lunes, 5 de noviembre de 2007

Carl Sagan, Dios y los petisos carambanales

El próximo día 13 de noviembre editorial Planeta publicará La diversidad de la ciencia, del fallecido astrónomo y divulgador Carl Sagan. Al astrofísico norteamericano, fallecido en 1996, se lo podría considerar el santo laico de la divulgación científica, un tipo que participó en diversos programas de la NASA, entre ellos el SETI -que busca vida inteligente en otros planetas- y que alcanzó fama mundial gracias a la serie de televisión de 13 episodios Cosmos, que posteriormente sería adaptada a formato de libro. El párrafo final del mismo encierra una célebre frase que inspira desde hace años a numerosos amantes de la ciencia que tienen en Sagan una figura ejemplar:

"Nosotros somos la encarnación local del Cosmos, que ha crecido hasta tener consciencia de sí. Hemos empezado a contemplar nuestros orígenes: sustancia estelar que medita sobre las estrellas; conjuntos organizados de decenas de miles de billones de billones de átomos que consideran la evolución de los átomos y rastrean el largo camino a través del cual llegó a surgir la consciencia, por lo menos aquí. Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos."

Carl Sagan fue, además de divulgador emérito, un escéptico militante, y en uno de sus más célebre artículos hablaba de lo que él llamaba la presunción anti-copernicana. Según explica en el citado escrito, hasta Copérnico, salvo honrosas excepciones, los seres humanos creímos ser el centro del Universo, el cúlmen de la creación, etc. Distintos y variados científicos, desde el mismo Copérnico hasta Einstein pasando por Darwin y Freud, han ido demostrando que no somos tan especiales como nos gusta creernos, bajando del pedestal a la única especie que si desapareciese del ecosistema lo beneficiaría. Sagan apunta con sus críticas sin mencionarlos directamente a los fanáticos religiosos, y establece, en éste y otros muchos textos, porque la fe escapa a los terrenos de la ciencia y no deben mezclarse.
Sin embargo, para servidor la cita que cerraba Cosmos, arriba expuesta, destila un tufillo teísta que no se lo salta un galgo. Desconozco si existe algún texto en el que Sagan se pronuncie sobre sus creencias religiosas más allá de sostener la necesaria separación de tales cuestiones respecto a la ciencia o la política, pero así, a bote pronto, no resulta molesto. La ciencia ficción debe ser uno de las géneros populares que más se dedica a Dios. Por ejemplo, 2001: Una Odisea en el espacio, la película de Stanley Kubrick, llegó a recibir varios premios de asociaciones católicas de EEUU por reflejar el "misterio" de la relación entre el hombre y Dios. En Stark Trek V: La última frontera, la tripulación original del Enterprise -el capitán Kirk, Spock, etc.- se enfrenta a la búsqueda de Dios, literalmente, cuando la nave es raptada por el hermanastro loco de Spock. Son dos ejemplos tontorrones de películas muy conocidas, ya si entramos en novelas, el lego se puede cagar. Y yo soy un semilego, pese a mí humilde tarea pedante.

El teísmo es la religión monoteísta sobre la que está superpuesto mal que bien el cristianismo. En los estertores del paganismo politeista griego que heredó el Imperio Romano, este se reconvirtió en lo que Gore Vidal llama en su biografía novelada de Juliano el Apóstata, "helenismo", o paganismo neoplatónico tardío, si nos ponemos finos. Es sobre los postulados de estos filósofos decadentes y sus ritos mistéricos, plenamente asumidos como simbólicos por los mismos iniciados, que se implanta el primer cristianismo "oficial". Los griegos habían acabado por admitir -se dice que en Platón ya se encuentra este planteamiento- que tras sus numerosas divinididades y pseudocultos se encontraba una causa-centro-primera, un Dios Uno deducible por la lógica -en el argumento rabínico, la sombra del castillo presupone la existencia del arquitecto- al que adorar a través de ritos muy escogidos y del que cada diosecillo del politeismo no era sino una manifestación menor.

Así, se intuye que en los misterios de Eleusis, dedicados supuestamente a la diosa madre Demeter -heredera del monoteísmo matriarcal del neolítico-, el momento cumbre del rito era la elevación de una espiga de trigo hacia los cielos -y remite exactamente a lo que estás pensando-, que, en el pasado, también simbolizó el ciclo de muerte y renacimiento -ejem- de la semilla, presente en el mito del rapto de Perséfone, hija de Demeter, por parte de Hades, señor de los infiernos. Otros cultos mistéricos eran los de Mitra, un dios importado de oriente, que nació un solsticio de invierno en un establo.

Mientras Yavhé era adaptado al gusto grecorromano y tomaba el aspecto de Júpiter -el anciano imponente de barba blanca y ceño fruncido-, Junior se quedaba con el boato. La Santísima Trinidad era fácil de aceptar para los pensadores romanos contemporáneos de San Agustín, ya que implicaba un Dios Uno que se manifestaba en diferentes personas. Lo normal para un Dios Uno, vamos. Los arrianos y los donatistas, herejes de aquél entonces que tardarían varios cientos de años en ser erradicados, defendían un monoteísmo más "puro" en las formas, parecido al semítico y de corte oriental. A cuanto de esto, el historiador Ignacio Olagüe tiene una particular teoría sobre los cristianos unitarios, los trinatarios y el Islam en España que no me voy a poner a detallar. Con todo, resulta irónico que en el contexto del fin de mundo helenístico que representaba la caída de Roma, la Iglesia tenía que adaptar sus postulados a la lógica, pero mil años después, Copérnico y Galileo se veían obligados a adoptar la lógica a la Iglesia.


Este teísmo filosófico y "lógico" de la cultura helenística fue recuperado en dos veces por nuevas oleadas de pensadores europeos que se consideraron sus herederos. En el Renacimiento, mientras se acababa la época de los grandes constructores de catedrales y Europa asomaba la cabeza a un pasado enterrado bajo capas de cursilería fanática, surgieron los masones, al principio llamándose con otros nombres, pero uniendo simbología occidental y oriental y ritos mistéricos para adorar al Gran Arquitecto (si hacemos caso a la documentación de Alan Moore para From Hell, un cruce entre Yavhé, Osiris y Baal: el dios trinitario Jah-Bu-Lon). Voltaire, que si no era masón lo disimulaba muy bien, hablaba del relojero cósmico, el ingeniero universal, que creó el universo como quien construye el motor de un McLaren y luego se limita a observar el movimiento del mecanismo. Ello es lógico porque un Dios colérico y caprichoso como el del Antiguo Testamento no daría lugar a un universo coherente. Como decía Einstein, otro gran teísta de origen judío, al fin y al cabo, "Dios no juega a los dados". Como explicó el matemático Roger Penrose en una entrevista, en su campo se dice que una ecuación existe cuando es coherente, luego, muy extrapolado como él mismo admite, "el universo existe porque es consistente". El Eclesiastés o Libro de Qohélet, que se atribuye a Salomón -como El Cantar de los Cantares, pero es mentira, los dos los escribió su madre, Betsabé-, dice en su pasaje más célebre: "Él [Yavhé] dio a los hombres la ciencia, para mostrarse glorioso en sus maravillas".

En fin. En el capítulo de Los Simpsons en el que unos médicos extraen a Homer el lápiz de cera introducido en su cerebro que lo hacía idiota, el nuevo Homer superdotado demuestra matemáticamente que Dios no existe (Flanders quema la prueba). Sin embargo la mejor oposición entre el Dios Uno "lógico" y el Dios cabreable de los creacionistas y tal la ha visto en una historieta corta del gran clásico nunca bien ponderado del tebeo español: Superlópez. En la celebérrima historia Los petisos carambanales, un desquiciado "elija su propia aventura" que marcó época. Un petiso carambanal -el que no admita que el nombre es la leche que se vaya de este blog- es uno de esos bichos amarillos y rechonchos que hablan en un extraño lenguaje jeroglífico. En la aventura a que dan nombre, en la versión "oficial" -si no la has leído, no sabrás de qué hablo-, los petisos son una creación "estoplásmica" del profesor Escariano Avieso, procedente de la identidad secreta de Superlópez, Juan López -¿quién lo diría, eh?-, que el héroe acaba enviando fuera de la Tierra para que no la invadan con su exponencial multiplicación.
Pues bien, en una aventura posterior, López sufre un accidente de tráfico tras el cual se ve transportado al "planeta petiso", donde aterrizaron sus "creaciones". Convertido en una especie de Gulliver chungo, con un petiso traductor ayudándolo a desenvolverse, descubre que el "mundo carambanal" está dividido en dos naciones que se mantienen en una especie de guerra fría. Por un lado, sus primeros captores, cientifistas, que habitan en el norte del planeta. Por otros, los religiosos "supernales" del sur, que adoran a Superlópez, ya que los petisos "salieron de él", y, por tanto, es Dios. Super abandona a los norteños cuando descubre que pretende usarlo para invadir a los vecinos, pero cuando llega al país de estos, se encuentra con una acogida cargada de temor religioso. Algo quemado, López obliga a su intérprete a que diga a los creyentes que él no puede ser Dios. Si lo fuese, no tendría que trabajar, ni pagar la hipoteca, ni soportar el retraso de los trenes... Como se puede prever, nuestro héroe acabado enfrentado a ambos bandos, que se autodestruyen en holocausto "petiso-nuclear" al bombardearse mutuamente.

En la misma línea del Dios "de andar por casa" caminan otros tres tebeos de más o menos renombrado éxito. En Predicador, de Garth Ennis y Steve Dillon, cuando el protagonista, el predicador Jesse Custer, un auténtico vaquero postmoderno, recibe el don de la omnipotencia, decide aplicar sobre Dios, su ex-jefe y única rival en la creación, la lógica propia del western, llegando a la única conclusión posible: es un cerdo al que debe hacérselas pagar todas juntas. Recuerda vagamente a una frase del protagonista de El maestro de esgrima, de Arturo Pérez-Reverte, el último hombre honrado en la España de Isabel II, que afirma "Dios no me interesa. Es intolerante e inconsecuente. No es un caballero".

En un miniserie relativamente reciente de Howard el Pato -una versión psicótica de Donald creado por el guionista de superhéroes Steve Gerber, que lo utilizó para parodiar personajes de dibujos animados y del propio cómic americano-, éste visita al mismísimo Dios, con el que se toma una cerveza y que entre otras cosas le explica que la creación es una marca registrada de la cual él es sólo el administrador y que la única religión de cuya creación es culpable directo sucedió "por aquél episodio psícótico en Galilea... ¿qué puedo decir? [...]Al final me casé con la chica, pero se cansó de mis problemas con el alcohol... por no hablar de la diferencia de edad". Ante el rictus de Howard, afectado por la revelación, Yavhé -o Yah, diminutivo por el que prefiere que lo llamen- ríe "Deberías verte la cara. Es la misma que puso Mahoma cuando se lo conté". Antes de despedirse, Dios le dice: "Cuéntale a la gente que soy un palurdo como ellos". A lo que Howard contesta: "Mejor no, o acabaré fundando mi propia religión".

En un ejemplo mucho más casero, en España Santiago Valenzuela publica desde hace unos años Las aventuras del Capitán Torrezno, que narran la historia de una civilización en miniatura creada sin querer por un funcionario retirado. La Iglesia de este micromundo venera al Dios único José Hilario, y su particular teología se nos presenta a través de gigantescos paquetes de tabaco, documentos de identidad perdidos y demás parafernalia cotidiana que para estos liliputienses representan misterios tan insondables como el Arca de la Alianza.

Dándole tantas vueltas, finalmente, a la cualidad "humana" de Dios -la ventaja de Zeus era su debilidad por las faldas; la de Jesús, estar hecho de carne y sangre como nosotros-, no me queda sino perder la poca dignidad que me quede para evocar la canción If God was one of us, de Joan Osborne, cuya letra pasó a cortipegar a modo de despedida blasfema y perdiendo toda vergüenza tanto ética como estética:

If God had a name, what would it be
And would you call it to his face
If you were faced with him in all his glory
What would you ask if you had just one question

And yeah yeah God is great yeah yeah
God is good yeah yeah yeah yeah yeah

What if God was one of us
Just a slob like one of us
Just a stranger on the bus
Trying to make his way home
If God had a face what would it look like
And would you want to see
If seeing meant that you would have to believe
In things like heaven and in jesus and the saints and all the prophets

And yeah yeah God is great yeah yeah
God is goodyeah yeah yeah yeah yeah

What if God was one of us
Just a slob like one of us
Just a stranger on the bus
Trying to make his way home
He's trying to make his way home
Back up to heaven all alone
Nobody calling on the phone
Except for the pope maybe in rome

And yeah yeah God is great yeah yeah
God is goodyeah yeah yeah yeah yeah

What if god was one of us
Just a slob like one of us
Just a stranger on the bus
Trying to make his way home
Just trying to make his way home
Like a holy rolling stone
Back up to heaven all alone
Just trying to make his way home
Nobody calling on the phone
Except for the pope maybe in rome

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