sábado, 9 de agosto de 2008

Transliterando (I): 'Drawing' versus 'cartooning'

Hace poco he tenido la suerte de leer, en el muy recomendable blog sobre cómic Con C de Arte, una serie de ensayos y recopilaciones de declaraciones de dibujantes europeos y norteamericanos que reflexionaban acerca del concepto de “buen dibujo” referido al arte secuencial (1, 2, 3 y 4). Básicamente, tratan sobre el sacrificio de unas ilustraciones de gran complejidad y “realistas” en favor de una narración fluida y clara, a la que ayuda un dibujo más esquemático.

Chris Ware, autor norteamericano “independiente” –esto es, no superheroico–, identifica ambas prácticas con los términos drawing y cartooning, que es imposible traducir literalmente al castellano, pero supongo que si filtramos un poco sentido práctico anglosajón por la exquisita pedantería francesa –que llama scénaristes a los guionistas y dessinateurs a los dibujantes–, podríamos usar para ambos conceptos “ilustrar” y “dibujar”.

Así pues, “ilustrar” implicaría un dibujo –lo siento, pero aquí se me acaban los malabrarismos terminológicos, capitán Kirk, soy pedante, no filólogo–, como diría alguien que entienda de arte y eso, muy figurativo, detallado, complejo, en el que la mirada, forzosamente, ha de detenerse para captar cada matiz. Un dibujo que, narrativamente, ralentiza la acción, ya que congela el tempo de lectura. Unas ilustraciones, en fin, que exigen cierto esfuerzo en un momento dado.

Por contraste, “dibujar” da lugar a unos personajes y escenarios menos “realistas”, a un espacio más esquemático y, hasta cierto punto, típico, que se puede identificar fácilmente. Seguir el “movimiento” de una viñeta a otra se hace más sencillo, y comprender “qué es lo que ocurre” también. Como cuentan Jean-Claude Mézières y Gil Kane en su conversación, el dibujo al servicio de “la idea”. Le dan un poco de caña a Jack Kirby, pero realmente no creo que“el Rey” fuese tan manierista. Quizás es que sabía narrar demasiado bien, y el gusto por la acción y lo espectacular lo perdían... claro que, a ver quién es el guapo se queja de eso.

Esto tiene una traslación muy sencilla a otros medios. En la esquina de “los ilustradores” y sus bellas estampas que anulan la acción, con mucha reflexión y mucho esteticismo de ese, junto a dessinateurs como Jean "Moebius" Giraud, Van Hamme y Milo Manara (ejem), tenemos a –agárrense los machos– Ingmar Bergman, Stanley Kubrick –casi siempre–, Sofía Coppola, Leopoldo Alas “Clarín”, Azorín, Thomas Mann –aunque este señor era bipolar–, Gustave Flaubert, Javier Marías o Ray Loriga. Enfrente, con ganas de pelea y tan nerviosos que parecen rabos de lagartija, patrocinados por Jack Kirby, Hergé y Osamu Tezuka, los señores John Ford, Steven Spielberg –la fusión Lee+Kirby aplicada al cine–, Ridley Scott, Christopher Nolan, Pío Baroja, Benito Pérez Galdós –que se las sabía todas–, Fiodor Dostoievski, Alejandro Dumas –a veces sí, a veces no–, Charles Dickens, Arturo Pérez-Reverte y los Wu Ming.

Tiene mala leche la división, ¿eh? Simplista y demagoga, como mínimo, y seguro que se puede cambiar de sitio a –casi– todos. En la primera categoría he colocado a los mariquit... perdón, a los “artísticos”, en la segunda, a los “populares”. Al final, gracias a mi nada sutil manipulación, el drawing versus cartooning resulta ser el eterno debate entre continente y contenido, entendiendo este último casi más como algo que “tenga interés” que como algo “interesante”. Pero tampoco hay que pasarse, avispado lector –o lectriz–, que he de hacer notar cómo ha quedado fuera el petardeo. Rob Liefeld, Michael Bay o Julia Navarro son la mar de entretenidos, y Miguelanxo Prado, Julio Medem o Carlos Ruiz Zafón la hostia de pedantes, pero no los he incluido.

Por ejemplo. ¿Qué se supone que estoy entendiendo por “narrar bien”? He incluído en esa categoría a Christopher Nolan, director de películas como Memento o El truco final, cuya estructura es, cuando menos, peculiar. Por si acaso alguien no las ha visto, diré que Memento está contada al revés, la primera escena es la última en la cronología de la historia, y que El truco final se compone de varios flashbacks dentro de otros flashbacks, con un personajes leyendo el diario de otro, que cuenta en este lo que ha leído en el diario del primero. Y aún así, Nolan es un buen “narrador” porque ha rodado unos guiones de su propia cosecha que estaban escritos para, a la hora de ser magnificamente montados, todo le fuese quedando clarísimo al espectador, el cual podría ir sumando dos y dos perfectamente. Aunque, supuestamente, las dos películas tiene finales estilo El sexto sentido, donde “todo lo que creías es mentira”, en realidad son cosas que te puedes ir imaginando casi desde la primera escena.

¿Y sobre “las bellas estampas que anulan la acción”? Pues eso mismo, sean o no elaboradas compilaciones filológicas de impecable léxico. Independientemente de los significados y significantes o las dobles y triples lecturas que los planos generales y descripciones detalladas puedan tener, provocan en el espectador/lector un profundo y placentero sueño... Bien entendido que entre las diez películas que me llevaría a una isla desierta –no sé donde enchufaría el portátil, eso sí, a menos que fuese La Isla hay, al menos, una de Bergman, otra de Sofia Coppola y otra de Kubrick, tengo que admitir que son un coñazo, al igual que los densos novelones de Azorín, Flaubert o Javier Marías.

Maticemos, maticemos... No son un coñazo, pues de sus estilos recargados pueden extraerse miles de lecturas que, sin duda, entretienen, y mucho, al ped... cultivadérrimo lector que de ellas quiera disfrutar, pero, también sin duda, requieren de un esfuerzo de comprensión mucho mayor que La lista de Schindler o La piel del tambor. Por ejemplo, en una anécdota extraída del tristemente extinto programa “Qué grande es el cine”, como aquél amigo de Juan Manuel de Prada que, en mitad de una proyección de Fresas salvajes, se levantó a masajearse las sienes porque le dolía el majín de tanto exprimirlo.

Y esto no porque sean “mejores” o “peores”, más o menos “bonitas”, o más complejas en el sentido de multiplicidad de lecturas, sino, “simplemente”, porque el modo en que han codificado sus chorrocientos significantes –no tienen nunca porqué ser más que los de las otras– es moroso, lentorro, complicado... ¡pedante! A medio camino entre ambas vías, el mejor, el más grande, el único Gabriel García Márquez, con Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera y Cien años de soledad atrapando el tiempo, congelándolo, y sin embargo haciéndolo fluir con naturalidad inusitada. Empiezo a intuir, a todo esto, que hace un rato que me aleje de la definición “canónica” que dí al principio de drawing y cartooning.

Como no quiero regalar a mis lectores y lectrices un tochazo antológico –y qué creerá el tío qué es esto, estarán pensando–, voy a dejar aquí esta entrada, la primera de una serie que no sé adonde me llevará, en esta, mi humilde tarea pedante. En la segunda entrega, tras establecer las bases de mi insanía mental y mi ignorancia tebeístico-literario-cinematográfica, me propongo seguir pegándome leches contra la teoría de la enunciación rescatando la eterna pregunta: ¿cuál es la diferencia entre un artista y un artesano?

Esperando su participación, se despide, una vez más, el pedante.

2 comentarios:

Karin Marren dijo...

OH MY GOD!! MARJORIE IS DEAD!!

=D

Anónimo dijo...
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