jueves, 8 de noviembre de 2007

Normalidad (por favor)

Esta semana ha finalizado (creo) la emisión de Desaparecida, serie de TV de 6 episodios que narra la historia de una adolescente, Patricia Marcos, que la noche de su décimoctavo cumpleaños no regresa a casa. A partir de ahí se nos muestra el desarrollo de la investigación y las reacciones de su familia y amigos. El peso de la serie recae, sobre todo, en los personajes del padre y el teniente de la Guardia Civil encargado de la investigación, con la madre y una sargento en un segundo plano. Los dos primeros son interpretados por Carlos Hipólito y el argentino Miguel Ángel Solá, respectivamente; los personajes femeninos, por Luisa Martín y Esther Ortega.

Me gusta esta serie, para que lo voy a negar. Me gusta porque, pese a lo tremendamente fácil que sería con semejante argumento caer en el morbo barato (en Antena3 o Telecinco querría yo ver emitido esto), no lo ha hecho. También por su sencillez y por la credibilidad de unos actores que vocalizan, incluído al argentino Solá al que para justificar su acento se le ha inventado una malformación en el paladar, un chiste simpático que quitaba tensión a una escena bastante angustiante. Me gusta, además porque la presión que uno siente, la violencia, es sobre todo ambiental, la de la incertidumbre que sienten de los personajes.

Y me gusta porque no tiene complejos, algo que se echaba de menos en la oferta televisiva española reciente. El detective que interpreta Miguel Ángel Solá forma parte de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, que es la unidad que se encarga de estas cosas en España, y Guardia Civil se dice bien alto y claro, de forma natural. Atentos, que no es tontería. Dirige interrogatorios con poli bueno y poli malo (su ayudante), tópico del que incluso se burlan en un diálogo posterior.

En una época en que las series de TV norteamericanas rozan cuotas de calidad que ya quisieran muchas producciones cinematográficas, en que la BBC y la mayoría de cadenas británicas continúan en su línea, en España hasta hace poco la serie de moda era Aquí no hay quién viva, y, actualmente, el programa más visto, Escenas de matrimonio.

El españolito medio sufre el llamado síndrome de "ventepalemaniapepe", que se resume en el célebre axioma "Spain is different", cuya traducción aproximada al castellano viene a ser "Ej que Ejpaña zemos azín", con el capetovetónico enunciador del mismo encogiendo los hombros y sonriendo satisfecho de su propia y militante cazurrez.

Cuando se trata de afrontar en ficción géneros que no tenemos asimilados como "españoles", la tendencia es no tomárselos en serio. Así, damos por sentado que lo mejor es limitarnos a la comedia y eso del "drama social". Por una parte el público y por otra los productores, con los profesionales por medios, el que le gusta hacer eso encantado y el que no, desesperado. Generalizar está muy feo, pero sin atender al contenido específico de cada película, fijándonos en los trailers y los carteles promocionales, comprobaremos que la inmensa mayoría de las producciones españolas se reducen a tres estrategias: los famosetes, el pseudoprofundismo chungo y la comedia casposa. Lo triste es que luego el contenido anunciado no tiene nada que ver. Promocionar un drama a base de repetir que Fernando Tejero -con todos los respetos para Tejero- hace un papel secundario y recordándolo como el tío de "un poquito de ponfavón" sólo conseguirá espantar al público -y encasillar al pobre actor-.

Entendemos -o parecemos entender- que en España eso de hacer un thriller policial no se lo va a tomar en serio nadie. Que una película histórica que no esté basada en un best-seller chungo -que además se va cargar- o ambientada en la Guerra Civil ni la va a ver nadie ni va ser artística ni ná. Que una serie en la que no salga una familia desayunando en la mesa de la cocina no va a pasar del tercer capítulo. Y no es así, leñe, no es así. El Comisario es el truño más duradero de la tele actual y es una de tiros, como lo fue Policias, un calco del formato yanki incluso en los culebrones. Pero oye. Aunque no sea un formato que me ponga los vellos como escarpias, las dos han funcionado sin necesidad de los histrionismos -con todos los respetos- de Los hombres de Paco, que ni es drama ni comedia ni culebrón adolescente ni tiene color...

Los hombres de Paco, que tiene días que me hace gracia y todo, es un poco la sinécdoque del problema. Trata de atraer a todos los públicos en una sola serie, tanto a los que quieren tiros como a los que buscan comedia o drama, además del pornográfico -por lo morbosamente exhibicionista e histriónico- del culebrón del estupro -aunque si Sarita pasa por menor de edad yo paso por la reina de Inglaterra-. ¿Puede alguien pretender que mi abuela jubilada, mi padre cincuentón, mi hermana indolescente y yo leamos las mismas revistas, por ejemplo? Pues no, porque mi abuela leerá La voz de San Antonio, mi padre el Muy Interesante, yo el Don Balón y mi hermana la Loka. Por ejemplo. Igual de difícil será ponernos de acuerdo en una película, excepción hecha de Ben Hur, claro. Así que pretender que nos sentemos a la vez a ver la misma serie es una estupidez. Más vale público en mano que emplazamiento volando.

De la misma forma... ¡fuera complejos! Soy de los que está deseando que los distribuidores no sean tan cagones y de una vez llegue a todos partes Los Cronocrímenes, de Nacho Vigalondo. ¿Por qué en España no sé puede hacer cualquier género? ¿Sólo Amenabar tiene barra libre? ¿Es "nuzotroz zemoz azín"? ¿No servimos para los géneros "guays"? Hay otra posición aún peor, la de que eso del cine histórico, de aventuras, o policial, es de catetos poco "artístriticos", lo cual demuestra una cortedad de miras en los creativos de la subvención digna de aquello que critican.

Cada gala de los Goya no faltan un par de próceres del cine patrio que nos echan la bronca por nuestro mal gusto al no ir a aguantar su tostón de turno. Evidentemente, la mayoría de las película españolas se distribuyen fatal, y los americanos son unos oligopolistas y unos imperialistas a los que les huele mal el aliento (me figuro), pero, ¿es qué no pueden ser un poquito menos autosuficientes y comprender que insultar al público no es la mejor manera de atraerlo a las salas? Básicamente, cada vez que el presidente o presidenta (o presidento) de la Academia del Cine llora como una nena en directo básicamente está queriendo decir "el que no prefiera Medem a Scorcese es tonto". De coña, vamos.

En fin. Que quede claro que esto sólo es un comentario de café, puro y copa.

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