan ofensivos al sentido común como, por desgracia, habituales.

El problema de todo esto es que las películas marcan el mínimo de los conocimientos históricos que maneja el subconsciente colectivo, así que las quejas que vienen a continuación no son de tiquismiquis. Para empezar, el localizador del comienzo de la película nos indica "España, 1521", y nos muestra a Hernán Cortés -una bestia parda con voz de tenor y dos metros de ancho de hombros- partiendo hacia... alguna parte... dándose un baño de multitudes. Al pobre Cortés le tiene todo el mundo manía, pero, mala o buena persona, el salió de Cuba, y por la puerta de atrás. En España las multitudes se ocupaban en sobrevivir, no en celebrar masacres de indios como si fuesen victorias del Real Madrid. Luego está el típico toro suelto en mitad de la calle, que ya ni siquiera tiene gracia, y que la moneda de curso en el siglo XVI es... ¡la peseta! El doblaje arregla algún desaguisado parecido. Pero vuelvo a Cortés. Los héroes se cuelan en su barco de polizones y son apresados, los llevan ante el conquistador y este les espeta: "Esta tripulación fue elegida con tanto cuidado como los discípulos de Cristo". Consiguen escapar, llegan a El Dorado y aparece Cortés... Menos mal que no especifican donde está El Dorado, pero la expedición española simplemente se dedica a... ¡andar por la jungla buscando indios que conquistar! Tócate los huevos.

Como veo que estoy subiendo el tono, es mejor que pare ya. Quede esta humilde aportación de mi aún más humilde tárea pedante a la imagen proyectada y proyectiva que de nosotros mismos nos va quedando. O no.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Normalidad (por favor)

Esta semana ha finalizado (creo) la emisión de Desaparecida, serie de TV de 6 episodios que narra la historia de una adolescente, Patricia Marcos, que la noche de su décimoctavo cumpleaños no regresa a casa. A partir de ahí se nos muestra el desarrollo de la investigación y las reacciones de su familia y amigos. El peso de la serie recae, sobre todo, en los personajes del padre y el teniente de la Guardia Civil encargado de la investigación, con la madre y una sargento en un segundo plano. Los dos primeros son interpretados por Carlos Hipólito y el argentino Miguel Ángel Solá, respectivamente; los personajes femeninos, por Luisa Martín y Esther Ortega.

Me gusta esta serie, para que lo voy a negar. Me gusta porque, pese a lo tremendamente fácil que sería con semejante argumento caer en el morbo barato (en Antena3 o Telecinco querría yo ver emitido esto), no lo ha hecho. También por su sencillez y por la credibilidad de unos actores que vocalizan, incluído al argentino Solá al que para justificar su acento se le ha inventado una malformación en el paladar, un chiste simpático que quitaba tensión a una escena bastante angustiante. Me gusta, además porque la presión que uno siente, la violencia, es sobre todo ambiental, la de la incertidumbre que sienten de los personajes.

Y me gusta porque no tiene complejos, algo que se echaba de menos en la oferta televisiva española reciente. El detective que interpreta Miguel Ángel Solá forma parte de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, que es la unidad que se encarga de estas cosas en España, y Guardia Civil se dice bien alto y claro, de forma natural. Atentos, que no es tontería. Dirige interrogatorios con poli bueno y poli malo (su ayudante), tópico del que incluso se burlan en un diálogo posterior.

En una época en que las series de TV norteamericanas rozan cuotas de calidad que ya quisieran muchas producciones cinematográficas, en que la BBC y la mayoría de cadenas británicas continúan en su línea, en España hasta hace poco la serie de moda era Aquí no hay quién viva, y, actualmente, el programa más visto, Escenas de matrimonio.

El españolito medio sufre el llamado síndrome de "ventepalemaniapepe", que se resume en el célebre axioma "Spain is different", cuya traducción aproximada al castellano viene a ser "Ej que Ejpaña zemos azín", con el capetovetónico enunciador del mismo encogiendo los hombros y sonriendo satisfecho de su propia y militante cazurrez.

Cuando se trata de afrontar en ficción géneros que no tenemos asimilados como "españoles", la tendencia es no tomárselos en serio. Así, damos por sentado que lo mejor es limitarnos a la comedia y eso del "drama social". Por una parte el público y por otra los productores, con los profesionales por medios, el que le gusta hacer eso encantado y el que no, desesperado. Generalizar está muy feo, pero sin atender al contenido específico de cada película, fijándonos en los trailers y los carteles promocionales, comprobaremos que la inmensa mayoría de las producciones españolas se reducen a tres estrategias: los famosetes, el pseudoprofundismo chungo y la comedia casposa. Lo triste es que luego el contenido anunciado no tiene nada que ver. Promocionar un drama a base de repetir que Fernando Tejero -con todos los respetos para Tejero- hace un papel secundario y recordándolo como el tío de "un poquito de ponfavón" sólo conseguirá espantar al público -y encasillar al pobre actor-.

Entendemos -o parecemos entender- que en España eso de hacer un thriller policial no se lo va a tomar en serio nadie. Que una película histórica que no esté basada en un best-seller chungo -que además se va cargar- o ambientada en la Guerra Civil ni la va a ver nadie ni va ser artística ni ná. Que una serie en la que no salga una familia desayunando en la mesa de la cocina no va a pasar del tercer capítulo. Y no es así, leñe, no es así. El Comisario es el truño más duradero de la tele actual y es una de tiros, como lo fue Policias, un calco del formato yanki incluso en los culebrones. Pero oye. Aunque no sea un formato que me ponga los vellos como escarpias, las dos han funcionado sin necesidad de los histrionismos -con todos los respetos- de Los hombres de Paco, que ni es drama ni comedia ni culebrón adolescente ni tiene color...

Los hombres de Paco, que tiene días que me hace gracia y todo, es un poco la sinécdoque del problema. Trata de atraer a todos los públicos en una sola serie, tanto a los que quieren tiros como a los que buscan comedia o drama, además del pornográfico -por lo morbosamente exhibicionista e histriónico- del culebrón del estupro -aunque si Sarita pasa por menor de edad yo paso por la reina de Inglaterra-. ¿Puede alguien pretender que mi abuela jubilada, mi padre cincuentón, mi hermana indolescente y yo leamos las mismas revistas, por ejemplo? Pues no, porque mi abuela leerá La voz de San Antonio, mi padre el Muy Interesante, yo el Don Balón y mi hermana la Loka. Por ejemplo. Igual de difícil será ponernos de acuerdo en una película, excepción hecha de Ben Hur, claro. Así que pretender que nos sentemos a la vez a ver la misma serie es una estupidez. Más vale público en mano que emplazamiento volando.

De la misma forma... ¡fuera complejos! Soy de los que está deseando que los distribuidores no sean tan cagones y de una vez llegue a todos partes Los Cronocrímenes, de Nacho Vigalondo. ¿Por qué en España no sé puede hacer cualquier género? ¿Sólo Amenabar tiene barra libre? ¿Es "nuzotroz zemoz azín"? ¿No servimos para los géneros "guays"? Hay otra posición aún peor, la de que eso del cine histórico, de aventuras, o policial, es de catetos poco "artístriticos", lo cual demuestra una cortedad de miras en los creativos de la subvención digna de aquello que critican.

Cada gala de los Goya no faltan un par de próceres del cine patrio que nos echan la bronca por nuestro mal gusto al no ir a aguantar su tostón de turno. Evidentemente, la mayoría de las película españolas se distribuyen fatal, y los americanos son unos oligopolistas y unos imperialistas a los que les huele mal el aliento (me figuro), pero, ¿es qué no pueden ser un poquito menos autosuficientes y comprender que insultar al público no es la mejor manera de atraerlo a las salas? Básicamente, cada vez que el presidente o presidenta (o presidento) de la Academia del Cine llora como una nena en directo básicamente está queriendo decir "el que no prefiera Medem a Scorcese es tonto". De coña, vamos.

En fin. Que quede claro que esto sólo es un comentario de café, puro y copa.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Carl Sagan, Dios y los petisos carambanales

El próximo día 13 de noviembre editorial Planeta publicará La diversidad de la ciencia, del fallecido astrónomo y divulgador Carl Sagan. Al astrofísico norteamericano, fallecido en 1996, se lo podría considerar el santo laico de la divulgación científica, un tipo que participó en diversos programas de la NASA, entre ellos el SETI -que busca vida inteligente en otros planetas- y que alcanzó fama mundial gracias a la serie de televisión de 13 episodios Cosmos, que posteriormente sería adaptada a formato de libro. El párrafo final del mismo encierra una célebre frase que inspira desde hace años a numerosos amantes de la ciencia que tienen en Sagan una figura ejemplar:

"Nosotros somos la encarnación local del Cosmos, que ha crecido hasta tener consciencia de sí. Hemos empezado a contemplar nuestros orígenes: sustancia estelar que medita sobre las estrellas; conjuntos organizados de decenas de miles de billones de billones de átomos que consideran la evolución de los átomos y rastrean el largo camino a través del cual llegó a surgir la consciencia, por lo menos aquí. Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos."

Carl Sagan fue, además de divulgador emérito, un escéptico militante, y en uno de sus más célebre artículos hablaba de lo que él llamaba la presunción anti-copernicana. Según explica en el citado escrito, hasta Copérnico, salvo honrosas excepciones, los seres humanos creímos ser el centro del Universo, el cúlmen de la creación, etc. Distintos y variados científicos, desde el mismo Copérnico hasta Einstein pasando por Darwin y Freud, han ido demostrando que no somos tan especiales como nos gusta creernos, bajando del pedestal a la única especie que si desapareciese del ecosistema lo beneficiaría. Sagan apunta con sus críticas sin mencionarlos directamente a los fanáticos religiosos, y establece, en éste y otros muchos textos, porque la fe escapa a los terrenos de la ciencia y no deben mezclarse.
Sin embargo, para servidor la cita que cerraba Cosmos, arriba expuesta, destila un tufillo teísta que no se lo salta un galgo. Desconozco si existe algún texto en el que Sagan se pronuncie sobre sus creencias religiosas más allá de sostener la necesaria separación de tales cuestiones respecto a la ciencia o la política, pero así, a bote pronto, no resulta molesto. La ciencia ficción debe ser uno de las géneros populares que más se dedica a Dios. Por ejemplo, 2001: Una Odisea en el espacio, la película de Stanley Kubrick, llegó a recibir varios premios de asociaciones católicas de EEUU por reflejar el "misterio" de la relación entre el hombre y Dios. En Stark Trek V: La última frontera, la tripulación original del Enterprise -el capitán Kirk, Spock, etc.- se enfrenta a la búsqueda de Dios, literalmente, cuando la nave es raptada por el hermanastro loco de Spock. Son dos ejemplos tontorrones de películas muy conocidas, ya si entramos en novelas, el lego se puede cagar. Y yo soy un semilego, pese a mí humilde tarea pedante.

El teísmo es la religión monoteísta sobre la que está superpuesto mal que bien el cristianismo. En los estertores del paganismo politeista griego que heredó el Imperio Romano, este se reconvirtió en lo que Gore Vidal llama en su biografía novelada de Juliano el Apóstata, "helenismo", o paganismo neoplatónico tardío, si nos ponemos finos. Es sobre los postulados de estos filósofos decadentes y sus ritos mistéricos, plenamente asumidos como simbólicos por los mismos iniciados, que se implanta el primer cristianismo "oficial". Los griegos habían acabado por admitir -se dice que en Platón ya se encuentra este planteamiento- que tras sus numerosas divinididades y pseudocultos se encontraba una causa-centro-primera, un Dios Uno deducible por la lógica -en el argumento rabínico, la sombra del castillo presupone la existencia del arquitecto- al que adorar a través de ritos muy escogidos y del que cada diosecillo del politeismo no era sino una manifestación menor.

Así, se intuye que en los misterios de Eleusis, dedicados supuestamente a la diosa madre Demeter -heredera del monoteísmo matriarcal del neolítico-, el momento cumbre del rito era la elevación de una espiga de trigo hacia los cielos -y remite exactamente a lo que estás pensando-, que, en el pasado, también simbolizó el ciclo de muerte y renacimiento -ejem- de la semilla, presente en el mito del rapto de Perséfone, hija de Demeter, por parte de Hades, señor de los infiernos. Otros cultos mistéricos eran los de Mitra, un dios importado de oriente, que nació un solsticio de invierno en un establo.

Mientras Yavhé era adaptado al gusto grecorromano y tomaba el aspecto de Júpiter -el anciano imponente de barba blanca y ceño fruncido-, Junior se quedaba con el boato. La Santísima Trinidad era fácil de aceptar para los pensadores romanos contemporáneos de San Agustín, ya que implicaba un Dios Uno que se manifestaba en diferentes personas. Lo normal para un Dios Uno, vamos. Los arrianos y los donatistas, herejes de aquél entonces que tardarían varios cientos de años en ser erradicados, defendían un monoteísmo más "puro" en las formas, parecido al semítico y de corte oriental. A cuanto de esto, el historiador Ignacio Olagüe tiene una particular teoría sobre los cristianos unitarios, los trinatarios y el Islam en España que no me voy a poner a detallar. Con todo, resulta irónico que en el contexto del fin de mundo helenístico que representaba la caída de Roma, la Iglesia tenía que adaptar sus postulados a la lógica, pero mil años después, Copérnico y Galileo se veían obligados a adoptar la lógica a la Iglesia.


Este teísmo filosófico y "lógico" de la cultura helenística fue recuperado en dos veces por nuevas oleadas de pensadores europeos que se consideraron sus herederos. En el Renacimiento, mientras se acababa la época de los grandes constructores de catedrales y Europa asomaba la cabeza a un pasado enterrado bajo capas de cursilería fanática, surgieron los masones, al principio llamándose con otros nombres, pero uniendo simbología occidental y oriental y ritos mistéricos para adorar al Gran Arquitecto (si hacemos caso a la documentación de Alan Moore para From Hell, un cruce entre Yavhé, Osiris y Baal: el dios trinitario Jah-Bu-Lon). Voltaire, que si no era masón lo disimulaba muy bien, hablaba del relojero cósmico, el ingeniero universal, que creó el universo como quien construye el motor de un McLaren y luego se limita a observar el movimiento del mecanismo. Ello es lógico porque un Dios colérico y caprichoso como el del Antiguo Testamento no daría lugar a un universo coherente. Como decía Einstein, otro gran teísta de origen judío, al fin y al cabo, "Dios no juega a los dados". Como explicó el matemático Roger Penrose en una entrevista, en su campo se dice que una ecuación existe cuando es coherente, luego, muy extrapolado como él mismo admite, "el universo existe porque es consistente". El Eclesiastés o Libro de Qohélet, que se atribuye a Salomón -como El Cantar de los Cantares, pero es mentira, los dos los escribió su madre, Betsabé-, dice en su pasaje más célebre: "Él [Yavhé] dio a los hombres la ciencia, para mostrarse glorioso en sus maravillas".

En fin. En el capítulo de Los Simpsons en el que unos médicos extraen a Homer el lápiz de cera introducido en su cerebro que lo hacía idiota, el nuevo Homer superdotado demuestra matemáticamente que Dios no existe (Flanders quema la prueba). Sin embargo la mejor oposición entre el Dios Uno "lógico" y el Dios cabreable de los creacionistas y tal la ha visto en una historieta corta del gran clásico nunca bien ponderado del tebeo español: Superlópez. En la celebérrima historia Los petisos carambanales, un desquiciado "elija su propia aventura" que marcó época. Un petiso carambanal -el que no admita que el nombre es la leche que se vaya de este blog- es uno de esos bichos amarillos y rechonchos que hablan en un extraño lenguaje jeroglífico. En la aventura a que dan nombre, en la versión "oficial" -si no la has leído, no sabrás de qué hablo-, los petisos son una creación "estoplásmica" del profesor Escariano Avieso, procedente de la identidad secreta de Superlópez, Juan López -¿quién lo diría, eh?-, que el héroe acaba enviando fuera de la Tierra para que no la invadan con su exponencial multiplicación.
Pues bien, en una aventura posterior, López sufre un accidente de tráfico tras el cual se ve transportado al "planeta petiso", donde aterrizaron sus "creaciones". Convertido en una especie de Gulliver chungo, con un petiso traductor ayudándolo a desenvolverse, descubre que el "mundo carambanal" está dividido en dos naciones que se mantienen en una especie de guerra fría. Por un lado, sus primeros captores, cientifistas, que habitan en el norte del planeta. Por otros, los religiosos "supernales" del sur, que adoran a Superlópez, ya que los petisos "salieron de él", y, por tanto, es Dios. Super abandona a los norteños cuando descubre que pretende usarlo para invadir a los vecinos, pero cuando llega al país de estos, se encuentra con una acogida cargada de temor religioso. Algo quemado, López obliga a su intérprete a que diga a los creyentes que él no puede ser Dios. Si lo fuese, no tendría que trabajar, ni pagar la hipoteca, ni soportar el retraso de los trenes... Como se puede prever, nuestro héroe acabado enfrentado a ambos bandos, que se autodestruyen en holocausto "petiso-nuclear" al bombardearse mutuamente.

En la misma línea del Dios "de andar por casa" caminan otros tres tebeos de más o menos renombrado éxito. En Predicador, de Garth Ennis y Steve Dillon, cuando el protagonista, el predicador Jesse Custer, un auténtico vaquero postmoderno, recibe el don de la omnipotencia, decide aplicar sobre Dios, su ex-jefe y única rival en la creación, la lógica propia del western, llegando a la única conclusión posible: es un cerdo al que debe hacérselas pagar todas juntas. Recuerda vagamente a una frase del protagonista de El maestro de esgrima, de Arturo Pérez-Reverte, el último hombre honrado en la España de Isabel II, que afirma "Dios no me interesa. Es intolerante e inconsecuente. No es un caballero".

En un miniserie relativamente reciente de Howard el Pato -una versión psicótica de Donald creado por el guionista de superhéroes Steve Gerber, que lo utilizó para parodiar personajes de dibujos animados y del propio cómic americano-, éste visita al mismísimo Dios, con el que se toma una cerveza y que entre otras cosas le explica que la creación es una marca registrada de la cual él es sólo el administrador y que la única religión de cuya creación es culpable directo sucedió "por aquél episodio psícótico en Galilea... ¿qué puedo decir? [...]Al final me casé con la chica, pero se cansó de mis problemas con el alcohol... por no hablar de la diferencia de edad". Ante el rictus de Howard, afectado por la revelación, Yavhé -o Yah, diminutivo por el que prefiere que lo llamen- ríe "Deberías verte la cara. Es la misma que puso Mahoma cuando se lo conté". Antes de despedirse, Dios le dice: "Cuéntale a la gente que soy un palurdo como ellos". A lo que Howard contesta: "Mejor no, o acabaré fundando mi propia religión".

En un ejemplo mucho más casero, en España Santiago Valenzuela publica desde hace unos años Las aventuras del Capitán Torrezno, que narran la historia de una civilización en miniatura creada sin querer por un funcionario retirado. La Iglesia de este micromundo venera al Dios único José Hilario, y su particular teología se nos presenta a través de gigantescos paquetes de tabaco, documentos de identidad perdidos y demás parafernalia cotidiana que para estos liliputienses representan misterios tan insondables como el Arca de la Alianza.

Dándole tantas vueltas, finalmente, a la cualidad "humana" de Dios -la ventaja de Zeus era su debilidad por las faldas; la de Jesús, estar hecho de carne y sangre como nosotros-, no me queda sino perder la poca dignidad que me quede para evocar la canción If God was one of us, de Joan Osborne, cuya letra pasó a cortipegar a modo de despedida blasfema y perdiendo toda vergüenza tanto ética como estética:

If God had a name, what would it be
And would you call it to his face
If you were faced with him in all his glory
What would you ask if you had just one question

And yeah yeah God is great yeah yeah
God is good yeah yeah yeah yeah yeah

What if God was one of us
Just a slob like one of us
Just a stranger on the bus
Trying to make his way home
If God had a face what would it look like
And would you want to see
If seeing meant that you would have to believe
In things like heaven and in jesus and the saints and all the prophets

And yeah yeah God is great yeah yeah
God is goodyeah yeah yeah yeah yeah

What if God was one of us
Just a slob like one of us
Just a stranger on the bus
Trying to make his way home
He's trying to make his way home
Back up to heaven all alone
Nobody calling on the phone
Except for the pope maybe in rome

And yeah yeah God is great yeah yeah
God is goodyeah yeah yeah yeah yeah

What if god was one of us
Just a slob like one of us
Just a stranger on the bus
Trying to make his way home
Just trying to make his way home
Like a holy rolling stone
Back up to heaven all alone
Just trying to make his way home
Nobody calling on the phone
Except for the pope maybe in rome