miércoles, 21 de julio de 2010

Un cerdo que no vuela sólo es un cerdo


Mi película favorita de Hayao Miyazaki, por encima de La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro o cualquier otra formalmente más correcta o conceptualmente más desquiciada. Porco Rosso, 'El cerdo rojo', es un piloto de hidroavión en la Italia de entreguerras que se gana la vida como mercenario, combatiendo a los piratas del aire, mientras evita ser reclutado por la aviación fascista.

Marco, el nombre del hombre bajo el cerdo, se transformó debido a una maldición indeterminada, en una escena que se nos hurta y que ocurrió en algún momento tras su participación en la  Primera Guerra Mundial, en la que perdió a Berlini, su mejor amigo y marido de Gina, la dueña del restaurante que sirve de territorio neutral a los hidroaviadores del Adriático y a la que ama en silencio desde la distancia.

El momento, nunca aclarado, en que se sitúa este Mediterráneo idealizado, esta Italia de postal y escenario soníricos, equivale a los primeros años 30. Todos hablan del fascismo, de la crisis económica y, sin mencionarlo, del fin de una época inocente, la resaca de los felices 20. El epílogo, narrado por Fío, la aprendiz, mecánica y ayudante, de apenas 17 años cuando Porco la conoce, nos presenta a los piratas y a Gina, ya ancianos, pero no nos aclara el verdadero final del protagonista.

La 'cerditud' de Porco es más una renuncia a la humanidad que una maldición, una cruz voluntaria de un héroe cansado y crepuscular. A lo largo de la película, lo recuerda una y otra vez, cuando se niega a comprar bonos del estado por el bien de la patria -'lo lamento, pero eso son cosas de los hombres"- o cuando, al casi ruego de un antiguo colega que no quiere tener que detenerlo por no enrolarse, responde "prefiero ser un cerdo que un fascista". ¿Por qué? Porque "los cerdos no tienen ni país ni ley". 

En el restaurante de Gina, el Adriana -el nombre del primer hidroavión de Porco, aunque eso lo sabremos luego y casi de refilón-, ella conserva en un tablón la única foto de Marco antes de su transformación, en la que el ha tachado su propia cara con un punzón. Quiere destruirla, pero su amiga y amante platónica se niega tajantemente.

La primera escena de Porco Rosso nos presenta al protagonista en su base secreta, una cala escondida en una pequeña isla deshabitada del Adriático, con una tienda de campaña y una casita encalada en blanco excavada en el hueco de la roca y que no llegamos a saber si realmente usa. El agua, lo veremos luego, es tan cristalina que se puede observar a los peces como en un acuario, y siempre brilla el sol sobre ella. Porco echa la siesta sobre una silla de playa, con un paraguas atado a un palo como sombrilla, una revista de moda cubriéndole la cara y música de ópera en la radio.

El momento cumbre de la película no es el duelo con Curtis, el piloto americano con aspiraciones a estrella de cine -un Errol Flynn de opereta y autoirónico-, sino la historia que narra Porco a Fío la noche antes. Durante un combate casi al final de la guerra, Marco, aún humano, es herido a bordo de un avión averiado y pierde el conocimiento convencido de que va a morir. 

En algo que nunca llegamos a saber si es realmente una alucinanción, el piloto ve a su hidroavión cabalgando sobre una llanura de nubes y observa una estela blanca surcando el cierlo sobre su cabeza. Cuando los aviones de amigos y enemigos empiezan a surgir del mar de nubes y sobrepasarlo -incluído Berlini-, Marco descubre que la estela es una fila infinita de aviones caídos en combate, de todos los bandos, volando juntos hacia el horizonte. Entonces vuelve a perder la conciencia, para despertar con su hidroavión flotando en medio del mar.

Fío, desde su saco de dormir, especula: "Dios te dijo: 'No vengas todavía', ¿verdad?". Porco se ríe y responde "La verdad es que a mí me pareció oírle: 'Volarás sólo para el resto de tu vida'".


El otro día, visionando la película por cuarta vez -creo-, se me ocurrió, de repente, mientras Berlini se unía a la fila fantasmal de pilotos anónimos perdiéndose en el horizonte, que en ella debía volar Antoine de Saint-Exupery.

Perdónenme la pedantada -o no, qué coño, de eso va este blog-, pero Porco Rosso es primo hermano de El último vuelo, de Hugo Pratt, en el que se especula con las últimas horas del autor de El principito, mientras se hace un repaso a su biografía. El 31 de julio de 1944 -menos de una semana para el aniversario-, en plena Segunda Guerra Mundial, Saint-Exupery despegó desde la Córcega aliada para una misión de reconocimiento de la costa francesa, entonces ocupada por los nazis, y nunca regresó.

En 1935, como preludio a su desaparición, se había estrellado en pleno desierto de Libia pasando cuatro días perdido junto a su copiloto, rozando ambos la muerte. Era un enfermo de pilotaje que desde 1926 había ejercido como aviador comercial tras cinco años en la fuerza aérea francesa.

Aunque su obra más famosa es El principito, y cerca le anda Ciudadela -que es como El Silmarillion, una recopilación póstuma de sus notas que hay que coger con pinzas, y que por cierto me acabo de leer hace nada-, el resto sorprendería a las legiones de fanes: Correo del sur, Vuelo nocturno, Tierra hombres o Piloto de guerra

No sé por qué, me da que hubiese hecho buenas migas con el cerdo de Marco.

domingo, 18 de julio de 2010

Los siete pretendientes malvados de Penélope


En Un mundo feliz, de Aldous Huxley, el salvaje acaba pegando una paliza de impresión al grito de "zorra" a Lenina Crowne, su objeto de deseo, cuando, tras confesarse su mutua atracción, ella coge y, directamente, se desnuda para pasar a la acción. El 'choque cultural' entre el bárbaro protagonista y la genéticamente diseñada Lenina es evidente en tanto el concibe el ayuntamiento carnal si no es previo paso de una prueba de hombría -hacer el cabra frente a Pukong y Jesús, como sus compadres de la reserva-, y para ella lo más natural es ceder al impulso tan pronto como se pueda, que para eso el mundo es puro disfrute y compra compulsiva.

La reacción del salvaje -por mal nombre John- nos puede parecer un poco exagerada desde nuestra óptica actual, que estaría más cerca de los follarines saltimbamquis que componen la horrenda distopía de la novela de Huxley. Sin embargo, para el simpático salvaje es del todo lógica, en tanto es un hombre pre-fordiano en el más absoluto sentido del estúpido término -encadenad tantos adjevitos faltos de lógica si podéis, vendedores de tocino-.

El héroe clásico, antes de mojar, tiene que pelear. Básicamente, es un rito de paso, demostrar que es un hombre con todas las letras, y no un delantero de la cantera del Atlético de Madrid. Eso, para Ulises, era comerse diez años Egeo, va Egeo viene, y luego tensar el arco y adiós muy buenas pretendientes de Penélope -aunque entre tanto se tiraba a unas cuentas jamonas de la Antigüedad, tipo Circe-. Para Lanzárote, descabezar dragones. Para D´Artagnan... ah, no, espera. D´Artagnan finge que es otro para tirarse a Milady (por cierto, sin que ella llegue a quitarse el camisón, cosas de los franceses). Os engañaron con el mosqueperro, chavales. 

Ahora los relatos de madurez son o evasiones de la realidad o esas mariconadas que llamamos slices of life. Es decir, tostones en los leemos, viñeta a viñeta o fotograma a fotograma, un proceso de madurez presuntamente verosímil -y a base de elipsis- de un pequeño e irritante pijo presuntamente representativo de todos nosotros y nuestro apocalipsis de las cacatúas -¡cacatú, cacatú!-.

Scott Pilgrim es la historia de un chaval canadiense -un soso-, en concreto de Toronto, que tiene un grupo, no trabaja, vive con un gay y tiene por novia platónica a una cría de instituto. Una desgracia humana como hay tantes en este mundo. Se enamora de Ramona Flowers, que es una chavala americana y con el pelo cambiante de color que siempre va en patines. El tema es que, más allá de la proverbial tontería que tiene Scott encima, salir con Ramona conlleva tener que vencer en combate singular a sus siete ex novios malvados. Asín, literal. Los combates son estilo videojuego, con técnicas especiales, vidas, etc. El tebeo, como buena obra "independiente" -eso en EEUU quiere decir que tu editor es rico pero no mucho-, está dibujado con el culo, pero se deja leer.

Scott Pilgrim contra el mundo -me quedo con el título de la peli, que protagoniza el novio de Juno- es una de esas bizarradas que sirve como símbolo catártico. Ya sabéis. Joseph Campbell, Wertham, todos esos tíos. Os conocéis la pamplina.

En un mundo más cerca de Aldous Huxley que de Sin Lancelot -a Marcos Senna sean dadas las gracias-, realmente aparte de hacer el ridículo en diferentes formas y maneras -yendo a conciertos de cantautores o cosas así de bajas-, los hindibiduos humanos de sexo masculino tenemos pocas fazañas a nuestro alcance. Fazañas reales, no polladas de canorro de gimnasio, digo. Scott Pilgrim hace un pirueta cyberpunk pero filtrada al estilo siglo XXI: lo raro es normal, lo bizarro, guay. Es una capa de optimismo sobre el estilo 'Tintín macute' que lo precedió, aunque en el fondo también es hacerle un avestruz a la decadencia de la sociedad occidental.

En cualquier caso, para el ejército de 'Frys de Futurama' en que nos hemos convertido, que distinguimos la ficción de la realidad, pero es que nos gusta más vivir en la primera, cuando menos resulta tentador que lo único que haga falta para conseguir a la chica de tus sueños -bueno, a la de los de Scott-, sea pasarte siete pantallas de un arcade chorra. Lo que no te explican es que después el tema se convierte en Aventura Gráfica y de los jodidas, que ríete del Comandos 2. Pero es otra cuestión.

Entonces, ¿comprendéis por donde voy? Porque el tema es interesante. El ámbito "hindependiente" del cómic y el cine yanqui -es un decir, ganan más que muchos autores estrellas españoles en toda su puta vida- suele ser fecundo en este tipo de vueltas de tuerca a la misma mierda que mamamos desde hace 3.000 años. Estaría bien poder hablar con alguien de esto. O no. Que os den.

Workling Class Heroes (II)


Llevo casi seis meses sin televisión en casa. Cosas de los caseros petardos y la TDT, aunque tampoco me ha supuesto ningún disgusto porque las series puedo bajármelas vía internet. Eso se traduce en que he visto poquísimos partidos esta temporada, pero a cambio he recuperado una afición que, en realidad, nunca tuve: la radio. El Betis casi cada semana -ay-, el partido de las 21:00 del domingo en Primera y la Champions, más o menos desde octavos, no han fallado. Más que en toda mi vida.

La mayor alegría que me voy a llevar, ya que el Betis ha hecho honor a su leyenda,  ni la he visto por televisión ni la he oído por radio. Me la he encontrado por internet y hasta un par de semanas antes de que se produjese no tenía ni idea de que existía la posibilidad. Ha sido el ascenso del St. Pauli, el "otro equipo" de Hamburgo, a la 1.Bundesliga. El barrio que lo bautiza, Sankt Pauli, está en la zona del puerto fluvial de la ciudad, y es un criadero de prostitución, casas okupas y gentes variadas de mala reputación. En los 80, cuando comienza la traidicón antifascita -o directamente comunista y socialista- del equipo, era el reducto del punk hamburgués. El equipo ha adoptado como parte de su parafernalia la bandera pirata, y aunque el fútbol profesional impone ciertos pasos, hay que reconocer que no se han plegado completamente a ellos, pagándolos con habituales ascensos y descensos que los hacen vivir al día. Como una panda de estibadores más.


 En Fespaña -y olé- no gastamos de eso. Lo más parecido sería el Rayo Vallecano, por equipo de barrio y supuestos ideales de izquierdas en el horizonte. En cuanto a filosofía futbolística de vivir al día, el Athletic de Bilbao, pijo tradicional de nuestro fútbol, puede acercarse, pero ese pestazo a PNV en la oposición -lo peor que le puede pasar a un democristiano- no se lo quita nadie. Los del Atlético de Madrid es que no se lo creen ni ellos. Ultras de izquierda declarada sólo se me ocurren los Riazor Blues -del Deportivo de la Coruña-, Kolectivo Sur -del Xerez- y los putos Biris. Ojito: todos los ultras catalanistas o abertzales son independentistas, pero eso no es sinónimo de izquierda. Más bien al contrario, salvo honrosas excepciones como los de la Real Sociedad. El resto son de extrema derecha. Vayan apuntando.

Puede que usted no sea andaluz y alguna vez haya hecho caso al dicho que sostiene que, en Sevilla, el Sevilla FC es el equipo "de los ricos" y el Betis, el "los pobres", por nosequé leyenda de que los fundadores del segundo eran una escisión del primero porque la directiva se negó a admitir jugadores de clase trabajadora. No se quiebre la cabeza. Es mentira, y se lo dice un bético. Tanto la anécdota fundacional como que la tradición marque esa diferencia de clases. Ítem más, los ultras del Sevilla FC, los Biris, se consideran de extrema izquierda -"Puta Telecinco/puta Antena3/pero pa puta/la reina Sofía"-, y reciben su nombre de Alhaji Mohomodo Nije, apodado 'Biri-Biri', jugador gambiano que en 1973 se convirtió en el primero de raza negra en militar en el club. Los ultras del Betis, los Supporter Gol Sur, son apodados como los 'gitano-nazis'. Sobran explicaciones. Eso, sin entrar en el pasteleo de los palcos. Ahí, afrontémoslo, diferencia ninguna. Igual de pijos y repelentes todos.

Otra cosa es que, como se ha podido comprobar en años recientes, el Sevilla, deportiva y económicamente, suele tener rachas en las que va mucho mejor, lo cual provoca un trasvase importante de ratas de cloaca -los hombres de verdad no nos cambiamos de equipo desde el día que optamos por uno de los dos, pero en Sevilla apenas quedan ya de esos-, sobre todo de pijos inmundos. Así, el Betis no sólo tiende a parecer el "hermano pobre" a tenor de los resultados, también porque hay mucho de los "oigs, por favor, viendo yo un partido de Segunda". Mariconismo puro.


Gennaro Gattuso, 'Ringhio', es un jugador histórico del Milán, el club más rico y fascista de Italia con mucha diferencia, que para algo es propiedad de Berlusconi. Es hijo de un pescador del sur del país que, según confiesa, sigue alucinando cuando recibe la nómina de cada mes, porque es más de lo que su padre ganó en toda su vida laboral. Un padre que es un referente para él, que cuando tenía 18 años lo animó a que se marchase a Escocia, a Glasgow Rangers, cedido durante dos años. Allí, Gennaro se buscó un restaurante italiano en el que empezó a cenar todas las noches, y acabó casándose con la hija del dueño.

'Ringhio' tiene lo pies cuadrados. Toda su carrera ha sido incapaz de dar un pase medio decente, y menos si era en largo. Pero él lo cuenta: su vida es casa-Millanello -la ciudad deportiva del Milán, digamos-, Millanello-casa. Machacándose en el gimnasio cual canorro de extrarradio. Ya tiene una edad -es triste, pero un futbolista es "viejo" a partir de los 32- y eso se nota, pero ha llegado a cotas extraordinarias a base de físico, de trabajar. Pirlo, su compadre, con el que durante una década conformó la pareja de mediocampistas más eficiente del mundo y con el que lo ganó todo, lo ha tenido más fácil. Calidad de fino estilista y visión de juego sobrenatual. Don Gennaro no. Él tuvo que aprender y sacrificarse. El físico, del que tanto abominan algunas comentaristas, es la vía hacia la igualdad de los tronquetes y los que no tuvieron hueco en las escuelas de futbito. Trabajo, trabajo, trabajo.

Vamos a hablar de Maradona. Muchos han aprovechado el batacazo contra Alemania para ajustarle unas cuentas que no se merecía. El Diego nunca se ha mordido la lengua, para bien o para mal. Nadie puede quitarle sus méritos: un Mundial y una final, la del 90, en la que prácticamente el sólo fue Argentina. Cuando se diluya, cuando no quedemos ni los que lo recordamos a partir de su fichaje por el Sevilla y la puñalada trapera de la FIFA en EEUU´94, habrá quien intente quitarle su sitio a la altura de Pelé, Beckenbauer, Cruyff o Di Stefano. Pero esos eran todos unos pijos, que jugaron siempre rodeados de otros cracks. D10S ganó un scudetto con un Nápoles que era él y diez cabrones más. En Italia´90, Argentina llegó a la final por sus cojones -insultos a la siempre respetuosa grada transalpina mediante-, cuando medio equipo del glorioso '86 se había quedado por el camino por lesiones o edad. Maradona hacía grandes a los pequeños, no al revés.

Pendenciero, bocón, exagerado, chulesco... Dando besos a sus jugadores, mimando a Messi, pero sacrificándolo como atacante para bien de la idea, presumiendo de que no ve ni un futbolista que se compare a los suyos en todo el Mundial... Lo hace Mourinho y lo llaman genio. Porque gana, claro. Denle tiempo a Maradona. Con ese traje, esa barba encanecida, esas maneras a medio camino entre sargento chusquero y capo mafioso, a mí al menos, no sé a ustedes, Sudáfrica`10 me ha devuelto a Maradona como personaje, como referente en una lucha de los desterrados, de las rebabas de este deporte que, casi siempre, es injusto y mierdero, frente a ese algo que no se sabe lo que es, pero que tiene apellidos como Blatter, Platini, Grondona o Villar.

Pero ellos también pasarán. Jules Rimet es sólo ese señor que tuvo que bajar al campo a darle la Copa a Obdulio Varela en Maracaná en 1950. Varela era el capitán de Uruguay, una selección que ese día se presentaba en el campo como víctima propiciatoria del primer Mundial que iba a ganar Brasil. Pero, ay, hamijos. El otro también juega. Como le pasó al Real Madrid el año del Centenario. MARCA y AS ya tenían las portadas con el hueco para la foto de Hierro levantando la Copa del Rey, y se habían olvidado de que la final había que jugarla y a lo mejor el Deportivo de la Coruña tenía otras ideas. Qué sabrán esos, pensarían. Si no son el Real Madrid.


Pelé se vende muy bien, pero en Chile`62 casi no jugó y las crónicas hablan de Mané Garrincha, otro grande surgido de la pobreza y que se autodestruyó. Casi nadie, a este lado del Atlántico, tiene memoria para el que, dicen, fue el mejor extremo de todos los tiempos. Garrincha, al que apodó así su hermana mayor por un tipo de pájaro bastante feo pero muy rápido típico de la zona de Brasil donde vivían, palmó a los 49 completamente alcoholizado. Tenía la columna torcida, la pierna izquierda seis centímetros más corta que la derecha y los pies ligeramente ladeados. Hoy no habría pisado un campo, pero en los 50 es supuesta minusvalía, unida a reflejos y velocidad endiablados, lo hacían impredecible para los defensas. A su paso quedaban cinturas desencajadas y porteros maldiciendo su suerte. También, dicen las malas lenguas, 36 hijos, aunque "sólo" hay 14 reconocidos.

Fue, toda la vida, un tipo sencillo e inocentón hasta extremos increibles, producto de las favelas de Río de Janeiro. En el Mundial de Suecia´58, se compró una radio, y cuando fue a estrenarla, se encontró con que sólo pillaba emisoras suecas. Uno de los utilleros del equipo le explicó que, como era sueca, siempre iba a emitir en ese idioma, y se la sacó por cuatro duros, el mamón. Después de ganarle a los anfitriones en la final, cuando todos sus compañeros festejaban el título, Mané se detuvo y preguntó al primero que pasaba, "pero cómo, ¿ya hemos ganado? ¿No hay que jugar segunda vuelta?".

Cayetano Ros, en su artículo publicado en El País -o tempora, o mores- 'Saudade de Garrincha', tuvo un párrafo genial que paso a citar textualmente: Pelé y Garrincha fueron dos personalidades opuestas. No hubo un futbolista más amateur en su espíritu que Garrincha. Ni nadie más profesional que Pelé. Garrincha fue incorregible y se peleó con el establishment. Pelé llegó a ser el establishment.

No me he metido en porque Laporta -y probablemente 'Sandrusku', Guardiola, Xavi Hernández 'el hijo del almeriense' y alguno más- son un poco tontos. En Espiña se ha instalado la mentecatez de que existen politizaciones "buenas" y politizaciones "malas" de los equipos de fútbol, y que el 'jogo bonito' da una especie de superioridad moral al que lo practica. Si es contra Mourinho, probablemente, pero el resto del tiempo no. ¿El modelo? ¿Qué modelo? ¿Qué hace que el pastizal que mueve el FC Barcelona sea menos indecente que el que mueven el Real Madrid o el Manchester? ¿Que es ligeramente inferior? No, hamijos, no.

Tampoco la supuesta ideología detrás del Barça. Si el Athletic es PNV puro, el Barcelona es CiU. Ser nacionalista, por cierto, no es ser de izquierdas. Vamos a repetirlo, como un mantra. Nacionalismo, por definición, es sinónimo de derecha, además de la bien rancia, pues implica que por nacer en un sitio y no en otro uno tiene determinados derechos intrínsecos de su calidad de paisano del lugar. Una soplagaitez tremenda. So, que la subnormalidad típicamente hispana considere que el nacionalismo español es "malo" y el resto "buenos", en lugar de todos la misma mierda, es bastante absurdo. Y, aplicado al fútbol, y el dinero que mueve, roza la gilipollez más absoluta. He dicho.

Bajo la apariencia del tímido periodista Clark Kent...


Para muchos espectadores de Perdidos, el momento epifanía en su experiencia receptora llegó con el final del capítulo 4, Walkabout, cuando descubrimos que John Locke, el experto cazador y "hombre de acción misterioso", era paralítico hasta que llegó a la Isla -que se escribe con mayúscula por ser un personaje más, claro-.

Es más, era un pringado sin vida, que trabajaba en un puesto de oficina con cubículos y usaba de terapia a la chica a una línea caliente a la que llamaba por el nombre de su ex novia, que fantaseaba con juegos de estrategia en los que era el "coronel" Locke y del que su jefe, más joven y más capullo, se burlaba cada vez que podía. John iba en el avión tras desperdiciar su única semana de vacaciones al año apuntándose a una excursión de supervivencia en el desierto australiano en la que no le dejaron participar debido a su condición.

Pero en el territorio mágico de la Isla, John recuperó el uso de las piernas, de manera que toda su experiencia como cazador, sus cuchillos y su preparación para la semana de supervivencia tenían por fin utilidad. Se convirtió en el proveedor de carne para los supervivientes y también en el chamán de la tribu, ya que fue el primero en darse cuenta de la clase de pruebas que la Isla proponía y en orientar a sus compañeros -el "conejo blanco" de Jack, la oruga de Charlie o la experiencia alucinógena de Boone-.

En la sexta temporada -y última-, los guionistas se entregan a la enésima vuelta de tuerca al sistema de flashbacks/flashforwards y hacen algo menos original de lo que creen dentro del género, narrando en paralelo las vicisitudes de dos realidades diferentes -o no-, una de ellas siguiendo la línea temporal ya conocida de la serie y otra narrando cómo habría sido la vida de los protagonistas de no estrellarse el avión -o antes de que tuviese que estrellarse-.

Al final de la quinta dos simples planos y un flashback habían bastado para confirmarnos lo que llevábamos un tiempo sospechando: John no es "el elegido", al menos no tanto como él mismo piensa, tan sólo un engranaje más en el juego de backgammon que el mismo proponía a Walt en la primera temporada -ese guiño, el del más viejo y el más joven, se fue perdiendo por el estirón que pegó el actor que hacía del niño, claro-. No es un líder, sólo un juguete.

En la sexta, en el capítulo 4 -simetría más que intencionada, ya que en él John llega a repetir dos veces "It´s my walkabout" y se repiten detalles como el "funeral" o el "Don´t tell me what i can´t do!" que hacen las delicias del seguidor fiel-, lo vemos en la que podría haber sido su vida de no estrellarse el avión: despedido de su trabajo pero a punto de casarse por fin con Helen, Locke asume su parálisis tras tropezar con varios de los que habrían sido sus compañeros de "naufragio", incluida la secundaria de lujo Rose, que le confiesa su cáncer terminal -que la Isla habría curado en otras circunstancias-, y al mismo Jack, cirujano lumbar que le ofrece su tarjeta y una consulta gratis tras conocerse en el aeropuerto de Los Ángeles, en busca de sus equipajes perdidos -el ataúd de su padre en el caso de Jack y los cuchillos en el caso de Locke- en la que supone la mejor escena del capítulo doble que abre la temporada.

De nuevo en el 4, John y Helen rompen la tarjeta del Dr. Shepard renunciando a hacerse más ilusiones sobre una posible recuperación y poco después vemos a Locke ejerciendo como profesor sustituto de gimnasia en un instituto -el título del episodio, The Substitute, es una pirueta de las que tanto gustan a los creadores de la serie-. Poco después, acude a la sala de profesores y vemos a uno de sus colegas, de espaldas pero con una voz inconfundible para cualquier seguidor de la serie. Es Benjamin Linus, el otro antagonista de Locke en la Isla. Ambos conversan brevemente y se siembra una posible amistad -"el té es una bebida de caballeros"-. John sonríe. Ahora se acepta a sí mismo y explorará las posibilidades que su vida le ofrece, sin renunciar a Helen ni a ser uno más entre sus iguales.

La ruptura de la tarjeta de Jack es tan simbólica como parece, pues se necesitan el uno al otro para poder intercambiar sus roles de defensores de razón y fe, respectivamente. En el piloto, Shepard le espeta, casi por sorpresa, "nada es imposible", cuando Locke sostiene que su columna no tiene solución. John está renunciando a la fe, en paralelo al funeral de la otra línea temporal en la que Ben sostiene que era su característica principal y se arrepiente de haberlo asesinado, asumiendo las similitudes que los hacen simpatizar en el mundo en el que ambos son mediocres pero felices -excepto cuando alguien no cambia el filtro del café-. En la línea temporal "realista", John asume que es Clark Kent y que nunca se convertirá en Superman.

La locución de la serie de dibujos animados para su proyección en cine de los años 40 rezaba que "bajo la apariencia del tímido periodista Clark Kent, se oculta Superman..." No hace falta hilar muy fino para analizar el mecanismo psicológico de por qué sigue funcionando: nosotros, los mediocres, los oficinistas, los urbanitas anónimos, ocultamos bajo nuestras camisas y corbatas un Superman que todas las Lois Lane del mundo, los abusivos Perry White y demás no pueden ver. Algo que nos hace sonreír bajo nuestras gafas cuando nos giramos. ¿No es cierto?

Igualmente funciona en la versión para ricos, los casos de El Zorro -y su primo El Coyote-, Batman o La Pimpinela Escarlata, en los cuales bajo la fachada de un señorito caprichoso, debilucho y remilgado se esconde un auténtico hombre de acción que usa todos los muchos recursos a su alcance para proteger al débil y atacar a los fuertes, sus supuestos iguales. Uno Robin Hood que no renuncian a sus títulos nobiliarios para irse a vivir al bosque, en última instancia.

En los 60, Stan Lee dio una vuelta de tuerca completa al concepto de los superhéroes y los acercó más a como los concebimos hoy, añadiéndoles toques de culebrón más allá de la esquizofrenia parsifalista de la relación entre Lois y Superman. Peter Parker, la culminación de ese estilo, es un completo pringado, que ni siquiera trabaja de periodista, es más una parodia de Jimmy Olsen, el Superman´s Pal, vive con su vieja tía, en el instituto abusan de él por ser un repelente empollón y ni siquiera conseguir poderes le arregla el día, Spiderman es un proscrito al que las propias fotos que él mismo se hace sirven para vilipendiar. Aún así, cuando se pone la máscara, Peter se transforma en otro, deja salir gran parte de la tensión que lleva dentro, y si Parker es retraido e incapaz de responder a las agresiones del matón Flash Thompson, Spiderman no para de charlar incluso cuando el Doctor Octopus le derriba un edificio encima, y por supuesto para burlarse de su peinado.

Con el tiempo, y como un símbolo de madurez, Lois descubrió que Clark era Superman -o su relación nunca habría sido sincera, sino un truño- y Mary Jane resultó "saber desde siempre" que Peter era el cabeza de red -una cagada, eso sí, porque se falseó su relación previa en la que asumía a su amigo Parker como un perdedor encantador-.

Smallville unió a Superman y Spiderman en una sola idea, pero la verdadera reencarnación de la fantasía adolescente de poder partir la cara a todos los macarras que te putean en el instituto -asumidlo, los macarras no leen tebeos- fue Invencible, en última instancia un son of Superman con inquietantes parecidos con Dragon Ball en algunos argumentos. La gracia de la obra cumbre de Robert Kirkman es que, en un mundo lleno de superhéroes, todos los tópicos del género se asumen como lo más natural del mundo. Cuando el protagonista descubre que tiene superfuerza no se soprende -su padre es OmniMan, el mayor héroe del universo, después de todo-, simplemente exclama "ya era hora".

En estos tiempos oscuros en que freak es una especie de etiqueta de moda -lo siento, pero los de generaciones anteriores, y ya puedo decirlo, no nos poníamos nombres, simplemente éramos así-, la ficción, al menos la buena ficción, ha optado por mundos posibles en los que lo raro es normal. En última instancia, la moda freak es sólo campañas para vender muñequitos articulados, pero esta volviendo reales las pesadillas cyberpunk y los relatos bizarros de la ciencia-ficción más pesimista.

Para Ballard, que duerme ahora en el cielo de los dioses del tercer mundo, lo avisaba: Todo se está volviendo ciencia-ficción. De los márgenes de una literatura casi invisible ha surgido la realidad intacta del siglo XX.

DC Cómics, que de alguna forma lo empezó todo, lleva empalmando "eventos definitivos" casi una década, algo normal en el mercado pero que acaba por cansar a los fans. Esperando a que acabe The Blackest Night, me centraré en Infinite Crisis y Final Crisis.

En la primera, los villanos son dos fans, pero lo que de verdad duele es ver morir a la anciana Lois de tierra-2 en brazos de su Clark, que no se cree realmente que esté pasando cuando afirma que "Superman siempre salva a Lois Lane". En la segunda, interviene el Super Young Team, una equipo de superhéroes japoneses cuyo principal superpoder es ser "supercool" y hacer cosplay disfrazándose con pastiches de los principales héroes DC.

Grant Morrison, en Crisis Final, propone una de esas nuevas piruetas metalingüísticas que tanto le gustan, no sabemos si creando otro "sello mágico", porque los guionistas británicos siempre abusan de los alucinógenos -y el único que de momento ha sido capaz de asumir la autoparodia ha sido Alan Moore en Supreme, y de aquella manera-. Quiere ficción sin trabas, que siga las claves de Kirby pero no se nutra de ellas permanentemente. Quiere el fin de los monitores. Eso está muy bien, Nix Uotan my son, sobre todo al proponer la llegada de los dioses del quinto mundo -si, el Super Young Team-, pero por la misma naturaleza de dónde y cómo se ha hecho, no perdurará.

Perdidos ha sacado un enorme background de la ciencia-ficción y los cómics de superhéroes para traducirlo al público más o menos masificado, aunque cuanto más se complicaba la trama más gente renunciaba a la serie. Si Final Crisis y las demás paridas de Morrison representan "sellos mágicos cargados de significado" que se envían al éter -ser raro es lo normal, saca el Superman que llevas dentro-, Perdidos lo es más aún. La ficción popular es la manera en la que el subconsciente colectivo asimila la realidad, y si no echad un vistazo al cine posterior al 11 de septiembre.

En Los Increíbles, muy divertida pero muy nazi, el plan de el villano es hacer que todo el mundo sea especial... ¡para que así nadie lo sea! ¡Superman necesita a los mediocres para ser Superman! Los Increíbles es Wachtmen para niños, pero su mensaje es mucho peor, y desde luego en las antípodas de Final Crisis o All-Star Superman. La idea de Morrison es que, en última instancia, todos tenemos superpoderes. La misma conclusión a la que llegaba Steve Seagle -el escritor de cómics, no el "actor" de películas de artes marciales- en Es un pájaro..., una obra muy personal en la que explicaba sus reflexiones cuando le ofrecieron hacerse cargo de una de las series del personaje. Es sencillo: necesitamos creer que existe un hombre que puede superarlo todo para saber que nosotros también podemos.

Obviamente, esa no es la concepción del mundo de Wachtmen, pero no hay que confundirse: Wachtmen es optimista, no pesimista. Nada acaba nunca, la decisión está por completo en tus manos. Mientras Laurie y Dan se alejan de la casa de la anciana Sally Júpiter, ya están planeando su regreso a las mallas.