sábado, 26 de enero de 2008

Pepe Carvalho, Alex de la Iglesia y la estrategia de Mary Poppins

Tengo pendientes unas cuantas entradas, en el apartado de "borradores", que corregiré y actualizaré en la medida de lo posible (Capello entrenador de Inglaterra, Beowulf, ¿Por qué coño no se estrena de una vez Los cronocrímenes?, Creacionismo strikes again, Por qué he matado a Kundera), además de planificar la reforma del blog ahora que la asignatura de Producción Periodística ha terminado y tengo un pedazo de 10 del que estaría muy feo presumir. Pero antes de eso, dado que mis fans andan inquietos -Ana, Supermán, Naru, Mamá, va por vosotros-, voy a retomar una obsesión que ya traté en otro tiempo y lugar, para no dejar abandonada la que es mi humilde tarea pedante. Y si continuo esta escalada de autorreferencia, por muy adecuado que resulte a la intención última del blog, por favor, qué alguien me pegue un tiro.

"La estrategia Mary Poppins", que da título a esta entrada, o "técnica del caramelito" se basa en, bueno, la estrategia que emplea Julie Andrews para conseguir que los niños repipís de Mary Poppins ordenen su habitación: convertirla en un juego, con la célebre e irritante canción cuya letra original desconozco: "Con un poco de azúcar esa píldora que os dan, la píldora que os dan, satisfecho tomaréis", etc. Digo Julie Andrews y no su personaje, porque más tarde repetiría en Sonrisas y lágrimas para domesticar a la numerosa y aria prole del capitán Von Trapp. Qué por cierto, ¿de verdad era capitán de la Marina? ¿En la Marina de AUSTRIA? Danubio abajo en canoa, me imagino, aunque supongo que esto me pasa por no haberme leído el libro o investigado la historia real de los Von Trapp para cerciorarme.

Pero me columpio. Digamos que la "técnica del caramelito" responde a la consabida estrategia practicada por los camellos y que todas las abuelas del universo conocen perfectamente: repartir droga a la puerta de los colegios -como Zapatero- pegada a un caramelito. Qué cómo dijo el poeta, yo salía todos los días a buscarlos, pero nunca estaban. El "caramelito" es el pan nuestro de cada día en esta sociedad del homo viddens y la madre que lo parió, con esa publicidad que se anuncia a sí misma y esos periodista enredados en la teleraña, dedicados a rellenar los espacios que sobran en el planillo después de colocar los anuncios, ¿o no? Puestos a ello, se puede encontrar en cualquier cosa que nos quieran vender. Estamos hartos de oír que los coches no son coches, son status; que las hipotecas son futuros idílicos con niños rubios y fácilmente ahogables en una bañera media, etc.

Aplicado a la literatura y al cine -aún cierta forma de texto ilustrado, como lamenta Peter Greenaway-, el recurso más "caramelito" que se me ocurre es considerado un género en si mismo y se llama "suspense" o, en ocasiones, siendo lo mismo pero no siendo igual y viceversa, "género negro". Voy a aparcar esto último a un lado para retomarlo más tarde, porque a lo que me quiero referir es, en roman paladino, al esquema de las historias de detectives, con su Sherlock lleno de ticks y su Watson dándole excusa para reflexionar en voz alta, su víctima rara vez del todo inocente, su galeria de sospechosos a cada cual más intrigante, sus macguffins y sus sorprendentes -o no- giros argumentales.

A los detectives de ficción se los puede dividir en dos grandes categorías: los Sherlocks y los Maigrets. Los Sherlocks son fríos, cerebrales, apegados al dato, a la prueba incriminatoria y al más puro razonamiento lógico. Los Maigrets, por contraste, tienden más a la intuición, al sentido común, a introducirse en el contexto del crimen y, si es necesario, incluso ponerse en el lugar del asesino, buscando comprenderlo para poder atraparlo. Por supuesto son combinables, no son absolutos, y existen situaciones intermedias, pero es fácil ponerse a ello y clasificar unos cuantos. Por ejemplo, Nero Wolfe es un Sherlock, capaz de resolver un caso sin moverse del sillón tan sólo con los datos que le trae su ayudante. Guillermo de Baskerville, Grissom, Detective Conan y House, cada uno en su estilo, también entrarían en la categoría. En el apartado Maigret encontraríamos a varios investigadores de aire más "cotidiano", como la señorita Marple, el padre Brown, Pepe Carvalho y Montalbano.

Por supuesto, toda clasificación tiene sus lagunas. ¿Dónde entra Poirot? Quizás en una categoría intermedia bautizada por él mismo, donde incluir al comisario Brunetti o a Kurt Wallander. Aunque la contraposición subyace, la eterna y tan manida entre razón y emoción, de la que viven muchos capítulos del ya mencionado House, la obra maestra de Billy Wilder La vida privada de Sherlock Holmes o la sencillamente genial serie de TV británica Life on Mars. Y respecto al arquetipo que encarna el autóctono Pepe Carvalho, es evidente su filiación a Philip Marlowe, el antihéroe por antonomasia, un Maigret pesimista y oscuro, el perdedor duro pero de buen corazón, una subcategoría en sí misma que alimenta al género negro puro y duro, con finales difíciles, mujeres fatales y matones esquinados, donde se encuadran su primo hermano Sam Spade, homenajes como Blacksad y ejemplos más variopintos rollo Hellblazer.

Detengámonos en Carvalho, en un tiempo trasunto de su autor, Manuel Vázquez Montalbán. El detective barcelonés, ex opositor a Franco, ex comunista, ex agente de la CIA, guardaespaldas de Kennedy y su verdadero asesino, es un Marlowe en la medida en la que, más que moverse en los bajos fondos, como puedan hacer en un momento dado Holmes o Maigret, forma parte de ellos. La serie Carvalho nació como una suerte de crónica de la Transición, de reflejo en los ojos de un héroe desencantado de las transformaciones de España desde finales de los 70 hasta la frontera del siglo XXI, con el díptico póstumo Milenio. En Carvalho, como en Colombo, en muchas ocasiones al comenzar la novela ya sabemos quien es el asesino (Los pájaros de Bangkok). En otras, se parte del tópico cadáver encontrado en lugar inverosímil (Los mares del sur), o el asesinato en un espacio cerrado lleno de potenciales sospechosos (Asesinato en el Comité Central, El Premio), el macguffin de encontrar a un desaparecido (Quinteto de Buenos Aires) o proteger a una celebridad que recibe amenazas (El delantero centro fue asesinado al atardecer). Pero, casi siempre, son meras excusas para que Carvalho se pasee por lugares exóticos, tal que los mencionados Bangkok y Buenos Aires o ese Madrid de la movida de los 80 y el pelotazo de los 90 que para el catalanismo excéptico y cosmopolita es también el extranjero, o se dedique a comprobar que ni la democracia ni la revolución eran exactamente como las habían imaginado.

El género negro es siempre un testigo del tiempo que retrata, voluntaria o involuntariamente. En otra división estúpida, eso tan traído y mánido del género puede ser un fin en sí mismo o una excusa. El caso de Carvalho se encuadra en el segundo, lo habitual para los Maigrets, cualquier capítulo de CSI o relato de Sherlock Holmes, en el primero. Sin embargo, Grissom y su hermano proxeneta, Horatio, se pasean por las mansiones de los ricos, las raves salvajes y lo que viene siendo la decadencia de Occidente en general, igual que en sus paseos por los suburbios de la city, Doyle, buscando tan mostrar el dominio de si mismo de su detective, acababa por retratar la cara b de la sociedad victoriana.

En la reciente Los crímenes de Oxford, de Alex de la Iglesia, la primera escena de la película nos pone en guardia, colándonos a Wittgenstein con el breve apunte de la escena bélica, que hace preguntarse una décima de segundo al espectador si se ha equivocado de sala hasta que aparece John Hurt y y suelta esa pregunta retórica que está ahí para que nadie se llame a engaño cuando llegue el final y a más de uno se le pase por la cabeza la exclamación que se le escapó a mi hermano cuando alquilamos Memorias del ángel caído: "¿Pero esto qué estafa de final es? ¿Entonces el de Sor Citroën era el asesino o no?".

¿Dónde podría encuadrar toda mi pedantería barata exactamente Los crímenes de Oxford? Una variante de "el género como excusa" se presenta cuando el autor quiere hablar de un mundillo determinado -leed, por favor, el segundo comentario del enlace, que no tiene desperdicio- y utiliza la escusa del asesinato para retratarlo. Muere, por ejemplo, un productor de cine porno -no lo he comprobado, pero me juego mis tintines a que hay un par de novelas y otras tantas películas con ese argumento- y a partir de ahí el detective se dedica a escarbar en el mundillo, dando lugar a que el autor se despache a gusto con su conocimiento profundo -puede tratarse de un actor porno retirado, ya estoy viendo a Nacho Vidal firmando libros con... la mano- o su fantasbulosa documentación. El comisario Brunetti nació porque Donna Leon quiso hacer esto último con el mundillo de la Ópera y escribió Muerte en la Fenice, utilizando a Von Karajan de punching-ball (aunque cambiándole el nombre, claro).

Los crímenes... podría ser el mismo caso en tanto el autor de la novela, Guillermo Martínez, es matemático, y el directo, Alex de la Iglesia, estudió Filosofía -¡jarl!, aunque se ha hartado de repetirlo en las entrevistas-, y la temática de la que está claro que quieren hablar es la combinación de ambas y las conclusiones al respecto de Wittgenstein, que el final suscribe completamente. De la Iglesia, de nuevo en las entrevistas, ha reiterado hasta la saciedad que para él la película es una historia de iniciación, la de Martin, que pasa de creerse el rey del mambo a descubrir que todo acto tiene consecuencias y nunca se puede estar seguro de nada. En cualquiera de las dos vertientes, el artificio de la "historia de detectives" viene a ser una percha.

Por otra parte, ambos propósitos acaban por integrarse bien cuando -¡atención, a partir de aquí, spoilers!- Martin "inventa" al asesino y se hace cómplice, tanto a sí mismo como al espectador, que queda convencido de la "teoría" del héroe y se convierte en víctima de un "mentor" interesado, que se aprovecha de su ingenuidad. En la medida en que la identificación interesada con el punto de vista del protagonista sirve para confundir al lector/espectador -para el que la obra se realiza, ¿no?-, Los crímenes... se parece a El Club Dumas, de Arturo Pérez-Reverte, donde las presunciones del género del lector resabiado le acaban jugando una mala pasada. Reverte, adicto al género y a los Marlows, hace mucho más explícita -y menos pretenciosa- su propuesta; De la Iglesia y Martínez se ponen más trascendentes y, más allá del género, que no sé hasta que punto conscientemente destripan sin misericordia, pretenden plantear uno de esos grandes interrogantes -o El Gran Interrogante, ya puestos-.

Personalmente, y ya en plan "yo-mí-me-conmigo" -más aún, digo-, el género me parece más interesante como instrumento que como fin en sí mismo -aunque disfrute como un enano con Sherlock Holmes-, pero eso será tema de otra entrada para otra ocasión. Sobre otro género, el histórico, que últimamente está de moda mezclar torticeramente con el de detectives -cuanto mal ha hecho al mundo Umberto Eco-, y sobre un autor recién mencionado además, recomiendo la crítica de Justo Serna, historiador de la Universidad de Valencia, de Un día de cólera, de Pérez-Reverte.

Y tras esto, agradeciendo su paciencia y esperando su participación, querido lector, telón.

2 comentarios:

Eldan dijo...

Interesante reflexión sobre el género negro, extensa -en tu línea- y plagada de ese exquisito ego que no hace más que crecer en cada post. Hasta la vista, camarada, que seguramente será hoy o mañana.

David A.M. dijo...

Hay días en los que alucino contigo. La mayoría de las veces que te leo acabo por frustrarme, pero hoy, como ha sido un día productivo también para mi, te leo, te admiro y hasta te comento. Hurm.

En tu línea, textos razonados, simples y con una exhibición escandalosa de como hilvanar un textos. De acuerdo.

Te diré como crítica que me recuerdas a Umberto Eco en su "Apocalípticos e integrados", pero en el mal sentido. Está muy bien que linkees, pero si para leer tu artículo el mindundi de turno tiene que asomarse a 13 biografías y 4 artículos de prensa, para él habrás muerto a la tercera frase.

Eres peor que yo. Aunque me esfuerzo día a día en superarte.