viernes, 30 de diciembre de 2011

Carta de una subvención desconocida...

Fíjese, querido amigo, las vueltas que da la vida. Siempre pensé que estábamos, usted y yo, destinados a funcionar como uno solo en pos un objetivo común. Pero ya es imposible. 

Le escribo en las que son las últimas de mi vida. No se alarme. He vivido una buena vida. Casi 25 años entregado a los demás, mejor que peor. He ido creciendo. En tamaño, que remedio, pues la edad no pasa en balde y así son las circunstancias de la vida, pero también en objetivos. No tengo ya la ingenuidad de mis primeros días, pero las malas experiencias me han enseñado a ser más efectiva.

¿Qué puedo decirle? No quiero aburrirle con batallitas, pero le escribo para despedirme de usted, aunque nunca nos conocimos, y me creo obligada a presentarme. Siempre supe que estaba usted ahí, puede decirse que yo existía esperándole. Aunque tampoco se engañe. Hubo otros, muchos otros, antes. Pero habría podido usted esperar de mi, como decirlo, la ilusión por la entrega de la novicia.

Y ya le digo que tuve malas experiencias. Destinos inadecuados. Yo esperaba hacer una cosa e hice otra. Acabé en brazos de hombres que no me necesitaban, ni yo a ellos. Que me querían, simplemente, como un adorno, una frivolidad, que no atendían a lo que yo esperaba ni a quienes me prepararon habrían esperado de mi.

Yo siempre pensaba en gente como usted. El primero lo fue, y algunos otros. Me valoraban en lo que valía, no me creían un regalo, una frivolidad, un premio fácil. Acceder a mi no les resultó sencillo y me mimaban, como si temiesen que me rompiese y no volver a verme. Cuando tuve que separarme de ellos, fue porque ya no nos necesitábamos, y sucedió en los mejores términos. De alguno me separaron esos otros hombres. Pero prefiero no hablar más de ello.

Ahora, me dicen que me queda poco tiempo. Que es lo mejor para mí, y para usted, que me vaya cuanto antes. Amigo mío, si he de serle sincera, las maneras de estos doctores me recuerdan a veces a las de los hombres malos. Pero siempre he tenido que fiarme de esta clase de expertos, algunos como ellos me trajeron al mundo. Me debo a lo que soy.

Sepa usted que lamento no poder ayudarle. Espero, pese a todo, que pueda ser feliz. No me olvide.

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