lunes, 31 de enero de 2011

Debajo de la barba

- ¿Por qué llevas barba? –preguntó Ángela.
- No puedo contártelo, es un secreto –contestó Jose.
- Si no me lo dices, gritaré, le diré a Papá y Mamá que te has metido conmigo y te castigarán.
- Bueno, está bien. Llevo barba para ocultar una cicatriz. Va desde aquí hasta aquí, debajo de la oreja. Me la hizo mi antiguo jefe, un capo del narcotráfico, porque me enamoré de su hija y la ayude a escapar de la hacienda donde la retenía, como una flor de invernadero, para que cumpliese su sueño de conocer Europa.
- José, nosotros ya vivimos en Europa. Y eso es mentira.
- Tienes razón. En realidad la llevo para ocultar las horribles señales de quemaduras que tengo desde mis tiempos de tragafuegos, cuando viajaba con el Circo Mundial. Por entonces yo tenía una novia equilibrista, de madre rusa y padre turco, el pelo negro y ensortijado y los ojos azul hielo. Un día, mientras ensayaba mi número, haciendo malabares con las antorchas y masticando el humo, la vi paseando de la mano con Sansón, el forzudo del circo, sordo y mudo de nacimiento, algo botarate pero de buen corazón. Fue tal el impacto que me dio tos, con tan mala suerte que me ardió toda la cara.
- También es mentira, las quemaduras te dejarían lampiño.
- Ahí has estado lista. En realidad, oculto un tatuaje que me hice cuando era marino mercante. Una vez, mi barco atracó en un puerto en Centroamérica, y yo me fui de borrachera con dos compañeros. La bebida local, fermento de una planta carnívora, nos sentó tan mal que despertamos en una cuneta a horas inadecuadas, de tal suerte que el barcó zarpó sin nosotros. Para sobrevivir, nos unimos a una banda de maleantes que se reconocían unos a otros por un tatuaje con forma de estrella de cuatro puntas color rojo que llevaban en la quijada. Cuando conseguí volver a casa, para evitar que mis antiguos compinches me reconozcan si algún día me los cruzo, decidí dejarme barba.
- Se te notaría de todas formas, te lo has inventado. Me estoy cansando.
- Tranquila, ahora viene la buena. En realidad, me dejo la barba desde el mismo momento en que me cambié el peinado y empecé a teñirme de moreno. Eso es porque en realidad no soy tu hermano, sólo tienes uno y es Manolo. Yo era un agente doble de la Interpol infiltrado en el servicio secreto de una dictadura de Europa del Este, que contribuyó a liberar a miles de presos políticos y a la llegada de la democracia tras la caída del Muro de Berlín. Pero uno de los espías comunistas me descubrió y mis jefes decidieron esconderme, fingiendo que era el hijo de un civil patriota y de confianza, tu padre.
- Papá no es ni civil, ni patriota, ni de confianza, Jose, te puede la ambición con las mentiras.
- Sí, esa era muy evidente. En realidad, lo hago como una promesa. Sabes que un hermano del abuelo murió durante la última guerra. El ejército nos dijo que fue mientras acometía una misión de rescate tras las líneas enemigas, pero yo sé la verdad por una carta que nos dejó su esposa: lo abatió por la espalda un compañero, primo lejano suyo, por una cuestión de propiedad de tierras. En la carta, la tía-abuela encargaba al que de nuestra familia la leyese el primero la misión de localizar a los descendientes del lejano primo cainita y vengar la muerte del tío-abuelo. Como él llevaba barba cuando murió, a causa de estar sirviendo en las trincheras y carecer de cuchillas y espejos, yo me la dejo también, y sólo me afeitaré cuando hecho justicia a su recuerdo.
- El abuelo era hijo único.
- Es verdad. En realidad, todo esto lo digo para ocultar mi complejo: me dejo la barba porque tengo muy poca barbilla y apenas mandíbulas. Si me afeitase, todo el mundo podría ver que mi cabeza tiene la forma de un embudo, y como mis ojos son tan grandes, creerían que soy un marciano y el Gobierno haría experimentos secretos conmigo en alguna base subterránea en el desierto.
- He visto fotos tuyas de pequeño, tu mandíbula es ancha y cuadrada, como la de todo el mundo en la familia.
- Vaya, no hay forma de engañarte.
- No. Si no me lo dices ya, chillaré, gritaré, lloraré y patalearé.
- De acuerdo, de acuerdo. ¿Quieres saber de verdad por qué me dejo la barba?
- Sí.
- Para poder inventarme historias cuando alguien me pregunte por qué me dejo la barba.


Utrera, septiembre de 2008

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