martes, 27 de noviembre de 2007

Tiempo de ucronías

Dice Slavoj Zizek, mi filósofo de cabecera, por si la cadencia con que lo cito no ha demostrado aún: Yo creo que a diferencia de este tipo de utopía, la verdadera utopía no es algo que uno se imagina, un sueño, sino que es algo que en realidad surge de un impulso, de una necesidad pura y autentica de sobrevivir, una necesidad de supervivencia cuando uno se encuentra en una situación en la que ya no es posible una salida dentro de las coordenadas de lo habitual. Entonces, nuevamente destaco que la utopía es algo que uno se ve obligado a imaginar, que uno se ve forzado a imaginarla y no es algo que surja libremente de una fantasía, sino que es un imperativo de una urgencia de una situación.

Es lugar común decir que la utopía como género literario nace con Tomás Moro, y yo no soy quién para desmentirlo. Es habitual, asimismo, indicar que Moro la bautizó, pero se puede considerar que existe, al menos, desde La República de Platón. Si me apuran, el código de Hammurabi traza un mapa de "sociedad ideal". Y la Biblia, tanto en el Génesis como en el Deuteronomio (y compañía), pasando por los libros sapienciales y las partes del los libros de los reyes donde se glosa a Salomón y alguno que otro. Incluso la descripción del escudo de Aquiles en la Ilíada presenta una sociedad modélica. En los siglos XIX y XX, con la ciencia-ficción, llegaron las distopías, tipo 1984 o Farenheit 451, aunque supongo que encontrarles antecedentes es cuestión de escarbar. En La ciudad de Dios, San Agustín contrapone a la susodicha urbe divina, regida por las buenas leyes (el cristianismo), la ciudad "temporal", de los hombres, regida por el pecado. No es mal ejemplo. Casi siempre se observa la intención didáctica: lo deseable o lo indeseable, presentados de manera ejemplar.

La ucronía es la prima hermana de la utopia. En lugar de u-topos -en ningún lugar-, significa u-cronos, -en ningún tiempo-. Considerado un género propio de la ciencia-ficción, consiste básicamente en un relato basado en el cambio de un acontecimiento histórico crucial -o no tanto- que provoca que toda la Historia desde ese punto, y, "por tanto", la civilización, cambien radicalmente. Al acontecimiento que cambia se lo conoce como punto Jonbar, por el protagonista de un relato del escritor de ciencia-ficción Jack Williamson, llamado John Barr, que crea dos mundos paralelos mediante la sencilla elección de recoger del suelo un guijarro o un imán. Como síntesis de utopía y novela histórica, la ucronía es, sencillamente terreno abonado a la ideología camuflada.

En términos académicos, a este planteamiento se lo conoce -por lo visto- como "Historia contrafactual", y no goza de mucha popularidad. En el ámbito anglosajón, más que en el hispano, ha dado lugar a una serie de ensayos que buscaban más el mercado que la respetabilidad académica, objetivo muy respetable. En España se ha publicado tan sólo, que yo sepa, Historia virtual de España (1870-2004), ¿Qué hubiera pasado sí...?, editado por Nigel Townson y con la participación de varios historiadores, cada uno de los cuales escribe un capítulo dedicado a un acontecimiento concreto dentro de ese periodo. Por ejemplo, si el general Prim no hubiese sido asesinado o si Indalecio Prieto hubiese ocupado el puesto de Presidente del Gobierno en 1936.
Lo interesante de estos ensayos no es tanto el modelo que defiende Towson de contrafactual -como en un experimento de laboratorio, comprobar que ocurre si quitamos un factor a una fórmula- como el "lápsus freudiano" que afecta a los autores al interpretar el cambio que preconizan. Cuando se propone un desenlace diferente se está ofreciendo una conclusión acerca de cuales fueron las causas del acontecimiento en sí. El contrafactual histórico, más que ofrecer una solución de por qué ocurrió lo que ocurrió, presenta la interpretación del autor. Para realizarse la pregunta del "¿Y sí...?", es necesario establecer un mínimo aceptado de causas que varían cuando sale cruz al lanzar la moneda.

Por ejemplo, en el ensayo sobre Indalecio Prieto, Santos Juliá, el autor, presupone que no habría habido Guerra Civil porque un Gobierno fuerte habría sabido responder al golpe de Estado. Juliá ofrece como presupuestos establecidos aquello que debería ser la conclusión del contrafactual, y por tanto lo desvirtúa. Si la Guerra Civil sucedió por no encontrarse en el poder un Gobierno fuerte, que entregó las armas a las milicias populares, entonces un presidente con personalidad y socialista, Prieto, habría podido evitarla. La defensa implícita de un modelo actual es tan evidente que ni voy a explicarla. En el ámbito anglosajón, el enfoque es más conservador que de centro-izquierda, pero el resultado es similar: establecen en el lector una interpretación de "lo deseable" en la Historia sin aclarar las causas "experimentalmente", sino estableciéndolas. Para ser justos, hay que reconocer que los mismos historiadores que participan en estos ejercicios consideran que no son para nada eficaces, sino más bien un divertimento. Esto es justo con sus intenciones, pero no con los resultados. Indica que los realizan "intuitivamente", y eso desvela más de su planteamiento subconsciente que si se documentasen exhaustivamente.
Regresando a la literatura, la lista de obras es ingente. Las dos ucronías más cacareadas son El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, y Pavana, de Keith Roberts. Dick es uno de los autores más admirados -después de muerto- de la ciencia-ficción, y sus novelas son idolatradas por la masa informe gafapastil. El hombre en el castillo parte de un clásico: ¿y sí los alemanes hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial? La respuesta que da es tan compleja que ni siquiera voy a intentar reseñarla, quien tenga curiosidad puede sacar el libro de la biblioeteca. En cuanto a Pavana, presenta un mundo donde Isabel I de Inglaterra fue asesinada, España invadió las islas y la Iglesia católica aún domina el mundo en los años 60, con los trenes de vapor como principal adelanto. Como la novela es menos ofensiva de lo que parece y también mucho más complicada que el planteamiento ucrónico, tampoco me extiendo más.

En España, En 1976 se publicaron tres ucronías que planteaban un escenario histórico diferente en función del resultado de la Guerra Civil: En el día de hoy, de Jesús Torbado; El desfile de la victoria, de Fernando Díaz-Plaja, e Historia de la II República española, de Víctor Alba. En las dos primeras, la apertura de la frontera de Francia permitía la llegada de las armas procedentes de la URSS y Checoslovaquía y equilibraba la guerra a favor de la República. En la tercera, Casares Quiroga evitaba el golpe y en la actualidad (el 76, claro), existía una III República que se fundó después de la Segunda Guerra Mundial, con un sistema mixto de capitalismo y autogestión, una Yugoslavia de Tito light, con un partido conservador tecnócrata y uno de izquierdas de inspiración sindicalista. Víctor Alba, el autor, un pseudónimo de Peré Pages, era un antiguo poumista que se comió todas las cárceles de todas las ideologías del mundo.
El año pasado se conmemoró el 75 aniversario de la proclamación de la II República española. Si uno recuerda los actos institucionales celebrados, más allá de las proclamaciones de formaciones como Izquierda Unida o ERC, además de la UCAR y similares, se sorprenderá de lo descafeinado de los mismos. En el paraninfo de la Universidad de Sevilla, el mismo Santos Juliá ejerció como estrella en un acto "republicano" presidido por un retrato de Juan Carlos I. El Gobierno de Zapatero se proclamó heredero de los valores de aquella democracia truncada, y a la democracia actual como su sucesora. Pero..., ¿de verdad se parecen? ¿O cada uno contó la República según le fue, y los manifestantes que desfilan con enseñas tricolor cada 14 de abril esperan, en realidad, algo más?

La memoria histórica del PSOE versión Zapatero intenta enlazar con la tradición de los republicanos y, manque les pese, lo liberales: de Azaña, de Martínez Barrio, etc. Por mucho que hablen de Besteiro o Fernando de los Ríos, que conmemoren a Zugazagoitia o Prieto -que no lo hacen-, hace tiempo que dejaron de ser sus herederos. Imbuirse a un aura de autoproclamado espíritu revolucionario, de progresía en el peor de los sentidos que le queramos dar al término, con todos sus tópicos preconstitucionales y sus cuellos vueltos y su Joan Manuel Serrat, es más una especie de débito sentimental que una declaración firme de intenciones. Humo y espejos.
Eso no salva a la derecha, que intenta legitimarse sobre la base de un franquismo "ucrónico" y descafeinado que sostiene que los "rojos comían niños" e identifica la parte por el todo del bando gubernamental por el lado de stalinismo, obviando el contexto de abandono internacional que produjo el abrazo de Negrín a la URSS. El franquismo "descafeinado" o idealizado sobre el que se apoya el brazo conservador de la derecha española -no así el liberal, que se desdibuja tanto en sus diferencias con el PSOE que hace que uno le entrén ganas de llorar- es, sencillamente, pornográfico. Escuchar "con Franco se vivía mejor" -y no "vivíamos", ya que para más inri empiezan a pronunciarlo españoles nacidos después del 75- se vuelve habitual en según que círculos. ¿Qué clase estulticia intelectual se está propiciando?

La "utopía" conservadora de la Transición como gran pacto encierra la falacia torticera de que los españoles tenemos una tendencia innata a abrirnos la cabeza los unos a los otros a la mínima excusa, y que cuatro señores dándose la mano junto al Palacio de la Moncloa bastan para impedirlo. A la facción conservadora que añora las merendolas de chocolate con soconusco, la Transición le parece el colmo de la democracia porque considera que ya cedió bastante y poder votar, divorciarse o hablar catalán debería ser jauja para aquellos melenudos que corrían delante de los grises. Esto es una exageración interesada, pero no deja de tener su parte de verdad.
La guerra de legitimidades entre los dos grandes partidos sólo pone de manifiesto, al final, que necesitan remontarse, mínimo, más de treinta años en el tiempo para encontrar diferencias sustenciales entre los planteamientos de uno y de otro. No discuten por la economía de ahora, ni siquiera por la economía de entonces, no hablan de ideología... Se plantean cual de los dos bandos era "más peor", el tuyo o el mío. No se trata de convecimiento, sino de forofismo futbolero. Aunque el centro izquierda se maquille de mayor respeto a las minorías y sensibilidad social y el centro derecha de orden público y valores tradicionales, se trata de puros formulismos, humo y espejos para distraer a la galería, peleítas entre la clase dirigente que se disfrazan con siglas que perdieron su sentido hace mucho.

Nuestros políticos son tan cínicos y tan ignorantes que hace tiempo que han renunciado a las utopías. Ha llegado a un punto en que tenemos tan asumida la ausencia de alternativas a su circo mediático que decidimos apagar nuestras funciones cerebrales avanzadas para escenificar una danza macabra en la que pretendemos recrear las luchas sociales de hace cien años, que poco o nada tienen que ver con el mundo globalizado, el turbocapitalismo, internet y la era de la publicidad desaforada, cuando ser rebelde significa estar más al servicio del sistema que nadie. Lo de Matrix, una mariconada comparado con esto.

Al final, el problema sigue siendo la gran pregunta sin respuesta: ¿qué hacer? Pues sinceramente, si lo supiera no estaría aquí, escribiendo esto...

1 comentario:

Cos dijo...

un blog muy muy interesante, enhorabuena! pero renuévalo pronto que hace mil que veo la misma entrada!! espero que te guste lo nuevo que he publicado yo en el mio! suerte en los exámenes!