miércoles, 21 de julio de 2010

Un cerdo que no vuela sólo es un cerdo


Mi película favorita de Hayao Miyazaki, por encima de La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro o cualquier otra formalmente más correcta o conceptualmente más desquiciada. Porco Rosso, 'El cerdo rojo', es un piloto de hidroavión en la Italia de entreguerras que se gana la vida como mercenario, combatiendo a los piratas del aire, mientras evita ser reclutado por la aviación fascista.

Marco, el nombre del hombre bajo el cerdo, se transformó debido a una maldición indeterminada, en una escena que se nos hurta y que ocurrió en algún momento tras su participación en la  Primera Guerra Mundial, en la que perdió a Berlini, su mejor amigo y marido de Gina, la dueña del restaurante que sirve de territorio neutral a los hidroaviadores del Adriático y a la que ama en silencio desde la distancia.

El momento, nunca aclarado, en que se sitúa este Mediterráneo idealizado, esta Italia de postal y escenario soníricos, equivale a los primeros años 30. Todos hablan del fascismo, de la crisis económica y, sin mencionarlo, del fin de una época inocente, la resaca de los felices 20. El epílogo, narrado por Fío, la aprendiz, mecánica y ayudante, de apenas 17 años cuando Porco la conoce, nos presenta a los piratas y a Gina, ya ancianos, pero no nos aclara el verdadero final del protagonista.

La 'cerditud' de Porco es más una renuncia a la humanidad que una maldición, una cruz voluntaria de un héroe cansado y crepuscular. A lo largo de la película, lo recuerda una y otra vez, cuando se niega a comprar bonos del estado por el bien de la patria -'lo lamento, pero eso son cosas de los hombres"- o cuando, al casi ruego de un antiguo colega que no quiere tener que detenerlo por no enrolarse, responde "prefiero ser un cerdo que un fascista". ¿Por qué? Porque "los cerdos no tienen ni país ni ley". 

En el restaurante de Gina, el Adriana -el nombre del primer hidroavión de Porco, aunque eso lo sabremos luego y casi de refilón-, ella conserva en un tablón la única foto de Marco antes de su transformación, en la que el ha tachado su propia cara con un punzón. Quiere destruirla, pero su amiga y amante platónica se niega tajantemente.

La primera escena de Porco Rosso nos presenta al protagonista en su base secreta, una cala escondida en una pequeña isla deshabitada del Adriático, con una tienda de campaña y una casita encalada en blanco excavada en el hueco de la roca y que no llegamos a saber si realmente usa. El agua, lo veremos luego, es tan cristalina que se puede observar a los peces como en un acuario, y siempre brilla el sol sobre ella. Porco echa la siesta sobre una silla de playa, con un paraguas atado a un palo como sombrilla, una revista de moda cubriéndole la cara y música de ópera en la radio.

El momento cumbre de la película no es el duelo con Curtis, el piloto americano con aspiraciones a estrella de cine -un Errol Flynn de opereta y autoirónico-, sino la historia que narra Porco a Fío la noche antes. Durante un combate casi al final de la guerra, Marco, aún humano, es herido a bordo de un avión averiado y pierde el conocimiento convencido de que va a morir. 

En algo que nunca llegamos a saber si es realmente una alucinanción, el piloto ve a su hidroavión cabalgando sobre una llanura de nubes y observa una estela blanca surcando el cierlo sobre su cabeza. Cuando los aviones de amigos y enemigos empiezan a surgir del mar de nubes y sobrepasarlo -incluído Berlini-, Marco descubre que la estela es una fila infinita de aviones caídos en combate, de todos los bandos, volando juntos hacia el horizonte. Entonces vuelve a perder la conciencia, para despertar con su hidroavión flotando en medio del mar.

Fío, desde su saco de dormir, especula: "Dios te dijo: 'No vengas todavía', ¿verdad?". Porco se ríe y responde "La verdad es que a mí me pareció oírle: 'Volarás sólo para el resto de tu vida'".


El otro día, visionando la película por cuarta vez -creo-, se me ocurrió, de repente, mientras Berlini se unía a la fila fantasmal de pilotos anónimos perdiéndose en el horizonte, que en ella debía volar Antoine de Saint-Exupery.

Perdónenme la pedantada -o no, qué coño, de eso va este blog-, pero Porco Rosso es primo hermano de El último vuelo, de Hugo Pratt, en el que se especula con las últimas horas del autor de El principito, mientras se hace un repaso a su biografía. El 31 de julio de 1944 -menos de una semana para el aniversario-, en plena Segunda Guerra Mundial, Saint-Exupery despegó desde la Córcega aliada para una misión de reconocimiento de la costa francesa, entonces ocupada por los nazis, y nunca regresó.

En 1935, como preludio a su desaparición, se había estrellado en pleno desierto de Libia pasando cuatro días perdido junto a su copiloto, rozando ambos la muerte. Era un enfermo de pilotaje que desde 1926 había ejercido como aviador comercial tras cinco años en la fuerza aérea francesa.

Aunque su obra más famosa es El principito, y cerca le anda Ciudadela -que es como El Silmarillion, una recopilación póstuma de sus notas que hay que coger con pinzas, y que por cierto me acabo de leer hace nada-, el resto sorprendería a las legiones de fanes: Correo del sur, Vuelo nocturno, Tierra hombres o Piloto de guerra

No sé por qué, me da que hubiese hecho buenas migas con el cerdo de Marco.

2 comentarios:

Eldan dijo...

Hace mucho tiempo que vi esta película y no recuerdo bien muchos detalles, pero ¿la transformación de Marco en cerdo es voluntaria? Creo recordar que la maldición tenía algo que ver con el carácter machista que derrochaba cuando aún era humano. O no.

Advenedizo dijo...

En el doblaje español no llegan a explicar la transformación, sólo que es una especie de maldición. Lo de que es voluntaria es más bien una interpretación de la actitud ante la vida de Marco/Porco: quiere ser cualquier cosa menos un hombre.