jueves, 21 de agosto de 2008

El caballero oscuro, de Christopher Nolan

La versión definitiva (de momento) de un mito en constante evolución. Dejando atrás las versiones retro de Burton y Dini y el estilo kistch desbocado de Joel Schumacher, Christopher Nolan sumerge a Batman en los problemas del XXI y demuestra el potencial del muy permeable género superheroico (y tal).

El planteamiento es el de La broma asesina, pero llevado al extremo. El Joker, caracterizado como el psicópata "demasiado lúcido" de Arkham Assylum, agente del caos empeñado en demostrar que todo el mundo es como él a poco que se rasque. Batman, el agente del orden que, para demostrar lo contrario, se ve obligado a "contaminarse" y saltarse los principios que dice defender. Es una revisión más pesimista, pues si en el cómic de Moore y Bolland el Comiserio Gordon mantenía la cordura y se reafirmaba en sus convicciones, en El caballero oscuro, Harvey Dent, el representante "puro" de la ley, pierde, y acaba convertido en un trasunto del mismo Joker. Batman, por su parte, termina por mancharse las manos, limpiando los pecados de Dent en una especie de sacrificio cuasi religioso.

Pero en esa Gotham en la que no existen soluciones fáciles y nada es absolutamente blanco o negro, queda resquicio para pequeños rayos de esperanza: la familia Gordon, con el comisario como el único del trío de "héroes" que no es tocado por la corrupción; la reacción del preso honrado o Lucius Fox destruyendo al "hermano ojo" y marcando que hasta para los vigilantes enmascarados existen límites que no deben sobrepasarse.

Un paralelo es La jungla de cristal, explotando el miedo al "terrorismo" en un momento en el que este roza más la paranoia que cuando se rodó la peli de acción de Bruce Willis. Otro, Heat, por la patina de realismo con que se cubre y la épica que surge de la importancia de lo que sucede en pantalla, de la cual los efectos especiales son sólo una herramienta (chúpame un pie, Michael Bay). Peroa mí, además, me recuerda a El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford. Tenemos, por un lado, al hombre de ley y ciudadano ideal, recién llegado a una ciudad corrupta hasta el tuétano, y por otro, al "superhombre" que combate esa corrupción según sus propias reglas, tan al margen de la ley como aquellos a los que se enfrenta. Entre ambos, una mujer. Y luego, la situación difícil, la decisión imposible y la actuación en consecuencia de ambos. En El caballero oscuro es el "honrado ciudadano" el que pierde, y el tono es mucho más pesimista, pero la dicotomía.

El caballero oscuro es una demostración de que no existen los géneros menores, siendo los superhéroes una metáfora perfectamente válida y útil destinada a un público más o menos adulto (o haciendo llegar mensajes complejos a públicos muy variados). No se puede decir que eleve al cómic como medio, en todo caso al cine, pero lo que sí es cierto es que toma materiales de historias de Batman que han tratado los mismos temas con igual efectividad: La broma asesina, Arkham Assylum, Batman: Año Uno, Gotham Knights, El regreso del Señor de la Noche, The Cult...

Scott McLoud, en La revolución de los cómics, hablaba de los superhéroes como un género basado en las fantasías de identificación adolescentes -así nació Superman-, y señaló como ese tipo de historias ha comenzado a trasladarse al cine y los videojuegos arrastrando tras de sí a su público objetivo, de modo que el tebeo debería empezar a explorar otros géneros. Dejando aparte el reduccionismo gringo -tebeo=superhéroes-, habría que señalar que los superhéroes son un género híbrido y permeable, donde los mismo caben la historias de detectives que la ciencia-ficción o, a qué negarlo, el culebrón más rancio. Sus temas centrales, por convención, vienen a ser el poder, el bien y el mal y cómo "salvar el mundo", presentes en obras maestras como Wachtmen, Miracleman o Astro City. Aún así, no son privativos de la historieta, cine, televisión y literatura pueden acogerlos sin ningún problema, como lo prueba, por ejemplo, El protegido.

Pero El caballero oscuro, en la línea del mejor Año Uno, convierte a Batman en una fantasía de identificación "adulta", en la que ser un "superhombre" no es necesariamente una tarea fácil. El espectador no se recrea pensando en todo lo que podría hacer si gozase de la espléndida fortuna de Bruce Wayne, sino que se revuelve incómodo en el sillón, preguntándose qué haría de estar en su lugar. Como en Wachtmen, el "superhéroe" representante la solución insensata al problema imposible, la espada que corta el nudo gordiano, una respuesta que, aunque efectiva, lleva implícita, en su falta de respeto consciente hacia las reglas del juego que dice defender, la penitencia.

La estructura del magnífico guión, en el que ningún elemento se encuentra al azar o para adornar, gira sobre sí misma. En esa historia cuyos nudos se repiten, son las motivaciones de los personajes las que aportan los matices a cada acto. Harvey y Bruce se ayudan mutuamente sin saberlo, uno carga con las culpas del otro por distintos, al final, el menos corrupto de los dos es el que sucumbe. Muertes fingidas y saltos en la ley, ¿es, finalmente, bueno o malo que Batman no se deba a ninguna ley, igual que el Joker no respeta los códigos internos de la mafia? Cuando el mundo entero es corrupto, ¿saltarse leyes en principio justas está justificado? (Toma retruécano).

La dirección, además, está al servicio de todo esto. Con grandes momentos, es espectacular y sobria en los momentos que debe serlo, y, a pesar de que es una película muy violenta, apenas si se nota. El único delirio morboso son las cicatrices de los dos villanos, exageración de sus traumas personales, y que contrastan con las de Batman, que no lleva las marcas de los suyos a la vista. Y sí, Heath Ledger está horrendamente magnífico, consiguiendo que cada vez que aparezca en pantalla el público se acojone. Todos los personajes tienen algún momento para que el actor se luzca, justificando el reparto de órdago, otro mérito del guión.

Me voy a esperar a que se me pase el entusiasmo para decidir si es mejor o no que Batman Vuelve y en qué nivel del Top Ten de películas de superhéroes habría que colocarla. Desde luego supera a Batman Begins en todo, supongo que por eso los paralelismo que le han sacado con El Padrino II. Nolan, que encima también se encarga del guión, está cerca de convertirse en el mejor director que se haya acercado al género, a punto de comerse a Bryan Singer, Ang Lee y, los santos nos valgan, Tim Burton.

sábado, 16 de agosto de 2008

La carretera, de Cormac McCarthy

Cormac McCarthy es el escritor gringo de moda en la actualidad, un poco por el Oscar aún calentito de la adaptación de No country for old men y otro poco por esta novela, La carretera, ganadora del Pulitzer de ficción en 2007 y que está vendiendo como churros a ambas orillas del Atlántico, siendo traducida a cuantas lenguas civilizadas se ponen a tiro y con adaptación protagonizada por Viggo Mortensen en marcha. Obra de McCarthy son también novelas como Meridiano de sangre o Todos los caballos bellos, y las solapas de sus libros se complacen en presentarlo como una suerte de cartujo al estilo de J.D.Salinger, aunque es algo más fácil encontrar fotos suyas recientes.

La carretera narra las desventuras de un hombre y su hijo supervivientes de un desastre nuclear. La mayoría de las ciudades se han colapsado y apenas quedan un puñado humanos, reducidos casi a animales y que se apañan como pueden con los escombros, en medio de un invierno nuclear que ha cubierto el cielo de ceniza y terminado con los colores. El hombre y el chico se dedican a viajar hacia el sur siguiendo una antigua carretera que aún sigue en pie, suponemos que en alguna parte de la costa oeste de lo que una vez fueron los Estados Unidos. Usan un carrito de la compra para cargar mantas, herramientas y la poca comida que consiguen saquear de los lugares abandonados que van encontrando a su paso. El padre vive en constante paranoia, cargando una pistola para la que casi no le quedan balas y de la que nunca se separa, temiendo tanto al resto de los supervivientes como al momento en que, finalmente, no les quede comida que recuperar ni sur al que llegar.

La descripción de los personajes y el ambiente es mínima, los diálogos cortos y bastante concisos, aunque hay bastantes. El comienzo de la novela introduce rápidamente en la rutina del hombre, cuyo punto de vista filtra la acción la mayor parte del tiempo, a través de varias escenas cortas pero repetitivas, con enormes elipsis entre ellas y apenas ambientación. El estilo -ojo, he leído una traducción- adquiere una cadencia casi cansina, que refuerza la sensación de desesperanza y final inminente que se desprende de la acción. No hay adornos. Al igual que los personajes, lo que preocupa a la narración es el monótono y vacío día a día, siguiendo la carretera y escondiéndose del resto de los supervivientes, luchando tan sólo por tener algo que comer al día siguiente.

Slavoj Zizek analiza su artículo "El choque de civilizaciones en el fin de la Historia" la magnífica Hijos de los Hombres, del director mejicano Alfonso Cuarón. La película describe un mundo futuro, a veinte años vista, en el que la humanidad se ha vuelto completamente esteril. Para Zizek, la esterilidad a la que se refiere la película resulta más espiritual que real, y la sociedad sumida en el miedo y la desesperanza a la que da lugar esa esterilidad es sólo una prolongación sesgada de la nuestra. En la misma medida, aunque tirando más del "realismo mágico" que de la ciencia-ficción, funciona la obra maestra de José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, donde la "enfermedad de la luz blanca" es sólo una excusa para retratar la condición humana.

En La carretera la civilización no se vino por las bombas nucleares, sino por las peleas de lobos sobre las cenizas. El protagonista es el guardian de la esperanza, representada por ese hijo suyo que no conoce el mundo anterior al desastre, una esperanza que para volverse más fuerte, real, posible, tendrá que enfrentarse por el camino a las mayores enormidades. El mundo de La carretera es uno donde los seres humanos viven en la constante desconfianza, ya que han aprendido a cosificarse entre sí, a reducir a los otros al beneficio que puedan obtener de ellos. La violencia o la antropofagia no hablan tanto del mundo post-apocalíptico como del nuestro.

La novela comienza con un sueño del hombre, una pesadilla de muchas que se nos irán desgranando conforme avance la historia. En la morosidad descriptiva del relato hay mucho de voluntad onírica, reforzado por el anonimato de los protagonistas y las situaciones arquetípicas por las que habran de pasar antes de llegar al inevitable final. Los sueños del hombre, que él considera pesadillas porque le recuerdan el mundo anterior, marcan el ritmo, pero los del niño se
regatean. No los tiene. Sólo sueña con el mundo que conoce.

Proteger al niño, al que considera el último dios, vivir para que éste pueda ver un día más, se presenta como una tarea esteril para el padre en la medida en que la humanidad, intuye, debe encontrarse destinada a la extinción. Las decisiones que habrá de tomar para sobrevivir, además, se someten al escrutinio moral del chico, que necesita que su padre le recuerde que son "los buenos", que siguen "llevando el fuego". La pregunta recurrente es si existen más de los buenos, gente como ellos, en alguna parte, con niños como él. La contestación es que debe haberlos, que están ahí fuera, pero se esconden los unos de los otros. El final, pese a todo, es todo lo optimista que puede ser. Los buenos siempre siguen adelante porque nunca se comerían a sus propios hijos, en la metáfora más dura, efectiva y esperanzadora de toda la novela.

Juan Ignacio Ferreras, en su ensayo La novela de ciencia-ficción, considera el género como una especie de "romanticismo hacia delante", donde los autores, en lugar de recrear gloriosos pasados remotos al estilo de Walter Scott o Henryk Sienkiewicz, imaginan un mundo futuro que sirve de tapadera al actual, o en el cual vuelcan sus anhelos o miedos. La Distopia sería el subgénero por excelencia, coronada por obras que han pasado al acervo de la cultura libresca del XXI, aunque con lecturas particulares: 1984, Un mundo feliz o, más recientemente, Soy leyenda, de la cual La carretera es una suerte de "revisión realista". Más en la línea de Un mundo feliz, donde la opresión y la esterilidad vienen de un mundo aterrador que no hace sino colmar todos nuestros deseos, camina un clásico del género en España, disfrazado de space-opera: Lágrimas de luz, de Rafael Marín. Otra cosa es que el género se hibride o, según otros, directamente se muera.

Más reciente que la novela de Marín es el relato del bizarro Jeremy Robert Johnson "La Liga de los Ceros", en las antípodas metafóricas de La carretera pero de fondo casi idéntico, del cual extraigo la cita que cierra esta entrada, una de esas que uno se apunta, esperando hasta que tiene la oportunidad de colarla, venga a cuento o no:

Nadie ha lanzado una bomba. Ningún gran fuego ha chamuscado la Tierra. Sólo terminamos así. Seguimos una progresión natural del pasado al presente. No somos post-apocalipsis, somos post-ayer.

martes, 12 de agosto de 2008

Apuntes olímpicos


Cuatro jornadas y para España dos medallas, una de oro y otra de bronce. La primera, completamente orgásmica, era esperable, pero no de la mano de Samuel Sánchez y menos de esa manera, y encima acompañado de los 37 tacos de Rebellin y de la remontada de Cancellara. La segunda, la de José Luis Abajo en espada individual, también orgásmica por inesperada. En fin, qué orgullo patrio más orgulloso que le entra a uno en fechas como estas.

La Edad de Oro del Deporte Español (LEODE, a partir de ahora y en futuras entradas) se las promete muy felices, pero las quinielas ya han pinchado en hueso en judo y natación. Probablemente se ronden las 15 medallas, con un poco de potra, las 20, pero no sé yo si batiremos -nótese la primera persona del plural que denota mi acendrado patriotismo constitucional- el record de 22 de Barcelona`92. Nadal, el baloncesto y la vela no deberían fallar, pero vaya vuesa merced a saber. En lo del dopaje ni entro, porque el mamoneo de Lissavetzky
en plan "pero qué implacable que soy" no lo cree ni él.

La cobertura periodística está siendo exhaustiva, pero como soy de los pervertidos a los que sólo les interesa el recuento de medallas -cómo en Eurovisión la parte del "guayominí depuán"- y quedar por delante de Portugal y Marruecos, ya que de Francia e Italia no puede ser, no me quejo mucho. Me molesta cuando Carreño se pone a tontear con la del tiempo, pero eso lo hace durante todo el año. Destacaré, eso sí, las dos noticias gilipollas, imprescindibles en todo magno evento de calado mundiás: primero la racista y luego la machista. Recomiendo leer los comentarios de los lectores en ambas, que no tienen desperdicio. Y una pregunta: ¿por qué Marca pone la foto de Almudena Cid, si el texto ni la menciona?

Eso sí, quién iba a decir que, hasta ahora, el programa televisivo que más leña ha repartido en todos los sentidos ha sido el Pasando Olímpicamente de los Gomaespuma. Cliken , si no lo han visto todavía, en el TVE a la Carta de la página de RTVE, y busquen el programa de ayer, lunes 12 de agosto de 2008. Los presentadores se quedan a gusto desde el primer minuto, con la organización pero es que la sección de Ruben Amón reparte estopa a los que ellos se habían dejado.

Y no es lo mejor, eso queda para la entrevista a Moratinos, en la que Guillermo Fesser, al que deberían poner a presentar las noticias, le pregunta por qué no llegan a los mercados europeos las motos eléctricas de bajo consumo que todo el mundo usa en China, y Moratinos suelta una respuesta que, de tan sincera e indicativa de cómo funciona el cotarro, demuestra lo tontísimo que es y los estúpidos que piensan que somos los ciudadanos. Y luego, ya con el otro un poquitín nervioso -yo llamo a Gomaespuma, "Fesser y el otro", ¿qué pasa?-, va y le dice que si los chinos son tan malos por qué España se lleva tan bien con ellos, que si somos los más gilipollas del universo o qué pasa aquí. Impagable.

En fin. No olviden supervitaminarse y supermilenarizarse.

sábado, 9 de agosto de 2008

Transliterando (I): 'Drawing' versus 'cartooning'

Hace poco he tenido la suerte de leer, en el muy recomendable blog sobre cómic Con C de Arte, una serie de ensayos y recopilaciones de declaraciones de dibujantes europeos y norteamericanos que reflexionaban acerca del concepto de “buen dibujo” referido al arte secuencial (1, 2, 3 y 4). Básicamente, tratan sobre el sacrificio de unas ilustraciones de gran complejidad y “realistas” en favor de una narración fluida y clara, a la que ayuda un dibujo más esquemático.

Chris Ware, autor norteamericano “independiente” –esto es, no superheroico–, identifica ambas prácticas con los términos drawing y cartooning, que es imposible traducir literalmente al castellano, pero supongo que si filtramos un poco sentido práctico anglosajón por la exquisita pedantería francesa –que llama scénaristes a los guionistas y dessinateurs a los dibujantes–, podríamos usar para ambos conceptos “ilustrar” y “dibujar”.

Así pues, “ilustrar” implicaría un dibujo –lo siento, pero aquí se me acaban los malabrarismos terminológicos, capitán Kirk, soy pedante, no filólogo–, como diría alguien que entienda de arte y eso, muy figurativo, detallado, complejo, en el que la mirada, forzosamente, ha de detenerse para captar cada matiz. Un dibujo que, narrativamente, ralentiza la acción, ya que congela el tempo de lectura. Unas ilustraciones, en fin, que exigen cierto esfuerzo en un momento dado.

Por contraste, “dibujar” da lugar a unos personajes y escenarios menos “realistas”, a un espacio más esquemático y, hasta cierto punto, típico, que se puede identificar fácilmente. Seguir el “movimiento” de una viñeta a otra se hace más sencillo, y comprender “qué es lo que ocurre” también. Como cuentan Jean-Claude Mézières y Gil Kane en su conversación, el dibujo al servicio de “la idea”. Le dan un poco de caña a Jack Kirby, pero realmente no creo que“el Rey” fuese tan manierista. Quizás es que sabía narrar demasiado bien, y el gusto por la acción y lo espectacular lo perdían... claro que, a ver quién es el guapo se queja de eso.

Esto tiene una traslación muy sencilla a otros medios. En la esquina de “los ilustradores” y sus bellas estampas que anulan la acción, con mucha reflexión y mucho esteticismo de ese, junto a dessinateurs como Jean "Moebius" Giraud, Van Hamme y Milo Manara (ejem), tenemos a –agárrense los machos– Ingmar Bergman, Stanley Kubrick –casi siempre–, Sofía Coppola, Leopoldo Alas “Clarín”, Azorín, Thomas Mann –aunque este señor era bipolar–, Gustave Flaubert, Javier Marías o Ray Loriga. Enfrente, con ganas de pelea y tan nerviosos que parecen rabos de lagartija, patrocinados por Jack Kirby, Hergé y Osamu Tezuka, los señores John Ford, Steven Spielberg –la fusión Lee+Kirby aplicada al cine–, Ridley Scott, Christopher Nolan, Pío Baroja, Benito Pérez Galdós –que se las sabía todas–, Fiodor Dostoievski, Alejandro Dumas –a veces sí, a veces no–, Charles Dickens, Arturo Pérez-Reverte y los Wu Ming.

Tiene mala leche la división, ¿eh? Simplista y demagoga, como mínimo, y seguro que se puede cambiar de sitio a –casi– todos. En la primera categoría he colocado a los mariquit... perdón, a los “artísticos”, en la segunda, a los “populares”. Al final, gracias a mi nada sutil manipulación, el drawing versus cartooning resulta ser el eterno debate entre continente y contenido, entendiendo este último casi más como algo que “tenga interés” que como algo “interesante”. Pero tampoco hay que pasarse, avispado lector –o lectriz–, que he de hacer notar cómo ha quedado fuera el petardeo. Rob Liefeld, Michael Bay o Julia Navarro son la mar de entretenidos, y Miguelanxo Prado, Julio Medem o Carlos Ruiz Zafón la hostia de pedantes, pero no los he incluido.

Por ejemplo. ¿Qué se supone que estoy entendiendo por “narrar bien”? He incluído en esa categoría a Christopher Nolan, director de películas como Memento o El truco final, cuya estructura es, cuando menos, peculiar. Por si acaso alguien no las ha visto, diré que Memento está contada al revés, la primera escena es la última en la cronología de la historia, y que El truco final se compone de varios flashbacks dentro de otros flashbacks, con un personajes leyendo el diario de otro, que cuenta en este lo que ha leído en el diario del primero. Y aún así, Nolan es un buen “narrador” porque ha rodado unos guiones de su propia cosecha que estaban escritos para, a la hora de ser magnificamente montados, todo le fuese quedando clarísimo al espectador, el cual podría ir sumando dos y dos perfectamente. Aunque, supuestamente, las dos películas tiene finales estilo El sexto sentido, donde “todo lo que creías es mentira”, en realidad son cosas que te puedes ir imaginando casi desde la primera escena.

¿Y sobre “las bellas estampas que anulan la acción”? Pues eso mismo, sean o no elaboradas compilaciones filológicas de impecable léxico. Independientemente de los significados y significantes o las dobles y triples lecturas que los planos generales y descripciones detalladas puedan tener, provocan en el espectador/lector un profundo y placentero sueño... Bien entendido que entre las diez películas que me llevaría a una isla desierta –no sé donde enchufaría el portátil, eso sí, a menos que fuese La Isla hay, al menos, una de Bergman, otra de Sofia Coppola y otra de Kubrick, tengo que admitir que son un coñazo, al igual que los densos novelones de Azorín, Flaubert o Javier Marías.

Maticemos, maticemos... No son un coñazo, pues de sus estilos recargados pueden extraerse miles de lecturas que, sin duda, entretienen, y mucho, al ped... cultivadérrimo lector que de ellas quiera disfrutar, pero, también sin duda, requieren de un esfuerzo de comprensión mucho mayor que La lista de Schindler o La piel del tambor. Por ejemplo, en una anécdota extraída del tristemente extinto programa “Qué grande es el cine”, como aquél amigo de Juan Manuel de Prada que, en mitad de una proyección de Fresas salvajes, se levantó a masajearse las sienes porque le dolía el majín de tanto exprimirlo.

Y esto no porque sean “mejores” o “peores”, más o menos “bonitas”, o más complejas en el sentido de multiplicidad de lecturas, sino, “simplemente”, porque el modo en que han codificado sus chorrocientos significantes –no tienen nunca porqué ser más que los de las otras– es moroso, lentorro, complicado... ¡pedante! A medio camino entre ambas vías, el mejor, el más grande, el único Gabriel García Márquez, con Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera y Cien años de soledad atrapando el tiempo, congelándolo, y sin embargo haciéndolo fluir con naturalidad inusitada. Empiezo a intuir, a todo esto, que hace un rato que me aleje de la definición “canónica” que dí al principio de drawing y cartooning.

Como no quiero regalar a mis lectores y lectrices un tochazo antológico –y qué creerá el tío qué es esto, estarán pensando–, voy a dejar aquí esta entrada, la primera de una serie que no sé adonde me llevará, en esta, mi humilde tarea pedante. En la segunda entrega, tras establecer las bases de mi insanía mental y mi ignorancia tebeístico-literario-cinematográfica, me propongo seguir pegándome leches contra la teoría de la enunciación rescatando la eterna pregunta: ¿cuál es la diferencia entre un artista y un artesano?

Esperando su participación, se despide, una vez más, el pedante.

viernes, 8 de agosto de 2008

Cuando te digo chino, chino, chino del alma, tú me contestas...


La stella che non c´e, de Gianni Amelio, es una película italiana del año 2006 que tuve la oportunidad de ver en el Festival de Cine Europeo de Sevilla del mismo año. Lenta como el caballo del malo, trata de la peripecia un ingeniero italiano, Vincenzo Buonavolontà -Sergio Castellito, una estrella en Italia al que yo no conocía de nada antes de ver esta película-, responsable de un alto horno de una empresa que se deslocaliza a China. El alto horno tiene un defecto en una de sus piezas y sólo él sabe donde está el fallo, así que reune todos sus ahorros y con el recambio viaja hasta China para sustituirla. Pero cuando llega a Shangai, el alto horno ha sido vendido a otra empresa distinta que está en pleno centro del país, y cuando consulta con esa, en otra... Le sirve de guía una intérprete de italiano, Li, que lo estudio "porque no le alcanzaba la nota para estudiar un idioma importante".


En la secuencia final Vincenzo llega él solo a la puerta de la factoría en la que por fin se encuentra su alto horno, pero no entiende ni una palabra de chino y ni siquiera habla inglés, así que no tiene forma de entrar. Se sienta en la acera, desesperado, y la pieza que lleva en la mano se le cae al suelo. Entonces, uno de los ingenieros chinos que entra al trabajar la ve y se sienta junto al italiano. Rápidamente, Vincenzo saca los planos del alto horno y, sin decir ni una palabra, los dos se entienden perfectamente. El chino le agradece por gestos su ayuda y él se marcha satisfecho. Sin un duro, cansado, sudoroso y perdido en el otro lado del mundo sin saber el idioma, pero completamente féliz. Luego vemos como su colega chino llega al alto horno con la pieza en la mano... y la deja caer sobre un contenedor lleno de piezas idénticas. Hay otra escena después, que cierra la historia de Vincenzo y Li, así que no les he reventado el final. Y es lo de menos. Lo importante es siempre el viaje.

Esta introducción, aparte de tener por objeto reclamar el visionado de la película, estrenada unos meses después bien doblada y traducida como La estrella ausente, viene a cuento porque es la primera referencia que se me viene a la cabeza en medio de la polémica olímpica a cuento de Pekín`08 (más allá, por supuesto, de Madame Mao, el Dios Mono y Ang Lee). La estrella a la que hace referencia el título está ausente de la bandera de la República Popular China, y no se nos acaba de explicar cual debería ser su significado.


No es nueva la hipocresia que Occidente lleva luciendo respecto al capitalismo autoritario de los comunistas chinos (y si esta última concatenación de sustantivos y adjetivos no te da ganas de arrancarte el cráneo, vamos a tener un problema tú y yo, abogado). Estamos hartos de ver a nuestros sensatos, democratiquérrimos y tolerantísimos líderes europeos hacerse la foto estrechando la mano de Hu Jintao, llámense José Luis o José María, Nicolas o Tony. Bush Sr. o Bush Jr. Los chinos aportan un montón de mano de obra barata, allí, que la gente no nos vota, y unos "mercados por desarrollar" donde colocar las empresas de los amiguetes que nos pagan las campañas electorales. Hasta Manuel Chaves se llevo una legación diplomática con periodistas a puñaos sacándole fotos molonas. Dice el Foreign Policy de este mes que el autoritarismo no ayuda tanto al desarrollo. Que a India le va igual de bien o mejor. Pse. Nadie invierte donde hay que pagar sueldos decentes.

La bajada de pantalones del Comité Olímpico Internacional en el discurso inaugural ha sido antológica, eso sí. De todos modos, al escuchar al presidente del COI, Jacques Rogge, hablar de que al "olimpismo" no le importa el sistema político o las creencias religiosas, hay que concederle que mantiene cierta coherencia en su actitud tradicional ante regímenes, digamos, de "libertad moderada". No sólo del COI, que embromar, sino de cualquier organismo deportivo internacional. Así, tuvimos los JJOO de Berlín 1936, la Eurocopa de fútbol de España 1964 o las Copas del Mundo de Italia 1934 y Argentina 1978, sin meternos en Moscú 1980 o fenómenos similares, que mis filias y fobias me impiden tratar sin escupir las consignas que me dicta el Politburó.


La diferencia, eso sí, estriba en que, exceptuando Moscú, todos los acontecimientos antes mencionados se concedieron a los susodichos países o ciudades antes de que en los mismos se estableciesen regímenes "de seguridad ciudadana elevada". Eventos mundiales, de hermandad y buenrrollismo, que acabaron secuestrados como espectáculos de propaganda y lavado de cara de asesinos y opresores. Del mundial de fútbol de Argentina, Jorge Valdano y Ángel Cappa recuerdan una anécdota epatante, más allá de los abrazos de Joao Havelange, entonces presidente de la FIFA, al espadón Videla. En medio del debate sobre los Derechos Humanos, la televisión argentina emitía en televisión un anuncio que rezaba: "Los argentinos somos derechos y somos humanos". Visto desde aquí, casi parece gracioso. Luego, en el 86, algunos aficionados celebrarían el segundo título mundial de la albiceleste al grito "¡Al fin ganamos en democracia!".

Se ha hablado de la "tregua diplomática" solicitada por China al resto del universo. Bush, como un mariquita, ha hablado de Derechos Humanos antes de cruzar la frontera, pero ahí estaba, aplaudiendo, igual que Sarkonazi y Felipe y Letizia ("cómo si fueran personas humanas", que diría Camacho). Lo mejor de todo, las instrucciones a los deportistas dictadas por algunos comités nacionales (ejem, ¿no tengo que dibujarlo, verdad?) y el propio COI. Algunos han pataleado. Ole sus huevos, pero en lo que a España se refiere, si superamos las 22 medallas de Barcelona`92, olvídense de las "critiquitas" que estamos viendo estos días, o del anuncio del Lancia con Richard Gere visitando Lasha que han colado en la primera tanda. Los Juegos de Pekín los mejores de la Historia y punto pelota. Nusotros semos asín.


Pero el problema es que el bueno de Jacques Rogge tiene razón. Por lo que respecta al COI, el sistema político, la religión o los derechos humanos importan un pedo. Lo que importa es el dinero, las audiencias y la publicidad. Luego, todos los países utilizan los Juegos Olímpicos como eventos propagandísticos, llámense China, Grecia o España. Los Estados Unidos siempre aprovechan para demostrar que son los más mejores. En el 2000, los australianos aprovecharon para presumir de lo integradísimos que están los aborígenes (permítanme que me ría). En el 92, los españoles vivimos uno de esos episodios que todavía nos dan de Patriotismo Constitucional, en plan, "mirad, mirad, semos un país normal", aderezado con gotas de cosmopolitismo snob catalán. Agárrense para ver en la Copa del Mundo de fútbol de Sudáfrica 2010 una exhibición de integración post-apartheid (permítanme que me ría otra vez).

Poderoso caballero, que diría un clásico.

PD1: Apunte sobre la tradicional tregua olímpica. Rusia invade Georgia (bueno, Osetia del Sur). Precioso. Otro adalid de la paz mundial y la democracia, el bueno de Putin. Tiene que estar deseando que su amigo Abramovich le compre unas Olimpiadas para San Petesburgo. O mejor, las segundas para Moscú, en plan "ahora semos un país normal".


PD2: Apunte forofil. Es una vergüenza para la Federación Española de Fútbol que sean los segundos Juegos Olímpicos de los que quede fuera la selección del ramo, con el agravante de que es el único deporte de equipo donde nuestro país no tiene representación (a excepción del beisbol, pero se les perdona). También debería serlo para la FIFA que el suyo sea el único deporte donde no concurran las principales estrellas mundiales. Pero eso es otro problema. Y a mí nadie me llama gallina.